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Columna
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Ni sexo, ni dinero, ni venganza

A Donald Trump le resbalan las acusaciones. Ya ha dado sobradas muestras de ello

Jorge Marirrodriga
El presidente de EEUU, Donald Trump.
El presidente de EEUU, Donald Trump.CARLOS BARRIA (Reuters)

El sexo, el dinero y la venganza suelen ser las tres líneas generales de investigación de un crimen y curiosamente también los tres flancos débiles por los que se puede tratar de atacar con relativa efectividad la reputación de alguien. Una imagen pública puede verse manchada para siempre por una conducta sexual inadecuada, por la apropiación indebida de dinero —cualquiera que sea el formato de dicha apropiación— o si se demuestra que detrás de lo que esa persona hace se esconde una voluntad de tomarse la revancha de algo. Todos somos partidarios de la justicia, pero, en general, recelamos de los ajustes de cuentas.

Donald Trump ha sido señalado por evasión fiscal, en una profusa investigación de The New York Times, en un país que tendrá lo que tenga, pero que es admirable en cuanto al concepto de que pagar impuestos es una cosa muy seria. A horas del primer debate presidencial, el fantasma del móvil del dinero se cierne sobre el presidente. Pero independiente de la veracidad del hecho —¿acaso no importa que el hecho sea veraz? en las próximas líneas el lector verá que importa un pimiento—, sirvan como indicio de lo que puede suceder las dos veces en las que la reputación del presidente ha sido atacada por los otros dos flancos: el sexo y la venganza.

El sexo. A Trump se le ha acusado de machista. Él se ríe y lo niega. ¿Pero no dijo y está grabado aquello —que no se escucha ni las letras de reggaetón—, de que “si eres famoso puedes coger a las mujeres por el coño”? Claro que lo dijo. Es su voz. Si, pero no soy machista, pasemos a la siguiente pregunta. Es más, muchos de sus seguidores consideran que Trump no solo no es machista, sino que es el perfecto crisol de un hombre moderno con los valores conservadores. El que haya hecho parte de su fortuna en el negocio del juego —actividad que no premia precisamente el trabajo duro—, o el que su conocido historial genito-amoroso, oficial y extraoficial, gratis y de pago, no coincida exactamente con el modelo de familia tradicional, simplemente es obviado. Y a Trump le da igual.

La venganza. A Trump se le abrió un proceso de destitución por presionar al presidente de Ucrania para que este le encontrara unos trapos sucios que le sirvieran contra Joe Biden. La presión que puede hacer sobre algo o alguien el presidente de EE UU no es precisamente la de un presidente de comunidad de vecinos que reclama los atrasos en las cuotas. Biden es hoy su rival para la presidencia, pero Biden, que conoce al Partido Republicano mejor que Trump y al Congreso como si fuera el salón de su casa, tuvo en 2016 una activa e interesante labor cuando se veía venir que, contra todo pronóstico, Trump podía ser nominado candidato republicano. Lo suyo, por tanto, viene de lejos. Las conversaciones existieron, las presiones existieron y todo quedó probado ante el Congreso. Y si no fue destituido fue porque el Partido Republicano, obvió lo que había sucedido. Y a Trump le dio igual.

Y ahora toca el dinero.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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