Setenta años del voto de las mujeres: México se mira ante el espejo del machismo histórico
Las ciudadanas y aspirantes a cargos públicos han tenido que sortear obstáculos sociales y legales para alcanzar un reconocimiento pleno en un país que aún cuestiona su participación política
Amneris Chaparro es doctora y maestra en teoría política. Su campo de estudio son los feminismos y estudios de género. Cuenta que en clase siempre les dice lo siguiente a sus alumnas: “Imagínense. Mi mamá nació en 1953, es decir, lo que tiene de vida es lo que las mujeres en México tenemos de ciudadanas. Eso quiere decir que hace 34 generaciones atrás, las mujeres de mi familia no eran ciudadanas de este país, entonces creo que es importante tener esa perspectiva histórica de lo novedoso que es ser considerada como igual a los hombres”. La académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM (CIEG) recalca la importancia de no dar por sentado o asumir que fue “muy fácil” tener a dos aspirantes mujeres a la presidencia de México, al contrario, “ha sido una lucha de muchos años y que ha costado”, aclara.
La semilla para la culminación de un viaje de 70 años, en el que la República tendrá a la primera presidenta de su historia este domingo 2 de junio, se remonta a la Revolución mexicana con la lucha de las mujeres ante un denominador común: derrocar la dictadura de Porfirio Díaz; y que posteriormente fue tomando forma en Yucatán, en 1916, con el primer Congreso Feminista, hasta materializarse décadas después, en 1953, durante el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, quien concedió el sufragio universal a las mujeres y, con ello, su calidad de ciudadanas.
“Una de las demandas principales para el nuevo gobierno posrevolucionario [en Yucatán, en 1916] fue la del sufragio, que las mujeres puedan votar y ser votadas. Ese es un parteaguas importantísimo del feminismo mexicano”, afirma Chaparro.
Si bien en 1953, con la reforma constitucional, las mujeres adquieren la ciudadanía plena, los obstáculos tanto en el espectro social como en el legal hicieron una sombra incómoda. La docente de la UNAM toma el caso de Matilde Montoya, quien fue la primera mujer egresada de medicina en México en 1879, pero que tuvo que luchar por recibir su título ya que una de las justificaciones por la cual no podía hacerlo, era debido a que este señalaba que era de médico, no de médica.
Existe una cuestión universal de los derechos humanos, pero que en la práctica es más complicado, a pesar de que ahora se cuenta con un padrón electoral en el que, en promedio, las mujeres votan más. En la contienda anterior, con base a los resultados del Estudio muestral sobre la participación ciudadana en las elecciones federales de 2018, se dio a conocer que las mujeres votan más que los hombres, 66,2% contra 58,1%, una diferencia de ocho puntos porcentuales dentro del 62,3% del total de la ciudadanía que acudió a las urnas.
“También habría que pensar quiénes son esas mujeres que sí pueden votar y quiénes son las mujeres que llegan a puestos de representación. Ahí hay lo que en estudios de género llamamos un cruce que hay pensarlo de manera interseccional. Cuáles son los distintos factores, además del género, que obstaculizan que ciertas personas lleguen a ciertas posiciones de poder”, cuestiona Chaparro.
Lo que se decía en la época para oponerse al voto femenino era que las mujeres pertenecían al espacio de la casa y no la política, ya que “significaría una corrupción de sus almas y que se desocuparían de sus labores naturales”, complementa la académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género. Sin embargo, no fue hasta dos décadas después, en 1975, cuando Ciudad de México fue elegida por Naciones Unidas para albergar la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer que se comienzan a materializar políticas públicas enfocadas en la mujer.
Varias disposiciones que se encontraban en el Código Civil de 1928 fueron derogadas, entre las que destacan el permiso del marido para que la mujer casada pudiera tener trabajo remunerado. También se estableció el derecho a las mujeres para ser sujetas de dotación de tierras y convertirse en ejidatarias.
“El Gobierno mexicano obviamente lo hizo con la presión de saber que iban a ser anfitriones de este gran evento. Es un cambio que no es menor, porque decir ante la ley que hombres y mujeres son iguales tiene mucho significado y eso permite que a partir de los setentas, que también es la década de la segunda ola del feminismo, se comienza a articular planes de acción desde las feministas que exigen formas específicas de representación de las mujeres. Comienza una suerte de concientización sobre cuáles son los temas de la agenda que tienen que ver con representación, con derechos reproductivos, con nombrar a las violencias. Todo eso comienza a suceder a partir de este momento”, dice la docente del CIEG.
A pesar de ver cierto recelo por parte de Claudia Sheinbaum y de Xóchitl Gálvez a pronunciarse como feministas, porque “sigue siendo un término complicado y que devora la cabeza de mucha gente”, Chaparro aún lo considera una victoria para el movimiento. Aunque se tardó, se pudo llegar a ese momento donde tener a una mujer en la presidencia de la República es real. “El momento extraordinario que estamos viviendo también puede ser entendido no solo como un triunfo de la democracia, sino del movimiento feminista de largo plazo. Tendría que dejar de ser extraordinario. Tenemos que llegar a un momento en este país en que las mujeres dejen de ser las primeras en algo”, afirma.
Aunque advierte respecto a un aspecto fundamental: identidad de género no es conciencia de género. Es decir, muchas de las mujeres que están en la política no necesariamente abrazan una agenda a favor de sus similares ni mucho menos una agenda feminista, pero destaca que es importante que estén ahí no porque también demuestra que tienen muy distintas posiciones e ideologías políticas.
También señala una pregunta que fue recurrente durante esta campaña electoral: “¿está México listo para una mujer presidenta?”. Cuestiona los entredichos a las candidatas sobre su lugar y una supuesta influencia de un hombre tras su protagonismo, ya sea del presidente de México o de un partido político. “Nadie dice detrás de Máynez está Dante Delgado o Samuel [García] o Colosio Riojas [Luis Donaldo] debido a que las mujeres en la política siguen siendo pensadas como que no pertenecen ahí”, añade.
Lo que más bien le preocupa sobre el cuestionamiento sobre si “México no está preparado”, es que desemboque en reacciones más violentas. Ante cualquier falla de la nueva presidenta, se dirá que es una falla de todas las mujeres, cuando un montón de hombres han gobernado, se han equivocado y estos errores no se han pensado como fallas del género masculino, explica.
“Tenemos que ver qué pasa después del 2 de junio y de la toma de la presidencia en septiembre. Lo que más me preocupa es que la condición de ser mujer sea un disparador para nuevas formas de violencia o ataques mucho más crueles, más agudos a las mujeres en cualquier puesto de representación pública por razones de género, donde se asoma la misoginia, el sexismo. Creo que eso sí va a pasar porque ningún país o cultura está preparado para tener mujeres en espacios donde no es usual tener mujeres”, concluye la especialista.
El feminismo ha sido una lucha de siglos. México, con su nueva mandataria, continuará otro sexenio en la batalla por la igualdad y con el desafío de seguir rompiendo nuevas barreras.
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