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Columna
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Escalonemos la entrada al trabajo

Además de constituir una medida eventualmente útil contra la propagación del virus, flexibilizar horarios suele resultar positivo tanto para los trabajadores como para las empresas

Xavier Vidal-Folch
Viajeros en la línea 1 del Metro de Madrid la semana pasada.
Viajeros en la línea 1 del Metro de Madrid la semana pasada.Mariscal (EFE)

Además de las medidas duras contra el contagio que tanto cuestan, las hay más suaves. Pero en ocasiones eficaces, fáciles de entender y adoptables por acuerdo social de base, y a nivel local. Por ejemplo, ahora insistimos en el peligro de los aerosoles y la consiguiente conveniencia de la ventilación, la máxima vida posible al aire libre y el higienismo: algo que arrastra una tradición de siglos.

Otra, aunque con menor grado de verificación, es reducir la densidad de ocupación del transporte público. Empresas del ramo y autoridades niegan que sea un foco de contagio. Pero esa aseveración es difícil de comprobar, porque el carácter episódico de cada viaje no contribuye a recolectar evidencias.

En sentido contrario, la Agencia Europea para la Seguridad y Salud en el Trabajo incluyó en abril, entre sus recomendaciones para una vuelta segura a la actividad laboral, facilitar que los trabajadores se desplacen a su puesto en medios de transporte privados y aplicar horarios flexibles. Un método más sencillo y accesible para alcanzar el mismo objetivo sería forjar pactos entre las patronales, los sindicatos y los gobiernos locales para segmentar en dos o tres franjas la entrada al tajo: las empresas municipales de transporte se autoorganizarían mejor.

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Además de constituir una medida eventualmente útil contra la propagación de esta segunda ola —y en el peor de los casos, inocua—, este método sintoniza con la tendencia continuada a flexibilizar horarios. Que suele resultar positiva tanto para los trabajadores (pues se organizan mejor su vida) como para las empresas (ya que mejoran su clima laboral interno).

El paradigma de la jornada estricta de ocho horas y el horario laboral rígido acusa un retroceso desde hace años, por imperativo de otras necesidades sociales: los permisos de maternidad/paternidad, las nuevas normas y convenios para la mejor conciliación de la vida laboral y familiar y la explosión del teletrabajo desde el estallido del coronavirus son hitos de esa secuencia.

Los tiempos modernos de hoy no son ya los de Charles Chaplin. Son los de los horarios fijos variables (varios modelos con diferentes horas, de los que se acaba escogiendo uno), flotantes (el trabajador elige entre márgenes fijados por la empresa), o libres (jornada a elección), que compaginen mayor libertad con igual o mayor eficacia productiva. Importan más los resultados y la satisfacción que faciliten la consecución de los objetivos, que el amarre a un único reloj de entradas y salidas.


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