Ciudades en cuarentena
Si se sostuviera la pandemia, no es descabellado pensar que una parte de la población urbana se instale en zonas residenciales de la periferia
La ciudad es la medida de todas las cosas. Véase, sin ir más lejos, cómo los confinamientos de estas semanas tienen el término municipal como base. Población, servicios, trabajo… la vida siempre se desarrolla en torno a ellas. Una dinámica, por cierto, que la globalización no ha hecho sino potenciar. Hoy la mitad de la población mundial vive en ciudades y se estima que las 600 mayores del mundo concentran el 58% de la riqueza mundial.
¿Cómo afectará la pandemia a nuestras ciudades? Sabemos que esta crisis impulsará el teletrabajo el cual, a su vez, está asociado con ocupaciones de alto valor añadido y sectores con más recursos. Si se sostuviera la pandemia, no es descabellado pensar que una parte de esta población se instale en zonas de la periferia, también más baratas. Después de todo, mientras haya servicios accesibles en automóvil y el principal activo de los cascos urbanos (ocio y restauración) esté tocado, tiene cierta lógica. Evitar los contagios pasa por tener casas más grandes, espaciando en lo posible nuestras actividades sociales.
Sin embargo, esta posibilidad también supone (de materializarse) una erosión en la sostenibilidad del tejido urbano. Tener ciudades densas suele ser más eficiente desde una perspectiva energética y, si se acompaña de buen transporte público, también desde la movilidad. Además, cuanto más dispersa esté la población más complicado es una buena cobertura de servicios públicos. Por tanto, la pandemia podría causar mayor segmentación espacial en nuestras ciudades, algo que aceleraría una dinámica presente en muchas ciudades; abandonar la inversión en los cascos urbanos porque el atractivo electoral está (aún más) en las periferias.
Este desafío no es inmediato, pero la crisis de la covid-19 ofrece una oportunidad para repensar los espacios públicos de nuestras ciudades si se quiere amortiguar esta dinámica. La clave es conseguir que tanto infraestructuras como servicios estén más integrados y que sean cada vez más accesibles en trayectos cortos a pie.
Es verdad que esto parece todo un reto tanto la difícil situación económica y el escaso músculo institucional de los entes locales. Sin embargo, muchas actuaciones no son caras y requieren más imaginación que inversiones. Consolidar vías de un solo sentido, instalación de carriles bici, ampliación (tanto como haga falta) de espacio de terrazas comiendo espacio al automóvil, cesión de espacios municipales como centros dotacionales de salud-educación para asegurar aforos, peatonalización de calles…
Pero, además, los fondos de la UE son una oportunidad de oro para impulsar infraestructuras y servicios de nuestros entes locales. Las ciudades son la primera línea de defensa contra el virus y las primeras en acusar su golpe. Una oportunidad que no podemos desaprovechar es usar las inversiones comunitarias para sacar a nuestras ciudades de la cuarentena.
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