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Columna
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Tejemanejes bolivarianos

Los Gobiernos que reclaman elecciones libres y verificables en Venezuela no debieran seguir molestando porque ya fueron advertidos de que revolución y democracia son incompatibles

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas el pasado 17 de junio.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas el pasado 17 de junio.MARCELO GARCIA (AFP)

Los Gobiernos que reclaman elecciones libres y verificables en Venezuela no debieran seguir molestando porque ya fueron advertidos de que revolución y democracia son incompatibles. El chavismo se declaró revolucionario, las revoluciones se hacen para quedarse, y la Constitución y las leyes no son sino melodías instrumentales. Por si alguien albergara dudas, Maduro envió al carajo a la Unión Europea, para que se encuentre allí con el resto de demandantes de una convocatoria a urnas sin engaños ni marines.

La oposición mayoritaria, agrupada en los partidos Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo, niega su participación en las legislativas de diciembre porque sospecha que el Gobierno y sus delegados en el Tribunal Supremo y el Consejo Electoral trampearán para robarles la eventual victoria. Es lógico que así sea. El Gobierno ignoró la Constitución, la ley orgánica del Poder Electoral y las atribuciones de la Asamblea Nacional porque es su obligación: la impartición de legalidad y justicia social corresponde a la revolución, y quien denuncie esa exclusividad será inhabilitado por desacato o traición a la patria.

Habiendo quedado claro que el chavismo obra en consecuencia, y que cualquier triunfo opositor será respondido con maniobras y decretos que lo incapaciten por reaccionario, la oposición reitera errores. Las maquinaciones para desunirla con prebendas e información confidencial sobre ambiciones personales, negocios e intimidades son lógicas. Las fuerzas antigubernamentales y Estados Unidos también intentaron fragmentar la cúpula bolivariana, con el palo y la zanahoria, aunque sin éxito.

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La indisimulada intervención judicial en las disputas internas de los partidos opositores tiene miga: si el Gobierno logra que el bloque ganador de la Asamblea Nacional en 2015 se enfade mucho y decida no participar en las elecciones de este año, pero sí lo hagan los grupos avenidos con el oficialismo, la abstención será mayúscula y la nueva Asamblea Nacional resultará manejable. El chavismo invocará entonces la legitimidad del voto popular y cerrará la Constituyente por inservible.

Mike Pompeo confesó en una reunión con dirigentes judíos su pesadumbre por los codazos en la jaula de grillos de la oposición para suceder a Maduro. Sobre esas ansias trabajan los fontaneros del régimen, en paralelo con la captación de opositores. Algunos son de pasquín, otros congeniaron con el oficialismo en aplicación de la máxima que aconseja unirse al enemigo imbatible; otros porque están convencidos de que el equipo de Guaidó administra en beneficio propio fondos y estrategias.

Los tejemanejes pueden dar tiempo al Gobierno para seguir impartiendo legalidad y justicia social, con el éxito atestiguado por los venezolanos obligados a la emigración. Llegará el día, sin embargo, en que los ranchos deberán pronunciarse sobre la continuidad del bienestar revolucionario o el regreso al poder de una oposición apátrida, vendida al imperialismo yanqui y al gran capital, insensible al dolor del pobre. Me temo que el Gobierno tarda en convocar elecciones porque ya sabe la repuesta.

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