México, el muro contra el que se estrella la ultraderecha
El país norteamericano le ha puesto freno a las políticas extremas antes incluso de las elecciones de junio de este año. Razones históricas y actuales explican el fenómeno que le diferencia de las naciones de su entorno
México ha puesto freno a la ultraderecha antes incluso de celebrarse las elecciones. Siguiendo la estela de los vecinos del norte que votaron a Trump o del éxito de Bolsonaro en Brasil y el más reciente de Milei en Argentina, un candidato en contra del aborto y a favor de la familia tradicional, Eduardo Verástegui, ha tratado de presentarse como independiente para las presidenciales de junio de este año, pero no ha conseguido las firmas suficientes que impone la tortuosa burocracia electoral del país. En México, la extrema derecha choca contra un poderoso muro de hielo por razones históricas y actuales: la estabilidad política que construyó durante años la dictadura perfecta del PRI no deja mucha cabida para aventuras en los márgenes; el país vive además estos días una solidez económica que conjura las grandes revueltas sociales, generosos caladeros para las iniciativas de corte radical.
Las redes sociales y sus contagiosas proclamas acercan a la población a cualquier alocada idea que se cruce en su camino, pero en México no alcanzan el asiento que busca la ultraderecha porque son varias las razones que juegan en su contra. Se señala como principal tope el sistema electoral, que obliga a un candidato independiente a recabar firmas equivalentes al 1% de la ciudadanía con derecho a voto, lo que significa cerca de un millón, que además tienen que estar repartidas equitativamente entre 17 Estados, un reto mayúsculo para un candidato sin infraestructura partidista. Constituirse en partido es aún más farragoso y solo puede hacerse el año siguiente a las elecciones. De modo que Eduardo Verástegui, un guapo actor de telenovelas reciclado en político, apenas reunió el 14% de los apoyos previstos y tendrá que esperar mejor fortuna.
La pregunta, sin embargo, sigue siendo pertinente: ¿por qué en México no prende la ultraderecha como está ocurriendo en medio mundo? Este país norteamericano siempre ha jugado a contracorriente de la política de su entorno. Cuando en Latinoamérica triunfaban las dictaduras emanadas de golpes de Estado o de esperanzadoras revoluciones, los mexicanos nadaban anestesiados en el magma cálido del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que no permitía otras aventuras. Todo el mundo cabía en el PRI: “Aquí la revolución era de izquierdas y derechas, bajo un monopolio institucional. Los que querían imponer una versión más radical de un signo u otro eran aislados o eliminados”, sostiene Mario Santiago, investigador del Instituto Mora. “Los sectores de la extrema derecha asociados al catolicismo militante con el concurso de algunos empresarios encontraron una expresión política en el panismo de los ochenta”, dice. Y ahí sigue buena parte de ellos, en el Partido Acción Nacional (PAN), el único que hizo frente al PRI durante décadas sin lograr el poder hasta el cambio de siglo, con Vicente Fox a la cabeza.
En septiembre de 2021, un terremoto político sacudió México cuando varios senadores panistas recibieron al líder de la ultraderecha española, Santiago Abascal, y un puñado de diputados de Vox. En términos históricos, la independencia mexicana es muy joven aún y la presencia de un líder que gusta recrearse con la conquista de la Nueva España y disfrazarse de Hernán Cortés levantó una polvareda de la que pronto se desmarcaron los senadores panistas más moderados. Nadie daba crédito. ¿Ultraderecha en México? Pero ahí estaban quienes consideran, como Verástegui, que el PAN es tibio con sus aspiraciones, marcadas sobre todo por rancios postulados católicos.
Un año después, México fue anfitrión de la ultraderecha mundial, en un congreso organizado por Verástegui en el que participaron, en directo o por videoconferencia, Steve Bannon, Eduardo Bolsonaro, Javier Milei o el chileno José Antonio Kast, entre otros muchos de un lado y otro del océano Atlántico. La extrema derecha estaba envalentonada y Verástegui anunció su salto a la política con un fusil de asalto apoyado en el hombro y una amenaza: “Miren lo que les vamos a hacer a los terroristas de la agenda 2030, del cambio climático y la ideología de género”. En el país de las armas, el asunto causó gran revuelo, pero no pasó a mayores, México seguía su camino.
En 2018, tras décadas de priismo y panismo, un nuevo partido conquistó el poder, Morena, de la mano del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, con una mayoría incontestable que mantiene hoy día y que le augura, según las encuestas, una nueva victoria cómoda en junio a su sucesora, Claudia Sheinbaum. La derecha trata de sacar partido a algunas de sus promesas incumplidas, como la eliminación de la inseguridad que vive el país, con un promedio de 100 muertes violentas al día. Pero no es ese el asunto que más preocupa a la población, por más que esté harta de ello. La República vive días de rosas en lo económico, a decir de los organismos internacionales, con una moneda fuerte, inversiones y exportaciones sólidas, salarios mínimos por primera vez por encima de la inflación y un futuro prometedor que estriba en la deslocalización de empresas. Se le hace fácil al presidente llamar “hipócrita” a la política del argentino Milei.
“El país está polarizado en dos vertientes, por un lado, Morena, y por otro, el bloque opositor, con el PAN como principal partido, porque sus aliados del PRI y PRD están en pleno declive. Si la ultraderecha quiere hacer algo, tendrá que aliarse con el PAN, donde ya están muchos, pero no lo dicen abiertamente para no espantar a la población”, afirma María Eugenia Valdés Vega, experta en Procesos Políticos de la Universidad Autónoma Metropolitana. “México sigue siendo un país de tradiciones liberales y aspiraciones contra la desigualdad que no permiten a la ultraderecha expresarse como quiere o puede en otros países”, sostiene. Vega Valdés considera, además, que el sistema electoral es tan laberíntico para la formación de partidos y presentar candidaturas independientes que raya lo ridículo, razón por la cual, “la ultraderecha no lo tiene fácil tampoco”.
En otros ámbitos, México está todavía a la conquista social de derechos ya consolidados en democracias más antiguas, como el aborto, los matrimonios gais o el laicismo, por más que el país se desligara con éxito de la poderosa Iglesia que legaron los españoles en el virreinato. De modo que el estandarte fuertemente católico que blanden los de Verástegui no encuentra acomodo entre la ciudadanía, con un feminismo en su mejor momento.
En 1953 se fundó en México la organización nacional del Yunque, donde todavía hoy se agrupa la más católica y extrema derecha, con alguna universidad bajo su égida y congresistas del PAN relacionados con ella. Los vínculos de esta agrupación con la ultraderecha española de Vox son notables, mayores si cabe que el músculo que muestra en su propio país. “La extrema derecha, defraudada de anteriores sexenios panistas que no atendieron su agenda, se ha refugiado en la cuna en la que nació, es decir, organizaciones provida, de familia o contra el aborto, en algunos Estados de México. Tuvieron un fuerte crecimiento alrededor de 2012, pero se ha replegado a los antiguos espacios”, afirma Mario Santiago, buen conocedor de esta facción política. “A la agenda católica del Yunque, los empresarios le insuflan un ideario económico neoliberal”, añade, pero los empresarios están ahora muy callados debido al devenir económico del país. “El ideario de la ultraderecha mexicana se asocia más que con el fascismo, de fuerte presencia estatista, con el Falangismo español, por eso suena tan anacrónico, tan de Guerra Fría, todavía en contra del cabello largo entre los hombres, de la homosexualidad y a favor del núcleo familiar clásico”, dice Santiago. “No quiero ser futurólogo ni catastrofista, pero creo que el resto de monstruos, como Trump o Bolsonaro o Milei son hijos de las crisis económicas, algo que no ocurre hoy en México. Pero hay que poner atención”, sugiere.
Comoquiera, el sándwich de extrema derecha en el que está metido México por el norte y el sur no logra penetrar en sus fronteras, por más que Verástegui viera una esperanza en aquel congreso en el que le animaron las voces más altisonantes del planeta para dar el salto a la política. Por ahora.
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