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Columna
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La luz de septiembre

Este año esa luminosidad no alcanza a embellecer la tierra, ensombrecida por una peste que nos amenaza a todos y por la estupidez humana, que ni siquiera en circunstancias así se corrige

Julio Llamazares
La luz de septiembre lo cubre todo de un color dorado que hace que los objetos y las personas parezcan otros.
La luz de septiembre lo cubre todo de un color dorado que hace que los objetos y las personas parezcan otros.CHRIS DELMAS (AFP)

Septiembre es verano aún, pero su luz amarilla anticipa el otoño, lo que nos sume en una contradicción. La luz de septiembre es luz otoñal y no del verano al que pertenece, lo cual nos hace sentirnos entre dos estaciones, la luminosa y festiva de las vacaciones y la melancólica de la vuelta al colegio o al trabajo, según cada uno. Septiembre, en todo caso, es mes de reiniciación, que es lo mismo que decir de vuelta, pero también de abandono y de pérdida. Por eso nos entristece y nos remueve a la vez.

La luz de septiembre lo cubre todo de un color dorado que hace que los objetos y las personas parezcan otros, o por lo menos no los de siempre. Después de un tiempo de pausa y con la luz madurando como los frutos, el mundo parece más reposado, menos hiriente, más tranquilo y habitable, si bien un poco nostálgico por lo que quedó detrás, en las largas noches de junio y julio o en las soleadas jornadas de agosto frente a las playas o frente a las montañas azuladas por las que las nubes pasan como en el poema de Jesús Munárriz (Y como nubes pasarán los días), o se amontonan formando tormentas como en la película de Felipe Vega. Este verano, no obstante, ni unas ni otras han sido como fueron siempre. La amenaza del virus que sigue con nosotros ha hecho que las noches de verano y las tardes de playa o en la ciudad hayan tenido un pálpito de inquietud, ese pálpito que les da a nuestra existencia la incertidumbre, que es lo contrario a la seguridad deseada y buscada por casi todos. Por vez primera muchas personas hemos vivido el verano sin saber si tendría un final y, sobre todo, sin la seguridad de que tras él llegaría el otoño como ha sucedido siempre, sin sobresaltos ni variaciones dignos de tener en cuenta. Por eso, sorprende que nuestros políticos hayan vuelto a su actividad prácticamente igual que se fueron, sin percibir que el verano no ha sido normal y que la luz de septiembre lo muestra con más crudeza anticipando un otoño lleno de incertidumbre. Ni la nueva oleada del coronavirus, que va in crescendo de nuevo, ni el cambio en la responsabilidad de combatirlo, que antes lo era del Gobierno solo y ahora lo es también de los autonómicos, parece haber cambiado las posturas enfrentadas, como demuestran algunas declaraciones. Más bronceados por el sol, pero sin cambiar de ideas, siguen diciendo las mismas cosas que antes de las vacaciones, como si a ellos lo sucedido en todo este tiempo no les importara mucho y, sobre todo, como si de lo sucedido antes, entre los meses de marzo y junio, no hubiesen aprendido nada. La luz de septiembre, tan bella y melancólica siempre, se vuelve así un tanto siniestra, no en el sentido en el que se entiende comúnmente el término, sino en el que le daba el filósofo alemán Schelling: “Lo siniestro es aquello que, teniendo que permanecer oculto, se nos ha mostrado”. Una definición romántica que completa a otra de Rilke: “Lo bello es el comienzo de lo siniestro que aún podemos soportar”, y que define como pocas estos días cuya luz amarilla es la misma de todos los septiembres, pero no alcanza a embellecer la tierra, ensombrecida por una peste que nos amenaza a todos y por la estupidez humana, que ni siquiera en circunstancias así se corrige.


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