Hambre
Mientras avanzamos hacia la digitalización de la economía, pues parece que el euro virtual está al caer, la gente se sigue muriendo de las formas más analógicas que quepa imaginar
Mientras avanzamos hacia la digitalización de la economía, pues parece que el euro virtual está al caer, la gente se sigue muriendo de las formas más analógicas que quepa imaginar. La gente se cae por las escaleras, se estrella con los coches, se atraganta con un hueso de pollo, se pega un tiro en la sien, se cuelga de una viga... También enferma, claro, y le duele el estómago, por hablar de una víscera hueca, aunque tan complicada como las macizas. Pero hablamos de dolores analógicos como el del reuma o la lumbalgia. De hecho, solo sufren patologías digitales aquellas personas para las que el ordenador y el móvil constituyen extensiones de su cuerpo, de modo que se bloquean a la par. Progresar hacia el universo de los bits con un cuerpo hecho de átomos es como instaurar el paraíso comunista en la Tierra. Quizá no sea imposible, pero requiere cantidades ingentes de energías y de buena voluntad, como fabricar un rifle de balas inmateriales. La bala inmaterial, como concepto moral, funciona, pero como útil de caza es un desastre. La cuestión es si podemos prescindir de la caza. Y del asesinato.
Se evoluciona mejor de lo inmaterial a lo material que al revés. De hecho, Dios, que es puro bit, nos hizo, aunque de barro, a su imagen y semejanza. Pero cómo volver desde el barro a la condición etérea de Dios con toda esta arquitectura ósea tan evidente o con toda esta masa muscular tan grosera. Cómo abandonar el cuerpo sin perder al mismo tiempo el alma. Al dinero le da igual manifestarse en papel moneda que en bitcoins porque se trata al fin de un producto imaginario. Pero un trombo es un trombo y una trombosis pulmonar una putada. La digitalización, en fin, acaba donde comienza el hambre, esa necesidad analógica.
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