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Columna
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Aprender o conspirar

A la conspiración del 11-M le sucede la del 8-M con una precisión milimétrica, como una trampa que lo embarra todo e impide el análisis concreto de cómo evitar que fallen las alertas

Pepa Bueno
Manifestación del 8-M a su paso por Cibeles, en Madrid.
Manifestación del 8-M a su paso por Cibeles, en Madrid.Samuel Sanchez

Ni los economistas anticiparon el colapso de 2008, ni los politólogos el fin de los partidos políticos clásicos, ni los epidemiólogos el impacto brutal del coronavirus en el mundo. Ni los periodistas, que podemos hablar cinco minutos o escribir 50 líneas casi de cualquier cosa. Hay excepciones en cada campo, pero al conocimiento institucional le han fallado los sistemas de alerta o la autoridad para imponer sus tesis en este salvaje comienzo de siglo XXI. Es como si las instituciones aplicaran una plantilla del pasado a una nueva realidad, en cambio constante, y en ese desajuste sobrevienen tragedias que no son fenómenos meteorológicos. Cuando llegan, nos preguntamos asombrados cómo no se vio venir o cómo no se hizo más para evitarlo. Todo el tiempo que se pierda ahora en batallas estériles, es tiempo ganado para engordar el susto que está por venir.

El conocimiento ha perdido autoridad o se ha sometido al pensamiento único utilitarista. Si no es inmediato, no sirve. Si no produce, tampoco, como se está viendo dramáticamente con la situación de los mayores. Si no se ajusta a mis intereses, no es verdad. Si lo que adviertes detiene la bicicleta, no se te escucha, hasta que la bicicleta se ha parado en seco.

Podemos tirarnos el siguiente lustro leyendo a forenses que hacen de epidemiólogos, a lobbistas que interpretan políticamente el fallo estruendoso de las alertas, o escuchando las justificaciones de la OMS, que no interpretó el hecho insólito de que China pusiera en riesgo un par de puntos de su PIB, cerrando Wuhan por poco más “que una gripe”.

En España solo un ejercicio monumental de inteligencia colectiva impedirá que perdamos ese tiempo precioso en buscar a los culpables “que no están en desiertos remotos ni en montañas lejanas”, según la maquinaria de distracción que ha vuelto a activarse. A la conspiración del 11-M le sucede la del 8-M con una precisión milimétrica, como una trampa que lo embarra todo e impide el análisis concreto de cómo evitar que fallen las alertas, cuánta libertad estamos dispuestos a sacrificar a la primera señal, qué ha pasado y por qué en nuestros hospitales, qué decisiones se tomaron con los mayores en las residencias y cuáles tomar en el futuro, o cómo evitar que la educación pública se quede atrás en la carrera por adaptarse a la nueva realidad. @PepaBueno

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