Rehenes de Polonia
Pese a todo el dinero recibido de la UE, la exclusión y la desigualdad alimentan al partido en el poder
Calculemos todo, hasta el último céntimo. Desde 2004, las arcas de la Unión Europea le han transferido a Polonia 181.000 millones de euros. A cambio, nosotros, por la condición de miembro, hemos aportado 56.000 millones. El balance, por tanto, es de 125.000 millones a nuestro favor. Ningún otro país nuevo de la Unión ha recibido tanto dinero como Polonia. En los próximos siete años, la Unión Europea proporcionará a Polonia hasta 160.000 millones de euros, con cargo al presupuesto y al Fondo para la Reconstrucción tras la pandemia del coronavirus, de diversas formas.
Esta gigantesca suma se ha destinado, fundamentalmente, a salvar el abismo entre mi país y Occidente. Los que hayan visitado Polonia en los años noventa saben a qué me refiero: ciudades grises de burócratas, infraestructuras en condiciones extremas, una economía atrasada... Si alguien me hubiera dicho entonces que Polonia, tras lograr en 1989 sacudirse el yugo del comunismo, en 10 años se convertiría en miembro de la OTAN y luego de la UE, me habría muerto de la risa.
El grifo de fondos europeos se abrió de par en par y Polonia se convirtió en una enorme obra de construcción. Recuerdo mis viajes desde Polonia hasta Alemania a principios del siglo XXI y al final de su primera década. Las diferencias entre el oeste de Polonia y la antigua RDA se desvanecieron rápidamente, aunque Alemania bombeó mucho más dinero a su propio Este que lo que la UE le dio a Polonia. Al viajar a las viejas ciudades de la antigua República Democrática o Alemania del Este, mi impresión era que la transformación en Polonia marchaba mejor y más rápido.
Y es que el dinero de la UE no era una donación sin más. En parte compensaba una injusticia histórica. Polonia fue la primera víctima del Tercer Reich y, aunque los soldados polacos lucharon en muchos frentes, una vez acabada la guerra, Occidente, sin ningún remordimiento, nos dejó en manos de Stalin. Polonia se convirtió en satélite de la URSS y no pudo beneficiarse del Plan Marshall, quedando excluida de la participación en el proyecto de una Europa unida.
Además, toda Europa se benefició de los cambios en la nueva Polonia. Las autopistas construidas en nuestro país mejoraron la comunicación con el Este; por las nuevas carreteras transitaban los camiones que transportaban las piezas de automóvil suministradas por las fábricas polacas a las alemanas; en los aeropuertos, aviones llenos de turistas polacos despegaban rumbo a los destinos turísticos de Grecia o España. Fueron compañías occidentales, con equipo occidental y basándose en tecnologías occidentales, las que construyeron todas esas infraestructuras. Así gran parte del dinero invertido por la UE en Polonia volvió a Occidente.
Si bien Polonia ha evolucionado, el cambio no se distribuyó de manera equitativa; apenas se percibe lejos de las grandes metrópolis. Esto dio lugar a un sentido de la injusticia y la exclusión.
He aquí el combustible del partido nacional-conservador Ley y Justicia (PiS en sus siglas polacas), que tomó el poder en Polonia en otoño de 2015. Para el PiS, la Unión no es más que una hucha. Este partido no quiere oír hablar de la observancia de las normas a las que Polonia se ha comprometido a través de los tratados de la UE. Al contrario, ha destruido los tribunales independientes, los medios de comunicación libres, y ahora extiende sus garras sobre las ONG. Si bien la Unión lleva cuatro años tolerándolo, ahora amenaza con retirar el dinero concedido en el nuevo presupuesto de la UE por haber infringido sus principios fundamentales. Pero, ¿se atreverá realmente a dar este paso? ¿Y qué impacto tendría en la opinión de los polacos sobre la Comunidad, hasta ahora entusiasta?
Así, pues, Polonia recibe dinero de la UE a manos llenas y así seguirá haciéndolo durante un tiempo (hasta 2027, según las previsiones anteriores a la pandemia), antes de que la carga de pagar a los más pobres recaiga también sobre nuestros hombros.
Pero no todo se puede reducir al dinero. Polonia debería involucrarse más en las acciones de la UE, impulsar la integración europea, profundizar en la política de defensa común, tan importante dada nuestra ubicación geográfica. En lugar de desempeñar un papel relevante en el desarrollo de nuestra comunidad —Polonia es el quinto país más grande de la UE tras la salida del Reino Unido— nos hemos convertido en un freno, como puede verse, por ejemplo, en la oposición a la política climática de la UE. Y lo que es peor, Polonia, que sigue una deriva cada vez mayor hacia el autoritarismo, ha dejado de ser un modelo para los países que aspiran a una Europa unida. La política europea de Polonia se ha convertido en rehén de los juegos internos del partido en el poder... y eso es algo que no va a cambiar pronto.
Bartosz T. Wielinski es adjunto a la dirección del diario Gazeta Wyborcza.
Traducción de Amelia Serraller Calvo.
© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
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