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Columna
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Un poco de oxígeno en Argentina: tanto o tan poco como eso

El acuerdo con los acreedores externos pone al país ante nuevos e inciertos desafíos económicos

Ernesto Tenembaum
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, el 1 de marzo en el Congreso.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, el 1 de marzo en el Congreso.Agustin Marcarian (Reuters)

Una de las preguntas clásicas que todo periodista —o sociólogo, o político, o pediatra, o futbolista—argentino debe responder, alguna vez en la vida, si le toca viajar al exterior y encontrarse con alguien que sepa algo de su país es: “What is peronism?”. ¿Qué es el peronismo? Como ocurre con las grandes preguntas de la vida —¿qué es la felicidad?, ¿cuál es el sentido de todo esto?, ¿qué es ser judío?, ¿cuándo termina la pandemia?— no tiene una respuesta única, ni taxativa, ni mucho menos definitiva.

Tal vez conscientes de esto, un sinnúmero de personas —en la Argentina y en el exterior— han modificado esa pregunta tan amplia por una mucho menos ambiciosa. Así, “What is peronism?” viró hacia “Who is Alberto Fernández?”, en referencia al presidente argentino que llegó a su puesto por una sucesión de golpes de suerte impensados: la líder de su espacio, Cristina Kirchner, sintió que no ganaría las elecciones y lo ungió como candidato, justo a él, que había sido colaborador de su marido pero luego un tenaz opositor a su propio gobierno.

Muchas de las personas que se preguntaron quién era Alberto Fernández pertenecían al mundo de los negocios. ¿Es chavista, kirchnerista, populista, pragmático, moderado, falso, sincero, de izquierda, de derecha? La respuesta era importante porque había mucho en juego: por ejemplo, qué haría este señor con la enorme cantidad de deuda impaga que había heredado de la gestión de Mauricio Macri.

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Luego de ocho meses de Gobierno, algunas de esas personas tuvieron una respuesta hace pocas horas. Fernández firmó un acuerdo con los acreedores externos que casi no reduce el capital de la deuda, pero sí, de manera muy importante, los brutales intereses pactados. De esta manera, la Argentina se compromete a pagar, pero logra recortar una parte muy importante de los desembolsos y logra cuatro años de gracia en los que casi no tendrá que hacer esfuerzos financieros.

Los ocho meses transcurridos fueron el escenario de una negociación que incluyó portazos, amenazas, duras calificaciones que iban y venían en una dirección y la contraria, propuestas de acercamientos, advertencias de que no habría una nueva propuesta, que ya no había nada más que ofrecer, novedades de último momento, nuevas concesiones de un lado, nuevas concesiones del otro, operaciones de prensa. En fin, todo lo que suele incluir una negociación de este tipo.

Del otro lado del mostrador, el de los acreedores, siempre sobrevolaba la misma pregunta. Who is Alberto Fernández? La traducción menos literal era: ¿estará dispuesto a cerrar un acuerdo o no le importa romper definitivamente con tal de proponerle a su país una gesta heroica que lo llevara a un camino extremo, al estilo venezolano?

La firma del acuerdo es un buen indicio sobre la respuesta a aquel interrogante. Hace unos días, Daniel Marx, un negociador histórico de la deuda externa argentina, lo definió. “El gobierno argentino es un conglomerado de sectores con opiniones diversas. Eso muchas veces traba el proceso de decisiones. Pero al final vence el pragmatismo”.

En concreto, Fernández firmó un acuerdo porque quería evitar los costos de que su país caiga, una vez más, en default, protegerse del descalabro financiero que eso provocaría e intentar reincorporar a la Argentina al mundo del dinero por si, en algún momento, el Estado o las empresas, como en todo el planeta, necesitan financiamiento. En otras partes, eso sería una cuestión normal, cosa de todos los días. Para Argentina es toda una definición. Fernández puede gritar, amenazar, patalear. Pero al final siempre —siempre— deja una hendija abierta para negociar.

“En economía, soy pragmático ciento por ciento”, ha dicho.

El acuerdo que acaba de firmar con los acreedores externos le da un poco de aire a un país ahogado por tres crisis sucesivas. La primera empezó en 2011, cuando gobernaba la actual vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. En ese año, Argentina dejó de crecer y nunca más volvió a hacerlo. En 2020, el PBI es menor que en 2011. La perfomance argentina es de las peores de Sudamérica.

La segunda crisis se desató en 2018, cuando los capitales que financiaban al país en los tiempos de Macri percibieron que era una plaza demasiado riesgosa y se fueron en manada. Quedó un páramo. La fuga de divisas obligó a Macri a devaluar una y otra vez, eso se trasladó a los precios internos y la inflación devoró el poder adquisitivo.

Por si fuera poco, en ese contexto de escasez, apareció el coronavirus. Fernández tuvo un manejo criterioso de ese desafío. La Argentina es uno de los tres países con menor cantidad de muertos por millón de habitantes en la región. Pero en las últimas semanas todo ha cambiado: cada noche los números de fallecidos superan el centenar. Y la crisis económica es durísima.

O sea, que para salir del atolladero, Fernández necesitará mucho más que pragmatismo. Paciencia, solvencia técnica, diagnósticos precisos, acuerdos con cada sector productivo, una política exportadora a largo plazo, coherencia en el frente interno de un gobierno muy heterogéneo, acompañamiento social.

Uno de los elementos que definió a los liderazgos peronistas en su historia es que convivieron con momentos de bonanza. Eso le sucedió a Juan Domingo Perón: llegó al poder luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando Argentina era, como dice el lugar común, el granero del mundo. Y a Nestor Kirchner, que llegó cuando la soja era carísima y llovían los dólares. Perón y Kirchner tuvieron dinero para repartir y eso les permitió decir que “los días más felices fueron, son y serán peronistas”.

Alberto Fernández está obligado a ser eso: un peronista en medio de la escasez.

No hay nada para repartir.

Apenas migajas

A partir de ayer, al menos, logró un poco de tiempo.

Algo de aire.

Un pequeño respiro.

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