Esplendor y miseria
En la política son imprescindibles los profesionales. Resisten con piel de elefante y avanzan imperturbables donde los aficionados se arrugan
Si un observador recién llegado hubiera leído la prensa española durante la semana quedaría estupefacto. Según las crónicas y los despieces de opinión, la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria del PP eliminaba a la mejor representante política que ha campado por España en décadas. Conocíamos de sobra la tendencia a la exageración en el género de la necrológica. En este caso ha funcionado esa otra piedad hiperbólica, que concede al perdedor mucha más dignidad que a los ganadores. Es una victoria pírrica que se lleva aplicando desde hace años en las partidas de mus. En ellas, los ganadores son felicitados por los perdedores, que les recuerdan, eso sí, que han jugado fatal. Estoy seguro de que Álvarez de Toledo habrá leído con la distancia emocional que requiere tanto elogio. Ojalá tenga tanta vida por delante que pueda divertirse al ver cómo se deshincha el globo. Sin embargo, conviene analizar los elogios a su capacidad política y a su personalidad libre desde una óptica de desprecio ventajista contra los profesionales de la política.
Soy de los que creen que en la política son imprescindibles los profesionales. Resisten con piel de elefante y avanzan imperturbables donde los aficionados se arrugan. Se ve claramente cuando la política invita a participar a un ajeno a ese oficio, ya sea por su relevancia en otras profesiones o por su perfil atractivo. Cuando llegan las olas fuertes, se baja del barco y vuelve a su casa. Como un espontáneo que se subiera al camión de bomberos y al llegar al incendio reconociera sin pudor que le da miedo el fuego. En el caso que nos ocupa, Pablo Casado, que puede tener sus defectos, pero es un profesional bregado en la política, ha culminado la rectificación de sus fichajes estrella. Reconocer que no le han funcionado ni Álvarez de Toledo, ni Juan José Cortés, ni Suárez Illana, ni Iturgaiz requiere valentía. Le falta quizá mirar hacia su director deportivo, García Egea, responsable de una política de fichajes vana. Es evidente que Cuca Gamarra o Ana Pastor ofrecen al partido un abanico de estrategias mucho más aproximado a lo que necesita el país en estos momentos. Del mismo modo que después de elogiar sin medida la inconsistencia de Díaz Ayuso, se ha terminado por reconocer el modelo de Martínez Almeida como más potable.
Si revisamos las hemerotecas, el instante de más baja valoración de los políticos españoles tuvo lugar coronada la pandemia, cuando el espectáculo de descalificaciones en el Parlamento avergonzó a la población. No era eso lo que los españoles ansiaban. Quizá Álvarez de Toledo confundió entonces inteligencia con ofensa, independencia con individualismo y libertad de criterio con autosatisfacción. El partido le ha propinado una lección dolorosa, pero útil. Hay que enderezar el rumbo. Sucede igual con su contendiente Pablo Iglesias. El vicepresidente se equivoca cuando justifica insultos a periodistas o utiliza ese tono zahiriente de abusón. Pero el acoso a su hogar familiar es injustificable. Los opinadores hemos defendido a Álvarez de Toledo como una luz brillante parlamentaria porque ella es de los nuestros. Somos los que nunca nos equivocamos porque opinamos del partido al día siguiente de jugarse. Pero la política es otra cosa. Y sus profesionales, nos gusten o no, se ganan la vida con ella y sus miserias.
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