_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vacío para quién

Si queremos cambiar cosas, comencemos por reconocer nuestro privilegio, no sea que confundamos un mundo mejor con un mundo para nosotros

Jorge Galindo
Varias personas disfrutan en una terraza, en Madrid (España).
Varias personas disfrutan en una terraza, en Madrid (España).Óscar Cañas (Europa Press)

El hemisferio norte está atravesando su primer verano no aglomerado en décadas. Menos gente viaja, o simplemente sale, y quien lo hace se suele quedar más cerca. Pero hay más tiempo y más espacio, sobre todo en los principales puntos de atracción turística. Para algunos, esto parece ser reflejo de una suerte de “mundo mejor”, un beneficio colateral del virus.

Bueno, pues así es el espacio público cuando solo un grupo de privilegiados puede acceder a él. En este caso: las personas que no entran en los segmentos poblacionales de alto riesgo para el virus, y que además han podido mantener razonablemente sus ingresos sin necesidad de exponerse al contagio día tras día en trabajos que no podían realizarse desde casa. Lo suficiente como para no renunciar a unas vacaciones. Son privilegiados ahora porque lo fueron también desde el principio de la epidemia: pudieron quedarse en viviendas relativamente confortables, que mal que bien disponían de espacio, equipamientos y comprensión en el núcleo familiar para desarrollar una labor que, por su naturaleza, podía reubicarse fuera de una oficina. Además, la comparativamente baja afectación del virus entre estas personas, su acceso a mejor salud a lo largo de su vida, les permitía transitar la ola de contagios con un par de grados menos de preocupación, eligiendo (bajo las normas) cuándo salir y cuándo no. También, por supuesto, dispusieron de más tiempo para “reinventarse”, explorar nuevas actividades, o simplemente descansar durante los confinamientos.

Estos efectos redistributivos son relativamente inevitables. Lo llamativo es que alguien los interprete como un resultado benigno de la epidemia. No: es el mero reflejo de las desigualdades. Cuando paseamos por unas Ramblas menos populosas, cuando encontramos más fácilmente un destino vacacional o sitio en una terraza, ¿es nuestro bienestar momentáneo lo primero en que pensamos? ¿O nos atrevemos a activar la empatía, preguntándonos quién falta, por qué, y qué efectos tiene esa ausencia para las personas que viven de presencias?

Lo deberíamos hacer con la epidemia igual que en otros frentes (¿cambio climático?), en los que tendremos que buscar mecanismos para compensar costes inmediatos entre ciertos segmentos de la población. Si queremos cambiar cosas, comencemos por reconocer nuestro privilegio, no sea que confundamos un mundo mejor con un mundo para nosotros.@jorgegalindo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_