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Columna
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¿Volverá a gobernar la derecha?

A la vista de la actual fragmentación territorial del Congreso, si aquí no innovan, la declaración de Iglesias puede convertirse en una profecía autocumplida

Fernando Vallespín
Pablo Casado durante la cumbre del EPP telemática, en la sede de Génova.
Pablo Casado durante la cumbre del EPP telemática, en la sede de Génova.Europa Press

El otro día, Pablo Iglesias dijo al PP en el Congreso que la derecha nunca ganaría las elecciones. Contrariamente a lo que ha sostenido cierta prensa, creo que hablaba más como analista político que como “populista venezolano” o trumpista de izquierdas; que hubiera un ánimo de emplear trucos para evitarlo. Si se mira la composición del Congreso, la actual derecha tiene muy difícil conseguir una mayoría electoral en España, aunque el PP quedara como partido más votado. Es decir, que rebus sic stantibus la oposición lo tiene crudo. Aun ganando a la izquierda en número de votos es muy difícil que puedan gobernar. Si esto es así, y a la vista de los muchos errores del actual Gobierno y el estado del país, debe haber algo que están haciendo muy mal. Su expectativa de victoria debería ser abrumadora.

Lo sencillo es apuntar contra su líder, Casado, que obviamente no está a la altura. Basta ver su reacción durante la crisis de la covid y su actitud ante el marasmo madrileño. Pero tengo para mí que el problema es más profundo. Afecta a su mismo discurso, cada vez más alejado de la realidad del país. En primer lugar, porque, como otras derechas europeas, no ha sabido responder al nacional-populismo con un mínimo de inteligencia. Le entró al trapo a Vox cuando le acusó de ser la “derechita cobarde” y, a partir de ahí, perdió la brújula que lo orientaba hacia el centro. Y quien se mete en guerras culturales deja desguarecido también el flanco de la representación de intereses. Los suyos se han organizado ya por sí mismos para negociar con el Gobierno. Una derecha no pragmática, ideologizada, es viejuna, deja de ser útil para resolver problemas.

Segundo, tiende a caer en el mismo error que la socialdemocracia tradicional; a saber, eso que Blair llamaba “conducir con el espejo retrovisor”: se fijan más en los conflictos del pasado que en los desafíos del futuro. Está muy bien recordar a las víctimas de ETA, a los pactos de la Transición y su proyecto de concordia nacional, incluso lo que significó en su momento la apuesta por el “constitucionalismo”. Pero, se lo digo como profesor universitario en contacto permanente con los jóvenes, la sociedad se mueve, y las recetas pretéritas ya no sirven para apaciguar los nuevos temores y abordar los retos del porvenir, lo que de verdad importa. ¿Por qué es incapaz de incorporar un mínimo de sensibilidad verde o de género, por ejemplo? O, ¿por qué no acaba de abandonar todos los residuos del franquismo, ese pánico por afrontar nuestro pasado más vergonzante? ¡Hay miles de otros temas a los que hincarles el diente!

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Tercero: al final todo revierte sobre su concepción de España, que solo admite un dibujo en blanco o negro. Resulta, sin embargo, que en ella predominan los grises. Se comprende que combata la proliferación de los Teruel-también-existe, o se oponga al independentismo catalán; pero no que caiga en esencialismos identitarios. España al final será lo que los españoles quieran, no el producto de un molde apriorístico. A la vista de la actual fragmentación territorial del Congreso, si aquí no innovan, la declaración de Iglesias puede convertirse, en efecto, en una profecía autocumplida.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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