La deriva de Polonia
La reelección de Duda es una mala noticia para la democracia
Polonia sigue sin freno su marcha iliberal. El candidato del partido Ley y Justicia y actual presidente, Andrzej Duda, un obediente peón del líder ultraderechista Jaroslaw Kaczynski, ha conseguido frenar al candidato de la oposición y alcalde de Varsovia, Rafal Trzaskowski, por apenas medio millón de votos. No ha sido tarea fácil, a pesar de contar con todas las ventajas del poder, empezando por el partidismo vergonzoso de una televisión pública entregada enteramente a su servicio, y también gracias al entusiasmo militante de la reaccionaria Iglesia católica polaca.
Polonia se halla dividida en dos segmentos casi simétricos y polarizados, entre un país urbano, joven y europeísta, y otro rural, de más edad y ultranacionalista, donde dominan los sentimientos antialemanes y antieuropeos, homófobos e incluso antisemitas. La elección del presidente, a pesar de sus poderes limitados, ha sido un plebiscito para los últimos cinco años de deriva ultranacionalista, en los que se ha eliminado la independencia de los jueces, se ha erosionado la división de poderes y se ha castigado la libertad de expresión, incluso de los medios de comunicación privados.
La Plataforma Cívica, el partido liberal conservador del ex primer ministro y expresidente de la UE Donald Tusk, ha estado a punto de dar la campanada con Trzaskowski, candidato improvisado justo después del aplazamiento por la pandemia de unos comicios inicialmente previstos para el 10 de mayo. Su victoria no hubiera significado un cambio de Gobierno pero sí la aparición de un contrapoder presidencial, con derecho de veto sobre la acción legislativa, ante el actual dominio ultra del ejecutivo, el legislativo e incluso el judicial, gracias a las reformas iliberales impuestas por la formación de Kaczynski.
La reelección de Duda no es tan solo una mala noticia para la democracia polaca, sino también para Europa. Significa el asentamiento del poder ultranacionalista en un momento especialmente delicado en el quinto país en peso demográfico de la Unión. La Polonia hegemónica observa la UE con una mezcla de hostilidad cultural ante su libertad de costumbres y su indiferencia religiosa, y de cinismo aprovechado respecto a sus medios presupuestarios. Su deriva iliberal conforta la paralela actitud de Hungría y estimula derivas del mismo signo en otros países vecinos.
El resultado electoral no es un buen presagio para la difícil etapa que se abre para los 27, con la necesidad de establecer políticas de solidaridad ante la crisis de la pandemia. Es conocida la tendencia del Gobierno nacionalista de Varsovia a utilizar el voto por unanimidad en Bruselas como un instrumento para obstaculizar cualquier avance en la construcción europea que no reporte beneficios tangibles y directos a los polacos.
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