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Columna
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‘Bankijote’

Como en las andanzas de Don Quijote, allá donde los demás veíamos en Bankia una venta (arregladita), nuestros hidalgos de izquierdas vislumbraban un castillo en el que cumplir todas sus fantasías de progreso nacional

Víctor Lapuente
Oficinas de Bankia y La Caixa en la calle Reyes Católicos, Sevilla.
Oficinas de Bankia y La Caixa en la calle Reyes Católicos, Sevilla.PACO PUENTES

En mi primera clase en la universidad, el profesor nos dijo que los cuatro grandes misterios de la humanidad son: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, y quién es el dueño de La Caixa. Esta incógnita universal ha adquirido dimensiones cósmicas tras la fusión con Bankia. La mastodóntica entidad integrará en su seno 18 ex cajas de ahorro, con sus más de 50.000 trabajadores y 6.000 sucursales.

Antes de echar a andar, el nuevo banco asusta a izquierdas y derechas. Muchos liberales temen que sea “demasiado grande para quebrar”. Y muchos progresistas se sienten decepcionados porque la nacionalizada Bankia no podrá ejercer ese mítico papel de “gran banco público”: una apoteósica máquina con capilaridad en todo el territorio nacional y capacidad financiera para regar el crecimiento de un nuevo tejido industrial —tecnológico, verde, igualitario, sostenible y orgánico— con el que España dará carpetazo a un modelo económico basado en el ladrillo, el turismo y la hortaliza (no ecológica). Como en las andanzas de Don Quijote, allá donde los demás veíamos en Bankia una venta (arregladita), nuestros hidalgos de izquierdas vislumbraban un castillo en el que cumplir todas sus fantasías de progreso nacional.

Olvidaban que, en general, las experiencias de bancos públicos no son muy prometedoras. Los Estados pueden y deben actuar para fomentar el emprendimiento y la industria, pero elegir de antemano los sectores (y los empresarios) concretos no sólo es ineficiente, sino contraproducente.

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En España tenemos un problema añadido: confundimos público con político. Nuestra manera de medir lo pública que es una institución es contar el número de asientos del consejo de administración que están ocupados por personas designadas por los partidos. Unos, ilusos, creen que es la mejor manera de hacer que una organización, como una caja de ahorros, genere valor público. Otros, cínicos, saben que es la fórmula para colocar a los simpatizantes del partido y engrasar el apoyo de intereses económicos locales.

Como documentan los economistas Lourdes Torres, Vicente Pina y Patricia Bachiller, cuanto mayor es el porcentaje de políticos en el consejo de administración de una caja de ahorros, peor funciona esta. Porque los políticos presionan para que se financien proyectos que den votos para el partido, no resultados para la comunidad. @VictorLapuente

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