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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cambio cultural

Reducir la velocidad es un paso correcto en la senda para humanizar las ciudades

Varios coches circulan al lado de una señal de tráfico en una vía de la capital el mismo día en que han aprobado la reducción de la velocidad.
Varios coches circulan al lado de una señal de tráfico en una vía de la capital el mismo día en que han aprobado la reducción de la velocidad.Eduardo Parra (Europa Press)

Los grandes cambios sociales y culturales a menudo avanzan, en sus primeros compases, sobre corrientes de fondo que levantan múltiples obstáculos, desde las costumbres más arraigadas hasta los intereses económicos adversos. Para afirmarse, necesitan cristalizarse en la legislación de un país. Un caso evidente han sido las restricciones al tabaco, que brotaron de la concienciación del grave daño que produce en la salud y se impusieron a través de paulatinas reformas legislativas que, si bien en un principio escandalizaron a los más recalcitrantes, acabaron aceptándose con la naturalidad que impone la razón. Hoy, una nueva batalla de progreso, un nuevo importante cambio cultural, se sitúa en la necesidad de rehumanizar las ciudades, un concepto amplio que supone restar protagonismo a los vehículos privados —y la contaminación atmosférica y sonora que producen— en favor de las personas, de medios de transporte no contaminantes o públicos. El anuncio del proyecto del Gobierno para limitar la velocidad a 30 kilómetros por hora en las calles con un solo carril por sentido, y otras restricciones, supone un pequeño paso en esa larga senda. Más de la mitad de las capitales españolas ya habían tomado la delantera, con pioneras como Pontevedra o Bilbao, que aplican la medida en todas sus calles ante la evidencia de que la probabilidad de que muera un peatón atropellado es del 10% si el vehículo va a 30 kilómetros por hora y del 50% si va a 50, según la OMS.

Las grandes ciudades no solo han atraído a crecientes franjas de población en un mundo de fuertes concentraciones demográficas, sino que se han convertido en un polo de contaminación de gran coste para la salud de los ciudadanos y el bolsillo de la sanidad pública. La Agencia Europea del Medio Ambiente calcula que la polución del aire causa 400.000 muertes prematuras en Europa cada año. Las emisiones de gases procedentes de combustibles fósiles minan el planeta en múltiples sentidos. Ahora, la pandemia ha abierto nuevas perspectivas para modificar ciertos equilibrios urbanos, al incrementar el teletrabajo, reducir en parte los desplazamientos y fomentar el interés en los espacios públicos abiertos. Ha habido alcaldes que han aprovechado esta triste fase para favorecer un cambio en el uso de los espacios a favor de ciclistas, peatones y terrazas y en detrimento del tráfico. El plan de desescalada invitaba a ello, aunque no todos han aprovechado igual la oportunidad. La crisis del coronavirus, por otra parte, ha mostrado el potencial de las organizaciones vecinales para gestionar problemas en entornos más humanizados, una realidad que sería deseable impulsar.

En este contexto, los cambios anunciados por el Gobierno engarzan con el objetivo de lograr unas ciudades “más humanas”, como dijo el ministro Marlaska. El límite de velocidad y las mayores sanciones al uso del móvil durante la conducción favorecen la seguridad para peatones y ciclistas, y resultan por tanto un paso en la dirección adecuada. Más medidas son necesarias, entre ellas un firme apoyo al transporte público. Como en otros asuntos sociales, la cuestión parece marcada en España por el pulso ideológico. La actitud regresiva en este sentido del PP en Madrid fue un error. Las ciudades deben avanzar hacia un modelo que favorezca la salud, la lucha contra el cambio climático y un renovado empuje humanista. Las urbes europeas, por su historia y características, pueden y deben ser protagonistas en este cambio.

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