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Tribuna
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La salida del confinamiento, a suertes

La selección al azar de ciudadanos para participar en la vida pública es práctica habitual y más que fiable en democracias representativas

Luis Feduchi
Un hombre pasea a su perro durante el confinamiento, en Lima (Perú).
Un hombre pasea a su perro durante el confinamiento, en Lima (Perú).Paolo Aguilar (EFE)

No es frecuente que toda una sociedad, y menos a escala global, se enfrente a decisiones sobre las que tenemos poca o nula experiencia previa. La salida del confinamiento que vivimos es una experiencia de este tipo. Las aproximaciones a cómo hacerlo son debatibles, difieren de un país a otro y sería hasta razonable que pudiesen ser distintas incluso dentro de un mismo territorio.

Varios países se encuentran ya constituyendo órganos consultivos con este fin. El Gobierno italiano ha decidido poner al frente al antiguo consejero delegado de una de las cinco mayores empresas de telefonía móvil del mundo, lo cual indica que la participación de dicho sector puede ser determinante. El presidente de Estados Unidos, sin embargo, parecía decidido a que primase la confianza personal antes que la experiencia profesional y hace unos días contemplaba la posibilidad de poner al mando a su hija Ivanka y a su yerno. Al final ha desistido de contar con ellos pero algunos de los nominados por él han declinado la oferta, por lo que pueda pasar.

La cuestión que aquí se plantea es, si otorgamos al azar la capacidad de proporcionar fiabilidad a una toma de datos, por qué no habríamos de recurrir a él, a un sondeo aleatorio de la sociedad afectada, para consultar la toma de una decisión tan vital a la vez que inexperimentada, tomando prestado el término recientemente acuñado por Emilio Lledó ante la situación que vivimos.

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No hace mucho, el Gobierno de Irlanda decidió a abrir a debate dos temas de gran trascendencia social: la posibilidad de liberalizar y redactar sendas nuevas leyes sobre el aborto y el matrimonio homosexual. Para hacerlo, recurrió al mismo método con el que el Gobierno de Islandia en el 2011 había conseguido aprobar una reforma constitucional de difícil encaje en el ámbito parlamentario: la formación de un órgano consultivo constituido por ciudadanos seleccionados al azar.

Esta práctica, conocida en el mundo anglosajón como sortition (en castellano, sorteo) no es ni nueva ni inexperimentada, se trata del método utilizado en la antigua Grecia para seleccionar a los representantes del pueblo o demos. En Irlanda, la decisión de los 99 integrantes elegidos al azar permitió desbloquear lo que nunca se habría podido llevar a cabo reuniendo a expertos, políticos o activistas afines o contrarios a dicha liberalización. La democracia al rescate de la epistocracia o el gobierno de los expertos.

El Gobierno de Irlanda decidió a abrir a debate dos temas de gran trascendencia social convocando aleatoriamente a distintos ciudadanos

Por extraño que parezca el uso de la selección al azar es práctica habitual y más que fiable en democracias representativas. En materia legislativa son casos contados, pero en materia plebiscitaria o judicial la constitución de mesas electorales y la formación jurados populares solo son posibles gracias a su selección al azar.

Volviendo a la crisis del coronavirus, lo que sí han decidido poner en manos del azar muchos gobiernos ha sido la toma de datos relativos a personas afectadas por la pandemia. Así, por ejemplo, la encuesta sero-epidemiológica de la infección por SARS-CoV-2, puesta en marcha por el Gobierno de España, consiste exactamente en otorgar a los resultados de un muestreo realizado en 30.000 hogares seleccionados aleatoriamente más fiabilidad que a los datos que nos proporcionan la sintomatología de los más de 300.000 afectados registrados a fecha de hoy.

El confinamiento ha demostrado ser un verdadero golpe de efecto para frenar la tendencia exponencial del contagio del virus, y salvar así al sistema sanitario de la catástrofe. Sin embargo, la salida de él, mientras no exista vacuna, comporta no solo la estabilidad de la infección sino más que probables repuntes y bajadas del número de infectados, resultado de las decisiones que se tomen a tal efecto.

Es justamente esta oscilación la que determinará si las decisiones son acertadas o no. En cierta manera, la disyuntiva ante la que se han visto los médicos por la ausencia de equipos durante la emergencia, esto es, la decisión a quién dar prioridad en la emergencia se convertirá en materia de decisión biopolítica. El contagio de muchas personas ya no se producirá por la irrupción de un virus desconocido, sino consecuencia de las decisiones que se tomen en esos comités de expertos que asesoren al Gobierno, y en definitiva de este como responsable último.

Ante esta situación, qué es lo que primará: ¿reducir aún más el número de infectados y fallecidos o favorecer el repunte de la economía? De ser lo primero, cuánto: ¿hasta que el sistema sanitario recupere la normalidad? Y esa normalidad, ¿contempla la holgura necesaria para formar a los equipos y realizar las investigaciones que no han podido llevarse a cabo debido al desbordamiento?

Pero centrémonos en la pregunta que habríamos de hacernos antes: quién debe tomar estas decisiones. Frente al inesperado brote una gran parte de los Gobiernos dice haberse encomendado a la ciencia, a expertos que casi mayoritariamente abogaron por el confinamiento. Pero ¿y ante la desescalada? Si no hay expertos, ¿a quién consultar entonces? ¿A las grandes corporaciones, como en Italia, a los leales al presidente, como en Estados Unidos? ¿Será suficiente un comité de técnicos? ¿Sabrá este comité valorar la importancia de sectores amplísimos no representados como partes interesadas en el repunte económico?

La selección aleatoria parecería preferible al método de incorporar a técnicos, antiguos consejeros delegados, familiares o personas de confianza del presidente

Si para poner fin al confinamiento hemos interpretado que un muestreo al azar sobre miles de familias distribuidas por todo un territorio proporciona una imagen veraz de la penetración del virus en la sociedad, ¿por qué no echar mano de un muestreo de ciudadanos a quienes consultar y debatir cómo y según qué variables se tomarán las medidas para salir del confinamiento? ¿Estamos seguros de que no aportarán nada el conjunto de expertos?

Si como se dice se desea llegar a una solución pactada, consensuada, si se pretende que la base sea una representación integra, si la experiencia es poca pero, como se dice también, la confianza en la sociedad mucha, parecería ésta ser una buena ocasión para incorporar a ese comité de expertos una representación fiable de la sociedad.

Un órgano consultivo que, como en los casos antes mencionados de Islandia e Irlanda, con la ayuda de expertos, legisladores y miembros del ejecutivo, supervise las actuaciones y apoye la toma de decisiones. Un comité capaz de opinar sobre la idoneidad o la dignidad de las concesiones que a fin de cuentas la ciudadanía va a tener que hacer, no solo en cuanto a los medios necesarios para vivir sino ante la contingencia de la fatalidad. No solo ante asuntos concernientes a las cifras económicas sino también a su salud física y mental más allá de la pandemia. Evidentemente un comité algo menos sujeto a lobbies y grupos de poder corporativo de diversa índole, y a los cálculos que a menudo parecen hacerse para no poner en riesgo la carrera profesional de un grupo de políticos.

La selección aleatoria en última instancia parecería preferible al método de incorporar a técnicos, antiguos consejeros delegados, familiares o personas de confianza del presidente para dar peso y voz a factores tales como quiénes son los trabajadores esenciales y el difícil cálculo entre los riesgos y las retribuciones que obviamente afectan de manera desigual a los diferentes sectores y trabajadores (a un trabajador agrícola frente a uno que puede trabajar realizar su trabajo en casa; a una familia monoparental con varios hijos frente a otra sin cargas de este tipo). Lo que está en juego no es solo la economía del PIB y de las tasas de desempleo.

Un consultor para Naciones Unidas en esta materia con quien he contrastado algunos datos apuntaba una ventaja adicional del método por sorteo: en el caso de que el resultado fuese de nuevo positivo, aquellos que podrían apuntarse el tanto no serían los políticos sino, claramente, los miembros del comité seleccionados al azar, es decir, la gente.

Luis Feduchi es arquitecto.

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