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Elecciones México
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo decir que en México no cambió nada

Tiempos nuevos comienzan: habemus presidenta. Setenta años después de que a las mujeres nos reconocieran derechos políticos, al país por fin lo transformamos

Claudia Sheinbaum, este lunes 3 de junio en el hotel Hilton de Ciudad de México.
Claudia Sheinbaum, este lunes 3 de junio en el hotel Hilton de Ciudad de México.Mónica González Islas

Y cuando despertó, doscientos años después de instaurada la República, una mujer era presidenta.

Resulta que los vilipendiados encuestadores no mentían y que a Claudia Sheinbaum y a Xóchitl Gálvez sí las separaba un abismo: metafórico y físico, ideológico y aritmético.

Los indicios eran evidentes para quien estaba dispuesto a verlos. La ex jefa de Gobierno superó la histórica acometida que, en 2018, coronó a Andrés Manuel López Obrador con el 53% de los votos. La votación fue copiosa y superó el 60%, acaso producto de lo que el obradorismo llama la revolución de las conciencias. Entretanto, Gálvez no pudo recaudar ni la suma de votos obtenidos por Meade y Anaya juntos. Su rango de votación, entre el 26% y el 28% de votos, es uno de los peores escenarios imaginados. La mejor candidata posible creada por la oposición fue un franco fracaso. Xóchitl, la “Virgen”, terminó siendo los clavos.

El conteo rápido del INE —el riguroso procedimiento estadístico que estima la tendencia de votación nacional— ha mostrado que entre el 58% y el 60% de los votantes quieren que sea a Sheinbaum quien, el próximo 1 de octubre, proteste guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Será Claudia el Mando Supremo del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos. Palabras mayores.

En masa, los electores han refrendado su fe en el proyecto desarrollista de Andrés Manuel López Obrador y repelido a su común enemigo: los antiguos partidos de filiación cupular disfrazados de oveja.

Como reflejo de la desordenada campaña opositora, tras los resultados de las principales encuestas de salida que daban la victoria a Sheinbaum, Gálvez optó por la prudencia. No así Marko Cortés ni Alito Moreno quienes —quemando las naves— la dieron por vencedora.

La diferencia en la tendencia de votación en favor de la científica fue tan copiosa como requerida. La brecha es barranco y alivio. Su magnitud parece sofocar el fuego avivado por algunos asesores de la campaña opositora que sugerían impugnar la elección hasta con una diferencia de seis millones de votos. Un coletazo de rabia que ignora que lo que las urnas no dan, los tribunales no prestan.

Obrador está de gala. Los resultados presidenciales cargan consigo dos premios adicionales. Al final de su mandato, habrá desenmascarado opositores y reestructurado nuestro sistema de partidos.

A partir del 3 de junio, encuestadoras, expertos y analistas deberán ocupar el banquillo de los acusados. Rendir cuentas o marcharse. La dignidad del auditorio —ahora conocedor de la verdad— cumplirá el deseo de Andrés Manuel: ir matando canallas (con su cañón de futuro).

El sistema de partidos luce humeante. La escena del crimen es desoladora. El PRD perderá su registro. Al PRI —con su irrisorio nivel de votación y sus monumentales negativos— difícilmente volveremos a verlo en una boleta electoral. Movimiento Ciudadano canta mientras luce sano y vigoroso con un 10% de la votación presidencial. El PAN, con su raquítico 17%, se consolida como el principal partido de oposición. Tras una campaña camuflada, mucho tendrá que hacer para recuperar su identidad partidista.

En las elecciones locales, las empresas demoscópicas tampoco quedaron a deber. Si nada cambia, Morena pintará de guinda Ciudad de México, Chiapas, Morelos, Puebla, Tabasco y —como no todo en el obradorismo es justo ni consecuente—, Veracruz. La oposición conservará lo esperado: Guanajuato y, con algo de suerte, Yucatán. Movimiento Ciudadano pelea palmo a palmo con Morena la gubernatura de Jalisco.

Tiempos nuevos comienzan: habemus presidenta. Setenta años después de que a las mujeres nos reconocieran derechos políticos, al país por fin lo transformamos.

En el corto plazo, la elección de una mujer como titular del Ejecutivo federal es símbolo de progreso y un potente acelerador de cambios. Esta elección desafiará estereotipos de género y contribuirá a que las mujeres seamos relacionadas de forma directa con aptitudes de liderazgo y poder. A largo plazo, el impacto del cambio tampoco es baladí. Inspirará a futuras generaciones de mujeres a aspirar a roles de liderazgo e impulsará cambios estructurales. Pero ser mujer no basta: Claudia deberá gobernar con plena consciencia de los problemas específicos que nos afectan. Su mandato deberá enfocarse —entre tanto más— en políticas que aborden y mitiguen las desigualdades y desafíos particulares que enfrentamos.

A la presidenta se le recomienda portar casco y gafas de seguridad: las desautorizaciones le lloverán en la forma de adjetivos, demostrando la incomodidad que provoca una mujer al mando. Será etiquetada de fría, autoritaria, déspota y engreída. Castigos impuestos a las mujeres con exceso de voluntad.

La realidad es que hoy, sin ventajas artificiales ni empujones, basándose en su propio camino recorrido, una mujer ha sido elegida para dirigir los destinos de la nación. A ver quién se atreve a afirmar que lo que sucedió aquí no fue una transformación. A ver quién se atreve a afirmar que en este país no cambió nada.

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