Responsabilidad sin poder
De poco servirán la deuda mutualizada y la solidaridad de los europeos si al final prospera el nacionalismo, incluso con las vacunas
Poder sin responsabilidad es la fórmula populista. Es decir, disponer arbitrariamente de los poderes obtenidos por el voto democrático y luego descargar cualquier culpa por la gestión catastrófica hacia una oposición tachada de estéril, unas conspiraciones todopoderosas o unas élites empeñadas en mantener sus privilegios.
Todo se desmorona en cuanto llegan los jinetes del apocalipsis, cabalgando en este caso una pandemia intempestiva y enigmática. Los instrumentos del poder se deshacen en esas manos torpes y atolondradas, más atentas a la apariencia del control que ya han perdido que a la resolución de los problemas sanitarios.
Es el momento dramático en que caen las máscaras y aparece el rostro de la irresponsabilidad y del cinismo. Hay gente que va a morir por causa de estas decisiones. Y más gente que va a morir también por las indecisiones. Paralizados por los fracasos, desatenderán el doloroso aprendizaje y repetirán sus errores, añadiendo dolor y muerte al dolor y a la muerte ya ocasionados.
Llegará a continuación, y también les pillará desprevenidos, la devastación económica que sigue a la peste, con sugerencias de nuevas responsabilidades desviadas y la perpetua caracterización de los eternos culpables exteriores de los males interiores: la globalización neoliberal, Europa, el capitalismo, España, la derecha, la izquierda, la monarquía si se tercia…
Será también la hora de empobrecer al vecino, de pasar la factura a quien se halle más cerca de nuestra cosecha arruinada. Antaño fueron las devaluaciones, el proteccionismo comercial y los aranceles, ahora son las cuarentenas o las medidas sanitarias. Por ejemplo, asustar al turismo hacia el exterior para favorecer el turismo de los indígenas en casa. Por más que prosperen los esfuerzos institucionales y el endeudamiento mutualizado en Bruselas, de nada servirá la solidaridad de los europeos si al final prospera el nacionalismo, incluso con las vacunas.
El poder sin sentido de la responsabilidad, amparado en la mística y la mitología de unas falsas soberanías y emancipaciones nacionales o de clase, merece la respuesta adecuada de quienes asumen sus responsabilidades sin tener poder, que suelen ser la mayoría de los ciudadanos. Es decir, el ejercicio cívico de protegerse uno mismo y de proteger a los otros, a la vista de la escasa protección que suelen ofrecer quienes han recibido el encargo democrático de protegernos. Y luego, claro está, su traducción en las urnas, la mejor escoba para barrer a los irresponsables.
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