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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Semestre inútil

No hay avances, sino retroceso, en las negociaciones para un acuerdo posterior a la retirada del Reino Unido

Boris Johnson, en una videoconferencia con representantes de la Unión Europea.
Boris Johnson, en una videoconferencia con representantes de la Unión Europea.ANDREW PARSONS / DOWNING STREET (EFE)

Los dirigentes de las principales instituciones de la UE —Comisión, Consejo Europeo, Parlamento— mantuvieron ayer una educada cumbre con el primer ministro británico, Boris Johnson. Sirvió para certificar lo descontado: que no hay avances, sino retroceso, en las negociaciones para un acuerdo posterior a la retirada del Reino Unido, a fin de año; que continuarán las conversaciones e incluso se intensificarán, pues lo cortés no quita lo valiente, y que, en fin, nadie apuesta un penique a que el resultado final revierta la trayectoria al abismo que ha diseñado el equipo de Johnson. El mejor símbolo de la inanidad de esta cumbrecilla es que concluyó con un sucinto comunicado y ni siquiera dio lugar a una conferencia de prensa conjunta.

Se agradece la claridad. No podía ser menos cuando las rondas negociadoras sostenidas durante este semestre, una vez Londres oficializó la retirada a final de enero, concluyeron en la nada. Conviene que la buena gente de aquí y de allá sepa a qué atenerse: como obras son amores y no buenas razones, hay que juzgar los resultados de las negociaciones del periodo por sí mismos.

Equivalen a cero. No solo no ha habido ningún avance significativo en ningún ámbito clave, sino que se han registrado retrocesos donde existían atisbos de sintonía. En lo ya pactado, el Gobierno de Johnson ha desvirtuado la tangibilidad y eficacia de las aduanas entre la isla británica e Irlanda del Norte, según se había acordado, remitiéndolas a un asunto de trámite. Y en lo que queda por acordar: un régimen futuro de acogida a las migraciones mutuas, que permita a los nuevos residentes británicos en Europa no sentirse extraños, y a la inversa: la nueva ley inmigratoria británica lo obstaculiza.

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Pero donde el semestre ha resultado perfectamente inútil —a lo que ha contribuido el carácter virtual de las reuniones negociadoras— ha sido en los asuntos de la pesca y del mantenimiento de los estándares comunes necesarios para sustentar el mercado interior europeo y facilitar el acceso al mismo de los productos británicos.

Se esperaba que en la pesca (la vía de que los continentales sigan faenando en los caladeros británicos), de tan mínimo peso económico, pero tan simbólica, se alcanzase una entente este junio, facilitando una ampliación del periodo transitorio. Londres ha optado por encastillarse en el trágala de unos asfixiantes acuerdos anuales, sin cesión alguna, a la espera de obtener contrapartidas para un acceso preferente de sus servicios financieros a la UE. Y ha rechazado el alineamiento regulatorio que le permitiría un mejor abordaje al comercio intraeuropeo, a lo que se disponía Theresa May.

Es el Reino Unido quien se va y pide privilegios. Si en nada cede es que no le interesan. Si el fervor patriótico le compensa el desastre económico, es su problema.

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