La resaca de la marea rosa
El autoengaño es un pecado mayor en la política. Xóchitl fue instrumento electoral. ¿Qué es hoy la excandidata además de la acusadora en jefa?
La oposición se exhibe en un insano espectáculo de repartición de culpas por el 2 de junio. La derrota ha fulminado el matrimonio de conveniencia entre quien fuera su candidata y los partidos del Frente, y es apenas el inicio de la resaca de la marea rosa.
Xóchitl Gálvez ha hablado. Diez días después de su fracaso da entrevistas para, dice ella, reconciliarse con la derrota que le llevó a un lejanísimo segundo lugar. La hidalguense no se traiciona: a su relato, al que por poco titula ‘Yo acuso’, le sobra emoción.
Su unión con los partidos, dice esta candidata surgida de la ciudadanía, fue una farsa. Amistad que no se traduce en presupuesto, rezaba la grilla mexicana, es pura simulación: no le prestaron la chequera, denuncia, ni le dejaron conducir, ni palomear, ni definir.
Demasiados “no”s para quien por años ha presumido rebeldía. Algo no cuadra en la crónica de campaña de la ingeniera. Esquivó, no sin esfuerzo, un destino que le condenaba al “metate y petate” (Xóchitl dixit) ¿para acabar capturada por tres o cuatro varones?
Gálvez fue esta semana dedo flamígero de la disfuncionalidad interna de una campaña que era, en el mejor de los casos, mucho corazón sin estrategia, una ilusión para los ilusos, un negocio para los patrocinadores, un gran servicio para el poder.
Sin regatear credibilidad a su alegato —a algunos de sus excompañeros de aventura les aplica lo que decía de sí mismo un político oaxaqueño: a mí no me pueden difamar, todo lo que dicen es cierto— la pregunta es cuánta responsabilidad asume ella.
De la real comprensión que llegue a tener de sus fallas depende, por principio, la posibilidad de que la sociedad mexicana tenga una radiografía puntual de las debilidades de la oposición más allá del fracaso el 2 de junio.
No se puede descartar que en este momento la emoción le nuble la posibilidad de razonar con honestidad sobre sus limitaciones y yerros personales, propios e inexcusables así sus aliados hayan hecho o dejado de hacer esto o aquello.
Nadie le reprocha la denuncia sobre los lobos con los que amarró su suerte (que van más allá de los tres líderes de los partidos políticos de la transición). Mas la autopsia de su campaña será infructuosa si no sondea exhaustivamente a título personal los males de su candidatura.
Eso le debe Xóchitl a quienes la apoyaron desde la primera hora y a quienes creen que lo que urge en México es una oposición capaz de reposicionarse en el debate público independientemente de la marginalidad de su representación en los puestos de elección popular.
Y se lo debe a sí misma para cualquier cosa que pretenda hacer de manera pública a partir de ser la candidata derrotada al dos por uno en las elecciones en que fue elegida la primera mujer como presidenta de la República.
Nadie sabe hoy si Xóchitl Gálvez tiene un capital político. Las firmas que cosechó en el proceso interno y los votos que logró que a favor suyo se depositaran en las urnas no pueden ser tomados a valor real fuera de la coyuntura que acabó hace dos semanas.
El autoengaño es un pecado mayor en la política. Xóchitl fue instrumento electoral, y ella era consciente, de la parte de la sociedad a la que preocupa la ruta emprendida y los modos sectarios de Morena. ¿Qué es hoy la excandidata además de la acusadora en jefa?
Paradójicamente, la derrota podría ser el mejor acicate para quien busque convertirse en la voz de la oposición en los años por venir. Porque en algo tiene plena razón la excandidata: los partidos que la postularon no son confiables, y uno de ellos ya hasta desapareció.
Quitando a Movimiento Ciudadano, que bajo lupa será observado para saber si hace bueno el pronóstico de palero de Morena o muta en germen de una verdadera alternativa al obradorismo, lo que urge a México es preguntarse dónde hay oposición.
Dicho de otra forma, qué queda hacia el futuro de eso llamado marea rosa, uno de los distintivos de la campaña 2024 así fuera sobredimensionada su eventual cosecha electoral a partir de la evidente capacidad que tuvieron para sacar a miles a las calles.
Una reflexión al respecto debe iniciar por asumir que la marea rosa es expresión de múltiples afluentes que tuvieron en el rosa y en el no a Morena su única coincidencia plena. Fue un movimiento de ocasión y sería arriesgado apostar que mantendrá su fuerza, así sea mediática.
La marea rosa, muy importante no soslayarlo, fue también partidista. En al menos tres sentidos: a) la compusieron contingentes de los partidos, sí, acarreados, como siempre como en todos lados; b) la nutrió ciudadanía no identificada con partidos pero que sabían que estos podrían representarla en el Congreso, y c) el horizonte electoral, donde muy difícilmente se puede incidir desde una candidatura ciudadana, hizo que estas protestas ciudadanas fueran más relevantes.
Derrotada su expectativa el 2 de junio, no solo por la obviedad de no haber ganado, sino porque la distancia entre candidatas fue un cubetazo que despertó a quien creyó que la expresión callejera suponía músculo electoral, es la hora de la reorganización.
Xóchitl Gálvez tiene todo para deshacerse de cualquier etiqueta, partidista o de ciudadanía de café y desplegados en diarios que le hablan a una minoría muy muy pequeña, y emprender la ruta de una organización política que, eventualmente, tenga representatividad.
Sería relevante que, dado que ya lo denunció, trace una cartografía donde sí hay oposición así sea germinal, y aclare las regiones donde hay abandono puro de los partidos y/o genuina desilusión con respecto a las actuales siglas partidistas de la oposición.
Todo lo anterior, claro está, de ser esa su voluntad. Porque también puede simplemente regresar a su labor empresarial y tan amigos como siempre. Nadie debería padecer el síndrome de salvador de la patria por puros cantos de sirenas antimorenistas.
Y la otra condición, para Gálvez y para cualquiera que como ella quiera intentar ser oposición, pasa por establecer relaciones claras y públicas con organizaciones que desde la supuesta ciudadanía pretendan tener la batuta política.
No existe contrafactual para saber si el resultado electoral de la oposición hubiera sido peor sin Xóchitl y/o las organizaciones que ayudaron a elevar la marea rosa. El experimento dio lo que dio, pero esperar que ya es un piso para construir lo que sigue es ingenuo.
Así como esa marea subió, la desilusión por el tamaño del fracaso de la candidatura opositora y la exhibición de miserias de las dirigencias del PAN y del PRI obligan a recalcular que la flor de tres días que fue la movilización ciudadana en algo se marchitó. La derrota cuesta.
Desde el 2 de junio comienzan nuevas cuentas regresivas. Para llegar a venideras citas electorales, y sobre todo para contribuir a decisiones del obradorismo o contener sus excesos, es preciso una ciudadanía politizada no en una ola, ni en tres, sino en movimiento permanente.
Eso no tiene qué ver con Xóchitl Gálvez y menos con Claudio X. González, sino con que se comprometan de nuevo muchas y muchos de esos que hoy padecen la resaca de una emoción que creyeron sería histórico festejo y acabó en gran gran decepción.
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