Coronas
No tenemos una monarquía de linaje divino, sino constitucional, y la representan ciudadanos como Felipe y Letizia, quienes en ningún momento se han apeado de su ciudadanía
¿Cómo les contarán a los niños, en sus colegios, lo que es una monarquía? Un rey es fácil de explicar, pero la institución monárquica es un artículo tan técnico como las trompas de Falopio. Hay que empezar por distinguir entre los monarcas absolutos y la monarquía parlamentaria, que apenas conserva algún rasgo de las viejas coronas, aunque sí lo más mítico, la herencia de sangre. Es uno de los últimos lugares en donde la sangre humana conserva un carácter mágico y poético.
En España hay una obsesión por las dinastías. Es frecuente que algunos políticos emitan los más chocantes juicios sobre lo que llaman “los Borbones”. Sin embargo, los Borbones ya no pintan nada. No tenemos una monarquía de linaje divino, sino constitucional, y la representan ciudadanos como Felipe y Letizia, quienes en ningún momento se han apeado de su ciudadanía.
No deja de ser curioso que se hable tanto de los Borbones, pero apenas se mencione la dinastía que nos puso en el mapa universal: los Habsburgo. Esta familia centroeuropea se llamó aquí “los Austrias”. Dos de sus reyes, Carlos V y Felipe II, ampliaron España hasta los confines del planeta. El suyo era un linaje de orígenes sanguinarios y (sorprendentemente) suizos. El primero de la saga, Kanzelin (siglo X), nació en Argovia, según Martyn Rady, cuya historia global de los Habsburgo acaba de publicar Taurus.
Quizás para compensar sus violentos orígenes, los reyes de esa casa fueron fanáticos defensores del catolicismo romano, lo que al cabo les condujo al desastre cuando el norte se hizo protestante y los musulmanes penetraron por el sur hasta Viena. Una tenaza religiosa los estranguló. Lo encantador es que, comparados con los Habsburgo, los Borbones fueron más bien “progresistas”. Ya ves tú.
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