El cisne rompe bloques
Inauguramos una nueva etapa en la que los actores políticos tendrán que aprender a jugar con lo que hay
Se cumple un año de las elecciones generales del 10 de noviembre en las que nos dimos de bruces con la realidad por segunda vez en 2019. El ciclo de fragmentación política que se inició en 2014 no era un sarampión pasajero. Al bipartidismo lo había sustituido el bloquismo y los corrimientos de votos se producían dentro de cada bloque. Primero fue en la izquierda y después en la derecha. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hicieron lectura rápida de la situación y en 48 horas firmaron el acuerdo para la coalición con el que habían estado mareando la perdiz desde los comicios del 28 de abril. La repetición electoral los había debilitado y aun así consiguieron armar la mayoría precaria y trabajosa que hoy sostiene al Gobierno. La derecha vive todavía la batalla por la recomposición de su espacio que antes vivió la izquierda. El bloquismo cegó cualquier oportunidad al centro, y la huida de Albert Rivera en busca de los votos de PP y Vox dejó a Cs sin capacidad de sumar con nadie.
Un año después, nada indica que la situación haya cambiado sustancialmente pese a la ensoñación bipartidista que provoca el hecho de que PSOE y PP manden en cada bloque. De modo que si el Gobierno consigue aprobar los Presupuestos y tenemos legislatura larga, estaríamos enterrando la fase de la sorpresa ante la fragmentación y la creencia de que solo era un alboroto coyuntural. Inauguramos una nueva etapa en la que los actores políticos tendrán que aprender a jugar con lo que hay. Y lo que hay es que no parece que un solo partido pueda volver a gobernar España en mucho tiempo.
El bloquismo alimenta y se alimenta de la polarización. Y seguramente todos se hubieran acomodado a esa situación con un partido dentro de cada bloque que busca el voto hacia el centro y otro partido que conserva el electorado hacia el extremo. Pero apareció el gran cisne negro de la pandemia y todo es más complejo ahora. Casado sigue necesitando a los votantes de Vox, pero no puede presentarse en Bruselas con un socio ultra, negacionista y euroescéptico. Y el Gobierno de izquierdas busca aliados de todos los colores políticos, por necesidad numérica y porque no se pueden gestionar la pandemia y sus consecuencias económicas con casi la mitad del país en contra.
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