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Columna
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La amenaza enmascarada

Donald Trump lleva mascarilla y recomienda llevarla. La resistencia del libertarismo reaccionario se ha quedado sin líder

Lluís Bassets
Trump aparece por primera vez con mascarilla en público durante una visita a un hospital el pasado 11 de julio.
Trump aparece por primera vez con mascarilla en público durante una visita a un hospital el pasado 11 de julio.Tasos Katopodis (Reuters)

Enmascarado, al fin. Ha perdido una batalla cultural, territorio fructífero donde los populismos dividen y triunfan. El doctor Anthony Fauci le ha doblado el brazo. Donald Trump lleva mascarilla y recomienda llevarla. La resistencia del libertarismo reaccionario se ha quedado sin líder. La máscara ya no es el símbolo de la guerra pandémica entre republicanos y demócratas.

Los sondeos explican la rendición. El presidente del caos perdió la iniciativa cuando empezó la infección. Quiso convertirse en el comandante en jefe de una guerra contra el virus, —chino naturalmente—, con sus comparecencias diarias ante la prensa, mientras Joe Biden se refugiaba en el sótano de su casa, pero no pudo con las cifras de contagiados y fallecidos ni con sus ocurrencias terapéuticas. Tres meses de silencio y regresa ahora, cabeza gacha y cola entre las piernas, sin la compañía de los asesores y leyendo al pie de la letra el guion de la ortodoxia epidemiológica.

Ha perdido la batalla de las mascarillas, pero no la guerra. Trump nunca renuncia al ataque. Ahora quiere concentrarse en la ley y el orden, el miedo de una supuesta mayoría silenciosa al extremismo y a la barricada, la inseguridad de las personas ancianas ante las demandas de disolución de cuerpos policiales y la cancelación de la historia de los fundadores de la patria. Con la economía en ruinas, la pandemia desatada, los sondeos por los suelos y la guerra cultural perdida, necesita una guerra auténtica para aspirar a la victoria, pero va a librarla dentro de Estados Unidos, ya que no puede hacerlo fuera, según asegura el columnista Thomas Friedman (The New York Times, 21 de julio).

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El enemigo son los manifestantes antirracistas en ciudades como Portland, Chicago, Nueva York, Filadelfia o Detroit. La excusa, la protección de los edificios federales y de los monumentos y estatuas amenazados por el movimiento Black Lives Matter. El instrumento, los guardias de fronteras, aduanas o parques nacionales, que ya utilizó el 1 de junio en la plaza Lafayette de Washington, donde se hizo fotografiar con una biblia en la mano, después de que la policía la limpiara de manifestantes.

No es fácil encontrar base legal para una deriva policial tan insólita, que interfiere en las competencias locales y estatales, y constituye, por primera vez y a partir de cuerpos heterogéneos, una policía federal para el orden público, totalmente ajena al ideario federalista republicano. La Casa Blanca está inspirándose en las peores iniciativas de su antecesor George W. Bush, como fue la creación de un departamento de Seguridad Interior, la declaración de la Guerra Global contra el Terror y los memorándums jurídicos sobre la ampliación de los poderes presidenciales que autorizaron la tortura y la detención indefinida. Con máscara o sin ella, no parecen infundados los crecientes temores que Trump suscita sobre el futuro de la democracia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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