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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bielorrusia se mueve

Una nueva generación deseosa de libertad pide paso y quiere a Lukashenko fuera del poder

Protestas en Minsk, Bielorrusia, después de conocerse los resultados de las elecciones con una victoria de Aleksandr Lukashenko.
Protestas en Minsk, Bielorrusia, después de conocerse los resultados de las elecciones con una victoria de Aleksandr Lukashenko.STRINGER (EFE)

Tras las cuestionables elecciones del pasado domingo, el presidente Alexandr Lukashenko mantiene el poder en Bielorrusia, aunque debilitado y menguado en su legitimidad por unos resultados oficiales inverosímiles. En estos comicios no hubo observadores internacionales independientes y los periodistas fueron víctimas de la brutalidad sufrida sobre todo por los ciudadanos que se manifestaron por unas elecciones democráticas, no solo en Minsk sino también en las pequeñas ciudades de provincias. Bielorrusia depende económicamente de Rusia, que recortó sus subvenciones en los últimos años, y es también el principal aliado político y militar de Moscú en Europa, pese a los malabarismos de Lukashenko para presentarse como árbitro y sacar partido de Moscú y Occidente.

Tras las tensiones durante los comicios (una ciudadanía ansiosa de cambio y unos cuerpos militares, policiales y de seguridad que han respondido bien a los deseos del líder a juzgar por lo visto hasta ahora), el sistema de Lukashenko se perfila frágil e inestable. Es pronto para saber dónde se estabilizarán el nivel de represión y el de resistencia, pues el rechazo de la gente aún se expresa en las calles y está por ver si se extiende también (y cómo) por fábricas y centros de trabajo. Lo que sí quedó claro el 9 de agosto es que una nueva generación deseosa de libertad pide paso en Bielorrusia.

Por su emplazamiento estratégico y fronterizo con un escenario de guerra (Ucrania), Bielorrusia debería inspirar prudencia y sentido de la responsabilidad a los países de su entorno. Lo más probable hoy es que Rusia y Occidente mantengan sus posiciones y las orienten (de forma abierta o no) hacia el “otoño” de Lukashenko y su futura e inevitable sucesión. Esto supone que tanto Rusia como Occidente buscarán formas de afianzar sus intereses en Bielorrusia y lo harán con los instrumentos y los grupos de influencia y presión que ambas partes poseen.

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El Ejército y los cuerpos de seguridad de Bielorrusia están estrechamente unidos a los de Rusia. Estos sectores son bastante opacos para el profano, pero es difícil pensar que todos los uniformados servidores del Estado bielorruso aceptarían de buen grado ser absorbidos por Rusia, como quisieran algunos sectores neoimperialistas en Moscú. Moscú, por su parte, no parece dispuesta a permitir que Bielorrusia se vaya hacia Occidente, como querrían parte de los vecinos bálticos y centroeuropeos.

A encontrar la salida puede ayudar un proceso de reforma desde dentro de Bielorrusia y unos cambios constitucionales (prometidos por Lukashenko) que condujeran a una división de poderes de corte democrático. Tales intentos existen y parten de medios oficiales, pero habrá que ver hasta dónde llegan y si no han llegado ya demasiado tarde.


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