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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Abraham en Washington

El histórico acuerdo de normalización de relaciones entre Israel, Emiratos Árabes y Baréin abre un nuevo escenario en Oriente Próximo

Los firmantes del tratado, en la Casa Blanca junto a Donald Trump.
Los firmantes del tratado, en la Casa Blanca junto a Donald Trump.TOM BRENNER (Reuters)

La firma ayer en Washington del histórico acuerdo de normalización de relaciones entre Israel de un lado y Emiratos Árabes y Baréin de otro abre un nuevo escenario en Oriente Próximo tanto en el equilibrio de fuerzas en la región como en la situación en el conflicto entre Israel y Palestina.

La resolución pacífica de cualquier desavenencia o conflicto por la vía diplomática es el marco en el que siempre deberían arreglarse estas cuestiones en la comunidad internacional. En este sentido el acuerdo alcanzado por los Gobiernos de los tres países y auspiciado por Washington es, sin duda, una buena noticia. Tiene importantes precedentes —siempre en el mismo escenario— en los tratados de paz firmados por Israel primero con Egipto y luego con Jordania en el pasado y mantenidos hasta ahora con éxito. Desgraciadamente, no sucedió lo mismo con los acuerdos de Oslo, ratificados también en la Casa Blanca por el asesinado primer ministro israelí Isaac Rabin y el desaparecido líder palestino Yasir Arafat, cuya implementación quedó truncada prolongando hasta hoy un conflicto convertido en la piedra de toque de las relaciones entre Israel y el mundo árabe. En cualquier caso, la firma de los bautizados por la Administración de Trump como Acuerdos de Abraham puede suponer un paso importante para que Israel alcance la paz con los países árabes.

No obstante, este avance en principio positivo plantea dos cuestiones importantes de alcance regional y global que no pueden ser pasadas por alto. En primer lugar, en el enfrentamiento de carácter estratégico y religioso que libran Arabia Saudí e Irán. Riad ha decidido unir a su campo a Israel, un poderoso enemigo irreconciliable del régimen de los ayatolás. Y lo hace aun a riesgo de abrir fisuras en las sociedades árabes que durante décadas han recibido un mensaje antiisraelí. A nadie se le escapa que estos acuerdos no hubieran sido posibles sin, al menos, la luz verde de los saudíes y no resulta descabellado pensar que son la antesala de una normalización entre Arabia Saudí e Israel. Un escenario en el que los dos aliados más próximos de Washington en la zona estarían alineados y coordinados contra el enemigo común de los tres: Irán.

La segunda cuestión es que la solución a la ocupación israelí de Palestina no puede ser considerada un asunto de importancia secundaria o simplemente un problema irresoluble y agotador. Al contrario, el acercamiento entre Israel y el mundo árabe que se está produciendo resta excusas para disminuir cualquier esfuerzo o iniciativa para lograr una paz justa entre israelíes y palestinos. Y eso sí que sería un hito verdaderamente histórico.

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