Amandititita: “Los medios publicaban: ‘Si Rockdrigo viera lo que su hija hizo se volvería a morir’. No tienen piedad, güey”
La cantante, hija de la leyenda Rockdrigo González, se confiesa por primera vez en sus memorias sobre el peso de su padre, su infancia vagabunda y hambrienta, el alcoholismo de su madre y el suyo propio o el salto de la contracultura a la fama


Hace ya algún tiempo, allá por el 2010, cuando Amandititita viajaba a toda velocidad por su recién estrenada fama como reina de la cumbia anarquista, pura calle, la banda sonora de las combis que devuelven a los trabajadores a la periferia al acabar la jornada, fue invitada a un programa de Televisa. Antes de saltar al plató, mientras esperaba entre bastidores, apareció por allí una vaca lechera. El jefe de jefes, charro de charros, el mismo rey, Vicente Fernández, iba a ordeñarla en riguroso directo. “Y antes de salir, güey, yo me quedo viendo la vaca. Me digo: ‘¿Cómo nos pasó esto?’. Estaba pasándola fatal. ‘¿Cómo he llegado aquí?’. La vaca y yo éramos algo que habían arrancado de su naturaleza y nos habían metido en un foro. Yo vengo de otro lugar”.
Ese otro lugar, así resumido: nacida en el Tampico de 1979; hija de Rockdrigo González, leyenda de la contracultura mexicana, uno de esos cadáveres jóvenes y bellos sepultado entre las ruinas del terremoto del 85, y Mireya Escalante, su amor desde la niñez, una mujer de espíritu bohemio que nunca superó la muerte de su cómplice y se arrojó a una espiral etílica y autodestructiva, a malvender cintas del cantante en el tianguis del Chopo para financiarse unos tacos y engañar al hambre, a pasar noches al raso en las calles de la Guerrero, desmayada de alcohol, mientras Amandititita, una niña de ocho años, la cuidaba a ella y a su medio hermano de los fantasmas que acechan en la noche brava del Distrito Federal.
Todo aquello, y todo lo que vino después, son ahora capítulos en las memorias de Amandititita, Un día contaré esta historia (Grijalbo), un libro que tuvo que esperar décadas hasta que se atrevió a escribirlo, a sentarse frente a los demonios de una niñez desamparada y una juventud alcohólica; frente a la alargada sombra de un padre convertido en animal mitológico; frente al salto repentino de una adolescencia en la contracultura a la fama pop, los platós de televisión, el odio de la prensa. Es la primera vez que se confiesa en público: “Hay fragmentos de mi vida que me costaron mucho trabajo de escribir, fue horrible, escribía, soltaba la pluma dos meses, lo volvía a retomar. Me ganó el deseo de la conversación, de aportar una historia, que lo que yo pueda sentir, que no es fácil. Hay cosas que ni siquiera la gente más cercana a mí sabe”.

“Padre: ausente”
La historia va más o menos así, y comienza antes de su nacimiento. Rockdrigo y Mireya se conocen de niños, crecen escuchando a Dylan, comparten libros, vinilos, marihuana. Muy jóvenes, tienen una hija. La llaman Amanda Lalena, por el Te recuerdo Amanda de Víctor Jara y Lalena de Donovan, dos de las canciones favoritas de él. “Me gusta mi nombre. Me estoy reconciliando con Lalena”. Rockdrigo, que no cree en esas tonterías del mundo capitalista, nunca le da su apellido —llevará los de su madre, Escalante Pimentel. Ni siquiera la registran hasta pasados dos años. En los papeles, un funcionario escribe: “Padre: ausente”. “Mi padre no registró la mayor parte de su catálogo y murió sin testamento. Me resigné a la idea de que yo era otra de sus canciones”, escribe ella.
Tienen vidas paralelas. Él, en Ciudad de México, haciendo música. Ellas, en Tampico. Amandititita llega a la capital tras el terremoto, visita las ruinas que enterraron a su padre. Mireya está rota y nunca se recupera. Se quedan en la ciudad y dan comienzo años de vagar, dormir en hoteles o sofás prestados cuando hay suerte, en la acera, cuando no. Comen de talonear —“así se dice de forma rockera a lo que en realidad es pedir limosna”— y transitan su descenso personal por los sucesivos círculos del infierno, cada vez más alcohólicos, con un padrastro que pega a su madre y al que ella tiene que plantar cara; entre el hambre, siempre el hambre, y alguna mano generosa que las acoge de tanto en tanto, hasta que Mireya recae y son expulsadas, una y otra vez, a las calles.
—Fueron [cosas] más difíciles de escribir que de vivir. Cuando eres un niño que está en esas situaciones, solo estás resolviendo el presente. No sabes lo que es. Cuando lo enfrentas, te das cuenta de que tienes muchas carencias emocionales, temas de salud mental, y dices: “Güey, ¿cómo pasé por eso? ¿Por qué nadie me cuidó? ¿Por qué viví algo así?”.
Amandititita se refugia pronto en la música, en la escritura y la religión —en uno de esos barrios de arrabal en los que acaban, le aterra que no haya iglesia ni biblioteca. Estudia cuando puede, trabaja cuando no. De adolescente, frecuenta los ambientes izquierdistas de grupos como Maldita Vencidad o El Haragán. En la juventud, a la bohemia de la Condesa, escritores como Guillermo Fadanelli, que se convierte en una figura paterna —“Guillermo me ha confrontado mucho con mi oscuridad y con mi inteligencia, hubo un momento donde muy poca gente apostaba por mí y Guillermo lo hizo”—, y artistas conceptuales como Santiago Sierra (que financia su primer disco) o Artemio. Hereda el alcoholismo que aqueja a su madre y su vida se divide entre la fiesta eterna y la resaca. Hay intentos de suicidio, penumbras, soledad.
Es Fadanelli el que la empuja a cantar. Al principio es casi una broma. Pero graba una maqueta y gusta. Ficha con Sony. Lo revienta de la noche a la mañana. Pasa de elegir entre comer o pagar la renta a tener más dinero del que ha visto nunca. “Fue una locura. Me gustaba porque ya podía pagarle un lugar a mi mamá y a mi hermano. Empecé a vivir en Polanco, compraba cosas y las regalaba, mi relación con el dinero era muy despilfarrada y la verdad es que debí haber ahorrado. Conceptualmente, me costó mucho trabajo. Yo me sentía que estaba traicionando todo el rock y todos mis ideales”.
La prensa y las ‘güeras Televisa’
Por ahí más o menos acaba en Televisa, con la vaca y Vicente Fernández. Y se convierte en una diana de la prensa, que se ceba con ella por su estatura, su físico, su origen . “He sido víctima de esos tabloides muchos años. Han sido muy ojetes conmigo toda la vida. Yo le caía mal a muchísima gente por cómo me vendió la prensa porque les ponía límites a sus agresiones”. El tiempo pone todo en su lugar: ahora a sus conciertos llegan chicas como ella, “y me dicen: ‘Es que crecí con tu música y yo no voy a ser una Güera Televisa [una de sus canciones contra el ideal de belleza televisero], yo no me voy a operar.’ Y me doy cuenta de que he estado construyendo algo importante sin querer, contando mis historias”.
Ni las cuadriculadas mentes del rock clásico ni la prensa caníbal le perdonan cuando, también en un programa de Televisa, se destapa de quién es hija. Nunca ha sido un secreto en su círculo, pero ella no lo usa para promocionarse. Incluso antiguos amigos de su padre cargan contra ella. ¿Cómo es posible que la hija de una leyenda underground se haga de oro cantando cumbia? “Publicaban en medios: ‘Su papá cuando viera lo que su hija hizo se volvería a morir’. No tienen piedad, güey. No saben lo que duelen esas palabras”. Una tía, para que Amandititita no cobre los derechos de las canciones de Rockdrigo, dice que no es su hija. Una prueba de ADN años después demuestra, aunque no hacía falta, que la tía miente.

Amandititita está limpia hace años. Vive en Los Ángeles con su pareja, tuvo que alejarse del tóxico foco de la fama en México. Ha dejado la bebida. “El alcohol, en mi madre y en mucha gente, es el primer paso a una locura desencadenada. Y creo que de alcohol no se habla suficiente”. Si se ve con viejos amigos como El Haragán, se toman una coca cola. Ha exorcizado todos aquellos demonios a través de terapia y sus memorias. “Hice retrospectiva y fui perdonando cada escena. Fue un trabajo muy solitario, muy triste, de mucho llanto, mucho soltar y de mucho perdonar. Este libro no podría ser escrito si a mí me doliera”.
Ha hecho las paces con Dios: “Una persona como yo no pertenece a ninguna ninguna religión, me gana mi anarquismo. Sin embargo, a veces, cuando tengo ganas voy a una iglesia o escucho una clase de la Biblia porque me gustan mucho los testimonios. Dios es mi roca. Yo estoy aquí gracias a él: en muchos momentos corrí peligro como una niña y como una mujer y algo me cuidó”.
Sobre todo, ha perdonado a sus padres: “La realidad es que ellos tampoco tuvieron fácil la vida y que eran muy jóvenes. Mi papá se murió a los 33. Mi mamá se murió como a los 60 y tantos [de cáncer]. Nunca creció. Siempre fue una niña. Entonces, el perdón es realmente ponerte en el lugar del otro y saber que no lo pudieron hacer mejor. Y tengo recuerdos de los dos que valen tanto... A pesar de que mi papá muere cuando yo tengo seis, los recuerdos que tengo de él son tan poderosos en el amor que me daba... Los momentos de mi mamá lúcida también. Si hubieran hecho todo tan mal, yo no estaría aquí. Yo estaría loca”. Su pasión es escribir, pero la música le hace feliz y paga las facturas. Este año sacará su quinto disco como Amandititita. Pura cumbia de supervivencia, güey.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
