La guerra de Pablo Iglesias
El vicepresidente segundo tiene la lección populista bien aprendida: intercambiar golpes, generar ruido
A Pablo Iglesias no le interesa la guerra por el buen periodismo; sólo libra su propia guerra. El periodismo es una coartada porque necesita ruido, y es de 1º de Agitación usar los medios para cubrir la conversación pública con decibelios. Claro que la estrategia resulta mezquina, incluso zarrapastrosamente mezquina, con ataques ad hominem ya no en Twitter sino en la rueda de prensa del Consejo en Moncloa, pero en definitiva ha logrado que el affaire Dina Bousselham, otro episodio comprometido que retrata al líder de Podemos, quede en segundo plano. Iglesias incluso se ha dado otra pátina de outsider del sistema mientras varias ministras marcaban distancias. Steve Bannon ya mostró a Trump que la confrontación mediática sería parte del éxito. Es un recurso clave para el populismo, ya sea de izquierdas o derechas. Podemos siempre usó a los medios en el imaginario de La Casta.
A Iglesias le ha debilitado el affaire y trata de fortalecerse bronqueando con el establishment mediático. Eso es trumpismo básico. “Si piensan que esto nos debilita, es que no nos conocen”, gallea como los púgiles afligidos. Sus lecciones de objetividad, más allá de la empanada conceptual sobre periodismo que han despachado los dirigentes de UP, serían una mala broma del padrino de La Última Hora de no obedecer a un plan. La lección de la Fox News de Roger Ailes, nada ajena al éxito de Trump que retrata The Loudest Voice, es que el intercambio de golpes es terreno propicio. De ahí que Woodward advirtiera que “la prensa ha mordido el anzuelo” y reclamara menos puñetazos en la mesa y más hechos, como los que Vallés devolvió esta semana a Iglesias. Si éste ha rescatado el traje de víctima de las cloacas del Estado, que haberlas haylas, con los suyos en pie de guerra contra los medios, parece razonable pensar que sí se ha visto débil. De momento se le ve plegar en los presupuestos.
Ya se verá si a Sánchez le preocupa el lastre de un Iglesias espoleado por la debilidad o le anima tener a Iglesias debilitado. De momento le preocupará más su fracaso diplomático para el Eurogrupo, con la mejor candidata en un contexto favorable, y tal vez se interrogue cuánto le resta su socio de Gobierno. Iglesias puede aceptar un giro hacia Cs, pero no va con su carácter rendirse, y regresará a la batalla con los medios siempre que le sea útil. Todo eso va a dar dolores de cabeza en La Moncloa, aunque Iván Redondo gestione los equilibrios. Las presiones políticas sobre los medios son parte asumida en la lógica del poder, pero cosa muy distinta es la imagen de un vicepresidente llevando a La Moncloa un discurso de acoso intimidatorio para alimentar escraches desde las redes. Este matonismo no tiene un pase. Pero no va a renunciar a él, o a atacar no ya al rey emérito sino a Felipe VI para compensar su previsible desastre electoral en Galicia y Euskadi. Tiene la lección populista bien aprendida: intercambiar golpes, generar ruido.
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