El reto bancario
La crisis acelera una reestructuración que tendrá que ser supervisada con eficiencia
La pandemia y la crisis económica han actuado como un acelerador de la transformación a la que ya estaban sometidas la banca española y la europea desde hace más de una década. La rebaja de los tipos de interés desde 2008 y, sobre todo, la llegada de los tipos de interés negativos en 2016 supusieron un cambio de estructura del negocio que provocó una drástica caída de los ingresos. Desde ese año, el margen de intermediación del sector no cubre los gastos de explotación. Las entidades financieras se han visto obligadas a reestructurar sus gastos, así como a extremar la vigilancia de la morosidad de sus créditos para intentar salvaguardar su rentabilidad, una misión en la que han tenido escaso éxito hasta hoy. La digitalización ha actuado, al mismo tiempo, como otra palanca para ahuyentar a los clientes de las sucursales, ya que se han adaptado a las aplicaciones bancarias para su operativa más sencilla.
La consecuencia de esto ha sido la llegada de las fusiones bancarias y los cierres masivos de oficinas, que conllevan miles de despedidos. Según las últimas cifras, desde 2008 los bancos han cerrado el 49,33% de las sucursales y han echado al 37% de los trabajadores. Esto supone pasar de 46.065 oficinas en 2008 a 23.340 a mediados de este año. La plantilla se ha reducido desde los 276.497 empleados que tenían los bancos al llegar la crisis de 2008 hasta los 173.447 que trabajan en la actualidad. Estas cifras se agravarán: la mayoría de los bancos admiten estar estudiando planes de reestructuración que supondrán unos 15.000 despidos más. Solo el Santander ha anunciado el recorte de 4.000 empleos, que se unirán a las salidas provocadas por la fusión de CaixaBank con Bankia y la de Unicaja con Liberbank, que no serán las últimas.
Los supervisores bancarios llevan años alentando la subida de comisiones y la reducción de costes como principales fórmulas para contrarrestar la caída de ingresos, que se acentuará por la nueva competencia de las grandes tecnológicas —Amazon, Facebook, Apple—, que ya se están llevando parte del pastel en los pagos de bienes de consumo y la financiación a los clientes.
Tanto el BCE como el Banco de España han insistido en que no dirigirán las fusiones, que deben ser iniciativa de los gestores, si bien vigilarán que la entidad resultante tenga un modelo de negocio sostenible. Todo proceso de concentración produce ganadores y perdedores. Los supervisores tendrán que seguir con la máxima atención estos movimientos para evitar que la crisis económica derive en un segundo batacazo financiero con consecuencias tan devastadoras como las de 2008. Quedan en la memoria de todos los daños y el coste para las arcas públicas que provocó la creación de Bankia. También tendrá que garantizarse en el proceso el mantenimiento de un adecuado nivel de competencia. Por otra parte, las autoridades deben vigilar que los cierres masivos no lleven a la exclusión financiera tanto de la España vacía como de los usuarios no digitalizados. La banca tiene que buscar fórmulas imaginativas para atender a las zonas rurales, donde se mantienen las cooperativas de crédito, y no castigar con excesivas comisiones a los clientes de mayor edad. El sector se juega su delicada reputación y su reto es devolver el brillo a su cuenta de resultados para que los inversores confíen en su futuro. Algunas entidades están ante el dilema de su supervivencia en el nuevo escenario bancario que surgirá tras la pandemia.
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