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Columna
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Aburrimiento

Nadie duda del compromiso de AMLO con la decencia y la justicia social, pero la sucesión de estragos en México es más mucho más descorazonadora que aburrida

Juan Jesús Aznárez
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, mientras ofrece un mensaje el pasado domingo, en Palacio Nacional de Ciudad de México(México).
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, mientras ofrece un mensaje el pasado domingo, en Palacio Nacional de Ciudad de México(México).Presidencia de México (EFE)

El presidente de México sonrió cuando le preguntaron, en marzo del pasado año, por los secretos de su magnífica forma física, que compararon con la de un fondista keniano, pues no se le conoce un resfriado. La reportera interesada en resolver el misterio de la energía de Andrés Manuel López Obrador aventuró la posibilidad de que estuviera utilizando métodos alternativos, que sus pulmones respirasen más oxígeno puro, o sea que estuviera sirviéndose de una cámara hiperbárica durante el esforzado rescate de la patria. Aquel respondió con sabiduría cartuja: estar bien con uno mismo y el prójimo también es fortaleza física.

Un año después de la lisonja periodística, el gobernante tendría que haber llegado a la conclusión de que la conciliación con la propia conciencia no basta para acometer la transformación nacional que erradique la delincuencia, la corrupción y el capitalismo de cuates. Necesita acomodar intereses diversos para apuntalar sus reformas éticas e institucionales, no lo consigue y se pronuncia quejoso en las mañaneras conferencias de prensa del Palacio Nacional: los medios le son hostiles porque obedecen a poderes económicos. Confiesa que le aburre abrir un periódico, televisión o radio y no encontrar nada bueno del Gobierno. Todo malo, todo malo, y no solo las notas informativas y los articulistas supuestamente independientes, todo.

Nadie duda de su compromiso con la decencia y la justicia social, ni de la existencia de editorialistas enconados y empresarios hostiles, pero la sucesión de estragos en México es más descorazonadora que aburrida. No permite los titulares optimistas, ni menos los incensarios. El reciente atentado contra el jefe de policía de la capital apenas impresiona porque es otra manifestación de la pandemia del crimen; la vírica suma muertos y contagios sin poder ser contenida por la Virgen de Guadalupe. Las cenobíticas recomendaciones de López Obrador contra la infección, que aconseja combatir alejándose del consumismo porque la felicidad no reside en la acumulación de bienes materiales, más parecen dirigidas a un país opulento que a otro con el 41% de sus habitantes a salto de mata.

El repudio de las oligarquías y la protección del pobre son preceptivos en un país desangrado por los abusos, y una economía incapaz de crear los dos millones de empleos prometidos, pero la inculpación de los medios, mentirosos o exagerados casi todos, según su recuento, más parece una añoranza de la prensa al servicio de un proyecto durante la reforma, la revolución y la dictadura priísta. Para AMLO, el buen periodista es aquel que defiende al pueblo. Las comunidades indígenas, obreros, campesinos, intelectuales, artistas e informadores alineados con la causa son el pueblo del presidente, que seguirá aburriéndose mientras no genere acuerdos y soluciones que arrebaten los titulares a la creciente sensación de fracaso.

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