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Columna
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Escalada a ninguna parte

Nuestros representantes se han olvidado de la pandemia para enzarzarse en un brutal ajuste de cuentas, con lo que hemos retornado de la desescalada del confinamiento a la escalada de la confrontación

Enrique Gil Calvo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el pleno de sesión de control al Gobierno.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el pleno de sesión de control al Gobierno.Eduardo Parra - Europa Press (Europa Press)

El doble tiro en el pie de los casos EH Bildu y Grande-Marlaska le ha supuesto un revolcón al Gobierno, iniciándose una escalada de la tensión que si nadie lo remedia puede acabar muy mal. Mucho antes de lo que preví en mi última columna, nuestros representantes se han olvidado de la pandemia para enzarzarse en un brutal ajuste de cuentas, con lo que hemos retornado de la desescalada del confinamiento a la escalada de la confrontación. Y esta vez la responsabilidad es de la coalición de Gobierno. Es verdad que la presión del tándem Vox-Partido Popular seguía creciendo con algaradas callejeras de pijo-borrokas movidas por cuatro facha-frikis. Pero parecía que el Gobierno lograba liderar los problemas con cierta soltura, sobre todo tras el impulso prestado por su tácito pacto con Inés Arrimadas y Edmundo Bal, que están logrando sacar a Ciudadanos del pozo reaccionario en el que les hundió el escapista Albert Rivera.

Pero entonces llegó el aciago 20 de mayo en que se produjo el desastre del acuerdo entre PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu, que ha descompuesto de golpe la escena política alterando su correlación de fuerzas. Tan innecesario pacto contra natura ha venido a significar un giro político casi análogo al que supuso la caída del expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero hace justo 10 años, cuando cedió ante Bruselas acatando el austericidio en plena Gran Recesión. Y también ahora la poca autoridad que le quedaba a Pedro Sánchez se ha esfumado. El presidente del Gobierno pierde así la iniciativa política. Más aún con el subsiguiente tropiezo del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que le ha enfrentado a otro pilar del Estado profundo, tras la Justicia. Ni siquiera la aprobación del Ingreso Mínimo Vital ha logrado ocultar su rotundo fracaso debido al fuego amigo. Y la consecuencia de semejante desastre ha sido el inicio de la escalada hacia una contienda incivil de todos contra todos.

¿Cómo ha podido ocurrir semejante desaguisado? Parece que alguien no ha sabido, no ha podido o no ha querido impedirlo ni evitarlo. Pero ¿fue un error o fue una provocación deliberada? ¿A quién beneficia o quién saca partido de tamaña torpeza? Los únicos beneficiarios del descalabro parecen Vox y Unidas Podemos, que según las encuestas estaban de capa caída y tras el vuelco actual podrían recuperar expectativas. Pero descartada la influencia de los ultras en la cocina monclovita, sólo quedan Pablo Iglesias y Pedro Sánchez como posibles villanos o pardillos de tan mala película. Pues si Cayetana Álvarez de Toledo eclipsa a Pablo Casado, ¿acaso Pablo no eclipsa a Pedro? ¿O es que el estratega de La Moncloa se ha dejado convencer por el poder de convicción del Maquiavelo de Galapagar?

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Dado que dos no riñen si uno no quiere, ¿por qué parece interesado el Gobierno en aceptar una escalada de confrontación con la derecha insumisa? ¿Por puro tacticismo, esperando reconstruir la coalición de la investidura? ¿O se trata de una estrategia polarizadora, que busca movilizar un frente popular contra la derecha propietaria y desleal?

Esta última es la estrategia a la que juega de siempre Unidas Podemos, pero no parece que pueda convenirle al Partido Socialista, cuya base social moderada menguaría con la polarización. Por eso lo más probable es que, sean cuales fueren sus razones para escalar la polarización, la ciudadanía no les siga por esa nefasta vía, acogiéndose al “no nos representan”.

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