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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sin máscaras

La UE debe prepararse por si Johnson opta por forzar un Brexit sin acuerdo

Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido.
Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido.Steve Parsons (GTRES)

Tras rectificar su empecinado desdén ante las mascarillas sanitarias, ahora el primer ministro británico, Boris Johnson, acaba de quitarse la máscara con la que pretendía alcanzar un verdadero acuerdo de futuro tratado comercial con la Unión Europea (UE). No es así, porque en un acuerdo todas las partes realizan concesiones, y él no ha abierto siquiera el mínimo resquicio para ninguna en los dos asuntos clave que —como conoce perfectamente— impiden a los negociadores europeos firmar ningún acuerdo.

A saber, un régimen pesquero amigable en sus aguas, y no marcado por la confrontación entre flotas y pescadores. Y la igualdad o equivalencia de las normativas públicas en los ámbitos fiscal, laboral y medioambiental para consolidar la igualdad de condiciones de funcionamiento de las empresas a uno y otro lado de La Mancha. Su negativa prefigura una amenazante competencia desleal según el modelo Singapur, por otro lado largamente ensayado en los insolidarios paraísos fiscales de las islas del canal, donde impera la delincuencia de cuello blanco.

A estos datos resultantes de las últimas rondas negociadoras y de los tanteos previos a la octava de ellas, que debe iniciarse hoy, Johnson les acaba de añadir sendos torpedos a la flotación de cualquier entendimiento.

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Uno es la preparación urgente de una nueva ley nacional reguladora del mercado interior británico tras su autoexclusión del europeo, que diluiría la fuerza vinculante de lo ya pactado con los 27 en el Acuerdo de Retirada sobre el régimen comercial de Irlanda del Norte (mantendría una frontera con el resto del reino) y sobre el estricto control de las ayudas estatales. El negociador europeo Michel Barnier ha sentenciado sobriamente que “todo lo firmado debe ser respetado”.

La otra amenaza viene con la eliminación de la máscara dialogante. A la milmillonaria campaña de publicidad ya en marcha, destinada a reconciliar a los ciudadanos con una estrepitosa salida sin acuerdo de futuro, le añade ahora que este “será un buen resultado para el Reino Unido, como he dicho desde el principio”.

Todos saben, y más que nadie el liberalismo inglés, que no será bueno. Porque implica altos aranceles, desaprovisionamientos al menos temporales, encarecimiento de precios, y obstáculos crecientes para acceder al mercado de su mayor socio comercial, la Europa continental. Por eso trata ahora de aplicarle otra máscara, la de una relación comercial solo estructurada sobre los frágiles lazos de las reglas de la OMC —minimalistas en relación con los vínculos asentados durante más de cuatro decenios con los europeos—, disfrazando el “no acuerdo” con un “acuerdo a la australiana”, como si el tono de las voces invirtiese el sentido de las palabras.

Hay que tomarse en serio esas amenazas. Sin dejar de defender la bondad de un pacto como el que la UE propugna —cero cuotas, cero aranceles, normativa equivalente—, esta debe sobre todo prepararse ya, también mentalmente, para un escenario de pequeños y mínimos acuerdos sectoriales de circunstancias. Y para no dar por sentados beneficios ya considerados, como el acceso británico a programas europeos, el alcance de los apoyos a la paz en Irlanda del Norte o las vías de compartir datos, tecnologías u organismos: si Londres lo voltea todo, todo debe ser reconsiderado. La flexibilidad propia del poder suave europeo limita con la dignidad y el respeto.


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