La violencia digital contra Marion Reimers: cuando la misoginia se vuelve deporte
Como otras pioneras en su campo, la reconocida periodista deportiva ha tenido que enfrentar el resentimiento masculino, pero este rechazo se ha convertido en ataques digitales coordinados de una gravedad insólita
La misoginia sigue siendo bandera deportiva en pleno siglo XXI. La periodista mexicana Marion Reimers lo sabe desde hace tiempo: es una de las víctimas más recurrentes de quienes no toleran la presencia de mujeres, mucho menos mujeres lesbianas, en los espacios deportivos.
“Reimers despierta mis instintos más misóginos”, escribió a inicios de noviembre Adrián Marcelo, un conocido conductor de televisión, tras un debate televisivo entre la comentarista y un compañero de mesa (práctica común y nunca cuestionada cuando de hombres se trata). La explicación está en el propio mensaje de Marcelo: el odio a las mujeres por considerarlas más débiles y, convenientemente, disfrazar la misoginia como si se tratara de un instinto —es decir, algo natural e inmanente— y no un rasgo cultural.
Una violencia que la periodista deportiva lleva más de siete años leyendo y soportando diariamente. Y cada vez con mayor velocidad gracias a ataques coordinados de bots que han invertido tiempo y dinero en agredirla por ejercer su trabajo: hablar de fútbol.
Un estudio realizado por el analista de redes sociales Alberto Escorcia descubrió que tan solo en dos meses —del 4 de septiembre al 4 de noviembre de este año— la cuenta de Twitter de Marion (@LaReimers) recibió una estimación de 53.099 respuestas a sus tuits, de los cuales 2.666 se trataba de bots agrediéndola. De manera muy general, un bot es una cuenta de redes sociales que funciona de forma robótica: actúa de forma programada y automatizada.
Por cada partido de fútbol comentado por la periodista, Escorcia descubrió que hubo un promedio de 160 bots atacándola durante las tres primeras semanas de observación. La operación en su contra fue tan agresiva que incluso una etiqueta (hashtag) para atacarla llegó a ser tendencia en Twitter durante la cuarta semana de la muestra por un periodo de tres días. A mediados de agosto de 2022, Reimers ni siquiera estaba comentando la final de la Supercopa de Europa entre el Real Madrid y el Eintracht Frankfurt cuando el mismo ejército de bots empezó a activarse pidiendo que “quitaran” y “silenciaran” a la periodista.
Escorcia, que lleva más de una década analizando y denunciando la manipulación política en las redes, asegura que las características de estas cuentas son similares: no tienen identidad ni historial digital, comparten contenido y están coordinados en horarios para generar un ambiente tóxico que se traduce en una narrativa aceptada y contagiada al resto de usuarios que sí son cuentas reales. Este fenómeno necesita de mucho dinero para su existencia, pues no hay bots sin presupuesto que los sostenga. Escorcia calculó que una operación de este tipo cuesta entre 7.000 y 19.000 pesos mexicanos por operador, la persona que se encarga de crear y programar las cuentas de bots. Tomando en cuenta que para una operación de este tipo se necesitan alrededor de 50 operadores, según la estimación del analista, estos ataques contra Reimers podrían llegar a costar entre 350.000 y 950.000 pesos (entre 17.000 y 48.000 dólares, aproximadamente).
El mensaje en común de estas cuentas fantasma es que Reimers sea silenciada. Piden que sea despedida, que “le pongan mute”, que “se duerma” o que “se calle”. Los contextos que enmarcan cada ataque son intercambiables; el análisis de un partido de futbol, un comentario suyo en Twitter o analizar la UEFA Champions League, algo inconcebible para el público masculino.
Escorcia ha analizado a detalle la actividad que desatan los tuits de Reimers pero también cuando es mencionada por la cadena donde actualmente colabora, TNT Sports. Desde varios frentes se activa la operación de desinformación. “La forma en cómo se crea una tendencia de opinión en Twitter basada en análisis de casos anteriores radica en la capacidad de crear una conversación con un ritmo de al menos 150 tuits por minuto y, generalmente, para este tipo de operaciones se necesita un ejército de cuentas bots y trolls de al menos 50 integrantes”, explica el analista.
Para Escorcia, los ataques contra la periodista mexicana poseen una saña que es complicada de entender. De acuerdo con su experiencia, junto con los casos de Delfina Gómez, la exsecretaria de Educación Pública de México, y la periodista Andrea Noel, quien fue atacada en las calles de la Ciudad de México, el de Reimers es uno de los más grandes que ha visto.
Tan solo el ataque de Adrián Marcelo en su contra y la conversación alrededor del tema generó una cobertura de 179 notas en apenas 11 días. En líneas generales, el foco de estas estaba puesto en la actuación de Reimers y no en lo que representa la abierta misoginia del conductor. ¿Se trata acaso de una complicidad entre una parte de la prensa deportiva en México en contra de mujeres, o de cualquier persona que pueda amenazar su rating? ¿O se trata, más bien, de la reacción cobarde de hombres que siempre han dominado el espacio físico y digital, sobre todo en el campo deportivo, y se sienten amenazados frente a la presencia y participación de mujeres?
Reimers es pionera en su trabajo: fue la primera mujer en comentar, en español, una final de la UEFA Champions League. Como en muchos casos relevantes de mujeres que han irrumpido en espacios masculinos, la historia del deporte tiene ejemplos del rechazo a figuras como ella.
Abrir brechas
Cuando se piensa en una mujer mexicana que se dedique al análisis y periodismo deportivos, surge de inmediato su nombre. Reimers creó un trabajo que no existía en México para las mujeres y, por ello, su labor ha sido clave en la apertura de camino a otras jóvenes que puedan considerar esta como una carrera con posibilidades reales.
Comunicóloga, maestra en Periodismo, directora técnica por la Federación Mexicana de Fútbol, Reimers, al igual que sus antecesoras, fue pionera en varios sectores: fue la primera mujer mexicana en ser nominada a un Emmy deportivo y ha ganado el premio Ondas Globales del Podcast, además de escribir para medios como EL PAÍS y The New York Times. Es embajadora de Buena Voluntad de ONU Mujeres México y recibió la medalla Hermila Galindo por su lucha a favor de la inclusión de las mujeres en el deporte. En 2017 fundó también la ONG Somos Versus, que trabaja para eliminar precisamente la violencia contra las mujeres en el ámbito deportivo.
Rebelarse contra los roles prestablecidos para las mujeres y, además, ser la primera en hacerlo, provoca una ola de reacciones negativas y violentas. Habría que preguntarse con énfasis, más allá del por qué y el cómo, quién o quiénes están dispuestos a pagar sumas significativas de dinero para crear campañas de descalificación, violencia digital. Y también cuestionar qué están haciendo las plataformas como Twitter para crear espacios seguros para las mujeres que ejercen su derecho a la libre expresión.
Los obstáculos y la saña a la que se han enfrentado tienen una posible respuesta en los estudios que se han hecho sobre la irrupción de las mujeres en el espacio deportivo. Un estudio académico titulado Deporte, Género y Medios de Comunicación publicado por Hortensia Moreno, especialista en estudios de género por la UNAM y doctora en Ciencias Sociales que se ha dedicado a estudiar el rol femenino dentro de los deportes, subrayó que el deporte, por su asociación con un ideal restringido de masculinidad hegemónica —es decir, dominante—, “es uno de los escenarios más brutales de la homofobia, la transfobia e inclusive la intersexofobia”.
Moreno analizó que el deporte, al producir valores tradicionalmente asociados a la hombría, provoca que al mismo tiempo las mujeres sean presentadas como “Lo otro”, el ser inferior que es subordinado, frágil, sensual y heterosexual. “De esta forma se construye no sólo la masculinidad hegemónica, sino también la feminidad enfatizada en el deporte”, observó.
Moreno construyó una explicación que podría caber en el por qué de los ataques contra Reimers. El mensaje que se emite desde los medios de comunicación dirigido especialmente a las mujeres y a las niñas es que ellas tienen un rol “subordinado o roles altamente sexualizados, donde la cobertura es enmarcada dentro de estereotipos que enfatizan la apariencia y el atractivo en lugar de la habilidad deportiva”.
Un problema mundial
Paradójicamente, el mundial de este año celebrado en Qatar será inaudito por la representación femenina que tendrá a nivel periodístico y en la cancha. A pesar de celebrarse en un país criticado por su fundamentalismo religioso —que se traduce en una falta de libertades civiles particularmente para las mujeres y la comunidad LGBTIQ+—, este torneo pasará a la historia como la primera vez que un trío de árbitras pitó un juego de fútbol masculino. El Alemania-Costa Rica de la fase inicial estuvo mediado por la francesa Stephanie Frappart, la brasileña Neuza Back y la mexicana Karen Díaz.
En el ámbito periodístico, este año televisoras de todo el mundo eligieron a mujeres para analizar el Mundial de Qatar; además de Marion Reimers hay nombres como el de la mexicana Majo González, la costarricense Amelia Valverde, la estadounidense Natalia Astrain y la británicas Jaqui Oatley, Vicky Sparks, Robyn Cowen y Pien Meulesteen (esta última dijo recientemente a la revista Fortune que también sufre ataques misóginos en redes sociales por su trabajo). “Simplemente apago las notificaciones de mi celular porque hay demasiados comentarios negativos. No quieres estar viendo algo que te va a afectar”, dijo Meuelsteen.
Lesley Wesser, la primera reportera en cubrir un juego de la NFL y la primera en ganar un Emmy deportivo a la Trayectoria, ha narrado que en su época ni siquiera había baños para mujeres en las salas de prensa, o cómo tuvo que realizar entrevistas en estacionamientos de estadios donde esperaba a los jugadores, como si se tratara de un escondite. Wesser tuvo que crear, simbólicamente, un manual de trabajo para poder ser aceptada en una industria tradicionalmente masculina.
Otro ejemplo es el de la británica Jacqui Oatley, la primera mujer en comentar un partido de la liga Premier de Inglaterra para la BBC Radio a principios del siglo XXI. En su momento, ni el público masculino ni la prensa la recibieron con los brazos abiertos, sino todo lo contrario. Un analista deportivo amplificó la opinión misógina de algunos radioescuchas argumentando que el descontento general hacia la presencia de Oatley en la cobertura deportiva era que los hombres, de por sí, ya tenían que escuchar quejas de las mujeres todo el día, como para seguir escuchando ese tono en los partidos de fútbol, en un país donde este deporte es prácticamente una religión más. El analista dio rienda suelta a las descalificaciones de la voz de la periodista con adjetivos como “desgastante” o “incómoda”, e incluso habló de la existencia del “oído masculino”.
Con el paso del tiempo, Oatley, que continuó realizando el trabajo del que es pionera, también comenzó a recibir violencia en redes sociales. En 2016 denunció ante las autoridades a un acosador que le enviaba mensajes explícitamente violentos; cuando la policía dio con el sujeto se supo que era un adolescente que, si bien se disculpó con ella, se excusó con el argumento reiterado que había sido víctima de hackeo.
La diferencia entre el caso de Reimers y el de Wesser y Oatley es la rapidez y fuerza con la que en la actualidad se magnifican los discursos de odio en redes sociales. La misoginia de la que se jactó Adrián Marcelo en su tuit. Y también la existencia de complicidades más lejanas y más próximas. Por un lado, de parte de quienes administran hoy plataformas como Twitter, una empresa que ha dado cabida a discursos de odio, violencia explícita, pornografía y noticias falsas. Por otro, de una audiencia y unas autoridades que han normalizado el fenómeno de los bots en México, incluso como herramienta de ataque entre la clase política, incluyendo las instituciones encargadas de velar por la seguridad. Lo que existe, para aquellos que apelan a la violencia digital, parece ser una certeza de impunidad: la seguridad de que las autoridades no harán nada a la hora de erradicar esta violencia.
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