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Columna
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La política de la vacuna

No sólo hay que desarrollar una vacuna segura y efectiva: hay que hacerla creíble y accesible. Aquí, los Gobiernos desempeñan un papel primordial

Jorge Galindo
Una persona recibe la vacuna experimental de Moderna en Seattle (EE UU), en marzo.
Una persona recibe la vacuna experimental de Moderna en Seattle (EE UU), en marzo.Ted S. Warren (AP)

La noticia de que un proyecto de vacuna contra el SARS-CoV-2 en la Universidad de Oxford avanza a la fase de experimentación masiva para comprobar su efectividad ha llenado de esperanza los titulares y las redes. El (cauto) optimismo se abre paso en el campo científico, por este y otros proyectos en los cuales investigadoras e investigadores están haciendo un esfuerzo jamás visto en un campo en el que los éxitos normalmente se miden en años, no en meses. Es el aspecto político el que más preocupa.

Porque no sólo hay que desarrollar una vacuna segura y efectiva: hay que hacerla creíble y accesible. Aquí, los Gobiernos desempeñan un papel primordial. En EE UU, el abismo que dibuja la polarización partidista se está trasladando poco a poco a la cuestión de la vacuna. Jan Hoffman, especialista en salud y comportamiento de The New York Times, advertía esta semana de la creciente presencia en redes de mensajes del estilo “usaré la vacuna aprobada por el presidente Biden”, o de la capacidad de Trump de diseminar mensajes de desconfianza entre sus votantes. Si una vacuna se vuelve una cuestión partidista no dispondrá de la credibilidad necesaria.

Además, los países se están moviendo para disponer de acceso privilegiado a un eventual desarrollo exitoso. Estos acercamientos no siguen un criterio de necesidad o de urgencia, sino de poder, obviando que en un mundo tan interconectado cualquier país estará seguro solo cuando todos lo estén.

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Las vacunas, en definitiva, no encajan bien en las dinámicas políticas de suma cero: ni entre partidos, ni entre naciones. Porque su efectividad depende de una implementación masiva: vacunaciones de más de dos tercios de la población son imprescindibles si queremos que funcione a pleno rendimiento protegiendo a los más vulnerables; y lo mismo puede decirse de los países que de las personas si queremos que las fronteras no sigan cerradas para siempre.

De hecho, todas las prácticas de cuidado solidario necesarias para frenar un virus contagioso se dañan con una lógica divisiva, en la que un lado tiene toda la razón, el poder o la capacidad para aglutinar recursos. Si no lo aprendemos ante la mayor pandemia en 100 años, y si no lo incorporamos en nuestros comportamientos e instituciones, estaremos poniendo en riesgo la única manera más o menos esperanzadora de comenzar a recuperar algo que se parezca a normalidad de verdad. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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