Tumbas
La tragedia del vertedero de Zaldivar no es solo un mentís a la fama de gestor impecable del PNV sino una metáfora del país
Las elecciones de mañana en el País Vasco presentan los rasgos característicos y tradicionales de nuestro nicho político. Nicho es la palabra, ya lo veremos. Las almas ingenuas que auspician cambios radicales en el mundo después de la reciente pandemia (y antes de la próxima) pueden desengañarse dando un garbeo por aquí. Para empezar, voten lo que voten, todos los vascos se consideran de izquierdas y repudian a la derecha, sus pompas y sus obras... españolas. Tolerancia sí, faltaría más, aunque rechazo también. Sea usted como quiera, pero aténgase a las consecuencias. Los candidatos nacionalistas, graves o leves, dejan claro a la menor ocasión que ellos no son españoles “ni por el forro”, lo cual alivia su conciencia a la hora de aplicar la ventosa extractiva al conjunto del país. Si quieren ir al Parlamento de Madrid es, como muy bien ha dicho Joseba Arregi en un artículo reciente, para trincar. Cuanto más trinquen, mejor compensan el sufrimiento de pasar por españoles sin serlo; en cuanto a dar al Estado, siempre serán demasiado generosos porque en pura pérdida pagan una fiesta que no es la suya... ¡Y encima tienen que aguantar que vengan partidos de derechas a crispar la comunidad, recordando en voz alta que son lo que no son y por eso cobran!
La tragedia del vertedero de Zaldibar, con dos trabajadores sepultados bajo toneladas de desechos y cuyos cuerpos aún no han sido encontrados, no es solo un mentís a la fama de gestor impecable del PNV, sino una metáfora del país. Los crímenes del pasado siguen enterrados bajo la basura de todos, cosa muy lamentable pero de la que nadie es culpable y, menos que nadie, los más beneficiados por esa inmolación. A callar como tumbas y a tocar el txistu.
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