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Los líderes de la oposición se aferran a sus cargos pese a una avalancha de críticas de sus militancias

Los dirigentes del PAN, el PRI y el PRD son los principales señalados desde todos los frentes tras la debacle electoral. Marko Cortés y ‘Alito’ Moreno plantean quedarse hasta octubre

Jesús Zambrano (PRD), Marko Cortés (PAN) y Alejandro Moreno (PRI) en Ciudad de México, en mayo de 2022.
Jesús Zambrano (PRD), Marko Cortés (PAN) y Alejandro Moreno (PRI) en Ciudad de México, en mayo de 2022.Andrea Murcia (Cuartoscuro)
Elías Camhaji

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) está al borde de la desaparición, al no alcanzar el umbral del 3% de las votaciones federales para mantener su registro. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) hace oídos sordos a la autocrítica y se aferra a lo último que le queda en medio de una sangría incesante de cuadros y figuras relevantes. El Partido Acción Nacional (PAN) está enfrentado a sí mismo, ante una dirigencia cuestionada que se niega a asumir la responsabilidad y achaca la culpa de la derrota a su candidata presidencial, Xóchitl Gálvez. En menos de 10 días, el guion del frente opositor ha dado un vuelco radical: de los mensajes triunfalistas al intercambio de reproches, del cierre de filas a las señales de rebelión interna, de apuntalarse en el pasado a la incertidumbre sobre el futuro. Pese a la avalancha de críticas de sus propios militantes y el veredicto de las urnas, el panista Marko Cortés, el priista Alejandro Alito Moreno y el perredista Jesús Zambrano han dejado claro que no cederán y no pondrán su renuncia sobre la mesa. Cortés y Moreno insisten en que sus mandatos concluyen hasta octubre, mientras que Zambrano confía en las impugnaciones como una tabla de salvación in extremis.

El PAN, como socio mayoritario de la coalición y fuerza opositora más votada, ha sido el partido con mayores sobresaltos tras las elecciones del pasado 2 de junio. Max Cortázar, el jefe operativo de la campaña de Gálvez, no se guardó nada este lunes y expuso a la opinión pública los choques constantes entre Cortés y la candidata, la falta de apoyo económico durante la contienda y las diferencias durante momentos críticos, como el primer debate presidencial y la propia noche electoral. “En congruencia, que renuncie”, declaró Cortázar al periodista Ciro Gómez Leyva.

El expresidente Felipe Calderón se hizo eco de la entrevista a quien fue uno de sus principales estrategas en la elección de 2006, al igual que su esposa, la diputada electa Margarita Zavala. En paralelo, un grupo de 13 exgobernadores con peso histórico entre la militancia, hicieron un “urgente llamado” al poner en blanco sobre negro que el mensaje de la ciudadanía al panismo había sido contundente: “cambias o te vas”. Damián Zepeda, exdirigente nacional, retomó las críticas que había hecho contra Cortés la semana pasada. “Mi recomendación es que después de una derrota tan dolorosa, le metiera humildad y le bajara a la soberbia”, dijo el senador, que no se descartó para volver a tomar las riendas. Los cuestionamientos han venido de todos los frentes: de excandidatos presidenciales como Diego Fernández de Cevallos, de antiguos miembros del Gabinete como Javier Lozano, de exsenadores como Adriana Dávila, de exalcaldes como Arne aus den Ruthen o hasta de sus propios rivales en el oficialismo.

Lejos de dar cabida a las críticas, Cortés devolvió el golpe a Cortázar. Recriminó a Gálvez haber absorbido dos terceras partes de los recursos del partido para la elección, insinuó que fue “indigna” al conceder el triunfo a Sheinbaum e intentó dar la vuelta al llamado de los exgobernadores, al asegurar que lo que querían decir es que no hubiera una sucesión “precipitada” en la dirigencia.

El dirigente también fue nítido en su posición. Antes que dar un paso al costado, prefiere renegar de su candidata. Antes que acelerar la renovación interna, se atrinchera en la narrativa de la “elección de Estado”. Antes que mirar hacia adelante, el líder del partido saca pecho de una presidencia municipal ganada o de quienes serán sus compañeros en el Senado. Son 22 senadores electos, uno menos que en 2018, y todos caben en la pantalla de una videollamada por Zoom.

A pesar de que el oficialismo roza la mayoría calificada en la Cámara alta, la oposición es un territorio donde todo sigue igual. “Nuestros electores han depositado su confianza en nosotros para cuidar a nuestro país, y debemos cumplir con ese mandato con determinación y unidad”, señaló Cortés en un comunicado tras la reunión virtual con los senadores. Al margen de declaraciones esporádicas sobre los “malos resultados” y algunos “errores”, no ha habido desde el día de la elección ningún posicionamiento oficial de la dirigencia del PAN sobre las críticas que ha recibido. Tras la última polémica, Gálvez ha reaparecido ante los medios. “No me retiro de la política, seguiré activa”, adelantó al diario Reforma.

El PRI de Alito ha replicado la estrategia de Cortés, su aliado. El dirigente tricolor ha centrado sus mensajes en la “unidad”, levantar la cara tras la derrota y dar la batalla contra la sobrerrepresentación del bloque gobernante en el Congreso o en las impugnaciones. La pelea en esos frentes resuena entre ciertos simpatizantes que están convencidos de que perdieron porque hubo “trampa”, pero es indescifrable e irrelevante para amplios sectores de la ciudadanía, esa que se piensa recuperar y abrir las puertas de los partidos, que no entiende qué busca la oposición en los tribunales, sobre todo tras perder por tan amplio margen. Pasaba lo mismo con los ataques de Gálvez a Sheinbaum en los debates: eran festejados por los que ya habían sido convencidos, pero no sirvieron para el resto.

Toda batalla entraña cierta dosis de épica. “Sin importar la adversidad, vamos a seguir luchando por las causas que son importantes para el avance de la nación, y lo haremos mediante un trabajo parlamentario digno, valiente y profesional”, comentó Moreno en sus redes sociales. “Los verdaderos priistas siempre daremos la cara por el partido, con orgullo, con lealtad y con la frente en alto”, agregó.

La principal diferencia entre el PRI y el PAN en estas últimas dos semanas ha sido que la militancia panista sí ha presentado signos de inconformidad y disidencia, síntomas de que aún subsiste cierto talante democrático para el contraste de ideas. Los priistas han sido mucho más discretos o ya se han ido del partido. La exdirigente tricolor Dulce María Sauri ha sido una excepción, pero tampoco ha sido escuchada. Después de la migración de líderes de peso ―exsecretarios de Estado, exgobernadores, exlegisladores, exdirigentes partidistas― y de bases territoriales a Morena, el partido acusa una nueva carencia, se está quedando sin críticos.

El PRD juega su propio partido. El sol azteca ya no tiene control sobre sus propios recursos y las autoridades electorales allanan el camino para su liquidación financiera, tras ser notificado de que no obtuvo los votos suficientes para mantener el registro. Zambrano ve en la impugnación de la votación el último recurso para arañar el 3%.

Algunos jóvenes militantes salieron a pedir su salida de la dirigencia tras los comicios, como lo hicieron Silvano Aureoles o el exdiputado Luis Cházaro tras ser relegados durante el proceso electoral, pero la formación parece herida de muerte. El exdirigente Jesús Ortega defiende la causa de pelear el registro en los tribunales, pero Guadalupe Acosta Naranjo, que fue presidente del partido hace más de una década y también presidió la Cámara baja, ya prueba una nueva ruta a través del Frente Cívico Nacional. En 2018, el PRD obtuvo casi un 5,5% de los votos y ya se hablaba de la peor crisis desde su fundación. Los cómputos distritales le dan un 2,43% este año.

Tras la debacle, el reparto de responsabilidades es ineludible y necesario, pese a que ninguno de los principales responsables ha dado un paso adelante. La crisis, sin embargo, va más allá de nombres y apellidos. Es más profunda. Está previsto que el PRI y el PAN cambien de dirigentes en la segunda mitad de este año, de no haber prórrogas imprevistas.

Aunque varios han levantado la mano para asumir la dirigencia, la mayor sorpresa tras una elección inesperadamente arrolladora es que aún no hay un proyecto de reconstrucción ni debates internos para una reflexión formal ni convocatorias oficiales para ver qué es lo que viene. Y las señales de que se ha perdido la paciencia son cada vez más evidentes. Cortés fue reelecto por tres años el 2 de octubre de 2021. El próximo 1 de septiembre llegará al Senado, junto a Alito Moreno. La paradoja es que, mientras el futuro de los dirigentes parece seguro, el de sus partidos se divisa cada vez más incierto.

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Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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