El CIS Campeador
El mensaje de la institución de que el PSOE cuenta con un liderazgo sólido y la comprensión de la ciudadanía, y una valoración económica optimista, resulta ridículamente inverosímil
Es demasiado evidente el tacticismo en el tablero político; demasiado al menos para un momento como éste. Con un ojo puesto en los sondeos y otro en las redes, se ha impuesto el regate corto maniobrero. Aunque el CIS campe a sus anchas al servicio del Gobierno —el CIS Campeador— manda la certeza de que el escenario es volátil y experimentará una rápida descomposición, lejos del retablo complaciente del desprestigiado macrosondeo de Tezanos. Si hay un sentido que caracteriza al político profesional es el olfato; y ya han percibido que el Gobierno, incluso antes de su último episodio fatídico, está muy débil y sólo puede empeorar. El mensaje del CIS de que el PSOE cuenta con un liderazgo sólido y la comprensión de la ciudadanía, y una valoración económica optimista, resulta ridículamente inverosímil. En fin, el CIS Campeador parece querer ganar batallas, como el Cid, después de muerto.
Las encuestas, aunque resulte desalentador, ya pesan más en la estrategia que los informes sanitarios. El PSOE se aferra al mando único por rentabilizar el efecto puente de mando, de ahí la desesperada entrega a EH Bildu por temor a perder el control. A la izquierda, dentro del propio Gobierno, Podemos, que ve en los sondeos cómo paga el rol institucional, tira de agenda radical aun boicoteando la relación moderada con Ciudadanos e incluso el PNV, o precisamente para eso; y en la derecha, Vox sube la apuesta incendiando la calle hasta donde difícilmente pueda llegar el PP, que de momento ha rentabilizado mejor la espiral de tensión con un marcaje estrecho sobre Abascal. Nacionalistas vascos y catalanes operan con la lógica de precampaña. Mientras Ciudadanos trata de reabrir el carril central, el tablero es una timba con casi treinta mil compatriotas de cuerpo presente. Ni siquiera el CIS puede ocultar el descrédito de la clase política. Más que mascarillas obligatorias, quizá serán necesarios antifaces y tapones de oídos para no ver ni oír el espectáculo.
El efecto puente de mando del Gobierno ha gripado esta semana. Cualquiera se habrá preguntado si de verdad hay alguien al timón. El pacto con EH Bildu —innecesario, indecoroso, inútil, y además bastante inmoral— acaba con el penúltimo no es no sanchista. Más allá de la astracanada parlamentaria, con el primer partido del Gobierno rectificando al Gobierno y el segundo partido del Gobierno rectificando al primero, Sanchez ha engañado de un modo u otro a Ciudadanos, al PNV, a los agentes sociales, a ministros como Nadia Calviño, que puso pie en pared mirando a Europa…. Tal vez esto haga honor a la fama de tahúr del presidente, pero es demasiado. Tanto tacticismo ha terminado en una crisis institucional porque ya se han cruzado algunas líneas rojas. Incluso algunos barones del PSOE no saben cómo tragarse los sapos de La Moncloa. Lo de Bildu pasará factura, y una alta factura, aunque de aquí a unas semanas el CIS sin duda revelará que la operación ha sido un rotundo éxito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.