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La peregrinación de escritores latinoamericanos a Nueva York

Novelistas y poetas jóvenes de América Latina han encontrado en las avenidas de la Gran Manzana lo que una generación pasada buscó en los cafés de París: una comunidad de lectores

Punto de Cruz, libro de la autora Jazmina Barrera en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
Punto de Cruz, libro de la autora Jazmina Barrera en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hector Guerrero

El patrón es discreto pero está ahí. Está en las contraportadas de los libros, a veces dentro de ellos, pero si se leen con cuidado aparece entre novelas y poemarios. Al leer las biografías de varios de los autores en las librerías de América Latina, muchos de ellos, dicen sus libros, migraron al mismo lugar en algún momento de sus vidas: Nueva York. O más bien, a la misma escuela cerca al Soho de Manhattan, la maestría de escritura creativa de la Universidad de Nueva York (NYU).

“Nunca he pensado que un escritor se haga en un taller de literatura”, dice a EL PAÍS Diamela Eltit, premio de literatura en Lenguas Romances este año en la FIL de Guadalajara, y quien fue profesora de esa maestría en español durante más de una década. “Un escritor se hace porque escribir es su pasión, requiere constancia y buscar responderse preguntas”. Pero, añade, ha dirigido talleres de literatura desde hace 40 años, primero en Santiago de Chile y más tarde en NYU, y entiende su importancia. Un taller de literatura “es lo que permite que se materialice un concepto de comunidad”. Una estrecha comunidad de lectores sistemáticos donde no se va “a leer lo que te gusta, sino ver el deseo del otro”. Encontrarse con ese deseo, propio o en los otros, en palabras de Eltit, “es la literatura”.

La escritora chilena Diamela Eltit durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
29 de noviembre de 2021, Guadalajara, Jalisco, México
La escritora chilena Diamela Eltit durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. 29 de noviembre de 2021, Guadalajara, Jalisco, MéxicoGladys Serrano

La lista de graduados de esa maestría en NYU es larga. Han sido estudiantes allí la uruguaya Fernanda Trías (ganadora este año del premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Mugre Rosa); la española Marina Perezagua (mismo premio, en 2016, por Yoro), dos ganadoras del premio de literatura Aura Estrada (la peruana Natalia Sánchez Loayza este año, la colombiana Vanessa Londoño en 2017); la chilena Alia Trabucco (nominada al premio Booker Prize Internacional en el 2019 por la traducción al inglés de su novela La Resta); el colombiano Giuseppe Caputo (miembro de la lista de escritores hispanoamericanos Bogotá39 del 2017) o la poeta bogotana María Gómez Lara (premio Loewe de Poesía Joven en 2015). Y un sinnúmero más de autores que se han hecho un nombre en sus países: Brenda Lozano en México, Raquel Abend van Dalen de Venezuela, Antonio Díaz Oliva o Enrique Winter en Chile. También están Richard Parra que ganó este año el Premio Nacional de Literatura de Perú por su libro de cuentos Resina, o Eliana Hernández, que ganó el Premio Nacional de Poesía de Colombia por su libro La Mata. Y si se siguen abriendo libros, aparecen más.

Tener un diploma de NYU puede otorgar algo de prestigio en América Latina, pero la escuela, más que tener una fórmula secreta para aprender a escribir poesía o narrativa en español, les ofreció a varios de estos autores algo más importante: una comunidad de lectores.

Un laboratorio o una comunidad neoyorkina

“¿Es una coincidencia o no?”, se pregunta la peruana Natalia Sánchez Loayza, ganadora del premio Aura Estada este año, sobre la cantidad de escritores publicados o premiados. De las cuatro finalistas para el premio, ella y otra narradora, Isabel Calderón, habían estudiado esa maestría. “Hasta ahora mi respuesta es que, después de dos años, si tienes suerte y pones muchísimo empeño, muy probablemente tengas un texto mejor trabajado que ha sido alimentado por todas las voces de tus compañeros”, señala la autora. Dice que no se trata de una “relación causal simple”: “Creo que son muchísimas cosas funcionando ahí”. Ella llegó con un proyecto al máster y lo trabajó en cada clase de distintas maneras (desde la poesía, la no-ficción o la dramaturgia) y con una veintena de ojos sobre él.

La escritora Brenda Lozano en Nueva York durante el año 2015.
La escritora Brenda Lozano en Nueva York durante el año 2015.Raúl Vilchis

Pero Sánchez hace hincapié en los “privilegios” que supone conocer el programa: “Saber cuáles son las oportunidades [académicas] está marcado por grandes brechas sociales, económicas, raciales y de género en mi país”, dice. Después de eso, toca hacer la postulación, y conseguir cómo pagar la cuota de casi 70.000 dólares, porque la universidad ofrece un máximo de cinco becas completas para los dos años de estudio. “Saltar todas estas brechas y dedicar dos años de tu vida a escribir es una oportunidad escasa, un privilegio para cualquier escritor y más particularmente cualquier escritora latinoamericana”, apunta. Ella fue becada.

“Es un laboratorio de escritura”. Así es como describe el programa la poeta peruana Mariela Dreyfus, cofundadora de la maestría en 2007 con las escritoras argentinas Sylvia Molloy y Lila Zemborain, que lo estructuraron copiando el modelo de los famosos MFA estadounidenses (la versión literaria de los MBA de negocios). Talleres de poesía y narrativa, sólo dos clases teóricas, y además de Eltit la presencia de profesores como el español Antonio Muñoz Molina, la chilena Lina Meruane, o el argentino Sergio Chejfec. Recientemente se incorporó también como profesora la dominicana Rita Indiana, cantante y autora de varias novelas como Hecho en Saturno (2018) o Papi (2010).

“Cada vez hay más migración hispanoamericana”, dice Dreyfus, que lleva décadas en Nueva York. “La ciudad fue centro de atención hace mucho, como puerto, fue la ciudad por la que pasó muchos años José Martí y ahí tradujo a Edgar Allan Poe”, añade. “Lo que era París como atractivo para los escritores, Nueva York lo es ahora”. No solo por la experiencia cosmopolita que ofrece, sino por los distintos tipos de español que llegan con los migrantes latinoamericanos a ese puerto americano. “A finales de los ochentas era más Caribe, luego más mexicana, pero ahora ha subido mucho la sudamericana”, dice Dreyfus.

Esos múltiples tipos de español que viajan a NYU aportaron a la escritura de Natalia Sánchez Loayza. Ella y sus compañeros tenían conversaciones, recuerda, sobre las diferentes formas de llamar a las palomitas de maíz (popcorn, pochoclo, crispeta) o sobre los nombres que recibe el plátano en cada país. “Cosas que parecen extras, terminan construyendo cómo escribes”, asegura. “Si me hubiera quedado en Lima solo hubiera tenido el feedback de mis círculos limeños”. La escritora explica también que estos talleres funcionan como el contrapunto a lo que ella ve como una “crisis en el mundo de la edición”: “No hay muchísimos editores que hagan un trabajo realmente detenido: no hay espacio, no hay recursos...”.

El libro Mugre Rosa de Fernanda Trías.
El libro Mugre Rosa de Fernanda Trías. Roberto Antillon

“Si no sabes convivir con las críticas, puedes salir llorando de un taller de escritura”, cuenta Richard Parra, otro becado en NYU y Premio Nacional de Literatura en Perú este año por su libro de cuentos Resina. Parra trabajó en NYU su libro de cuentos Contemplación del Abismo y encontró nuevas formas de experimentar con la narrativa en los talleres de Eltit. “Así como hay muchos escritores que son visibles, a muchos graduados nunca más los he vuelto a ver, no volvieron a publicar un libro”, añade Parra. “Aunque esas opiniones en los talleres pueden ser positivas, también te pueden generar mucho malestar, porque la escritura es algo en lo que te pones entero, emocionalmente”.

“Lo que hacen las maestrías de escritura creativa es que te abren a una serie de lecturas que por vos mismo nunca hubieras llegado”, dice la uruguaya Fernanda Trías, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz este año en la FIL de Guadalajara, y quien ahora enseña en la maestría de escritura creativa en la Universidad de Los Andes, en Bogotá.

“Le digo a mis estudiantes que como escritores podemos llegar a sufrir mucho el aislamiento, y la escritura es un trabajo comunitario”, dice sobre la importancia de generar esa comunidad con este tipo de programas. “Sí creo, como Mariela, que Nueva York se convirtió en un lugar de paso para muchos escritores latinoamericanos, porque tiene ese espíritu cosmopolita. Dicho esto, no me parece indispensable hacer una maestría en escritura creativa para ser escritor. Si me dices que si no estás en Nueva York estás out, no, no creo eso”.

De París a Nueva York a Buenos Aires a Lima

París fue, por buena parte del siglo XX, el centro de atracción para escritores latinoamericanos buscando empaparse de esa mirada más cosmopolita. Por allí pasaron primero el chileno Pablo Neruda, el poeta nicaragüense Rubén Darío, el cubano Alejo Carpentier y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias; los siguieron después los argentinos Julio Cortázar y Ernesto Sábato, o el mexicano Octavio Paz; y una tercera ola de autores migrantes incluyó al peruano Mario Vargas Llosa, al colombiano Gabriel García Márquez, y al mexicano Carlos Fuentes. París era una ciudad de paso, no era donde estaban los editores que les publicarían eventualmente. Aparte de Cortazar, que se quedó en París una buena temporada, la mayoría terminaría viviendo más prolongadamente en México o en España. Pero París fue un lugar para crear, más que amigos, esa comunidad de lectores.

Gabriel García Marquez y Pablo Neruda en 1973, durante una residencia en Normandia, Francia.
Gabriel García Marquez y Pablo Neruda en 1973, durante una residencia en Normandia, Francia.Colección del Ranson Center de la Universidad de Austin

Gabo, por ejemplo, acudía a un taller de escritura del poeta cubano Nicolás Guillén, o Carpentier tomaba café en La Coupole con Pablo Neruda para hablar sobre el borrador de Cien Años de Soledad. “Vivir en París era un ritual de iniciación obligatorio”, escribe el académico Alvaro Santana-Acuña en su libro Ascent to Glory sobre Cien Años de Soledad, que incluye una explicación sobre cómo Gabo creó una comunidad de editores y escritores alrededor del mundo. A diferencia del mito del escritor solitario que encuentra una joya literaria sólo frente a su teclado, Acuña muestra cómo Gabo en París “no escribía aislado; colaboradores le dieron retroalimentación mientras iba escribiendo”.

La maestría en escritura creativa de Nueva York quizás brille más que otras ahora porque son pocas las opciones que existen aparte de esa. “En las principales universidades en México no existen maestrías en Escritura Creativa, no hay en la UNAM, ni en la UAM”, cuenta Jazmina Barrera, novelista mexicana, graduada de NYU, y autora recientemente de la novela Punto de Cruz. “Es una enorme tristeza. En EE UU o en Europa, estas maestrías son un reducto para que los escritores puedan profesionalizarse en dar clases de escritura creativa y así tengan de qué vivir”.

Son escasas las opciones alternativas, pero no son nulas. Así como Trías enseña en una en Colombia, los peruanos Richard Parra y Daniela Rodríguez Ugolotti son también egresados de NYU y ahora enseñan en los dos programas de escritura creativa de Perú (en la Universidad Católica y la de San Marcos). La argentina María Negroni, que también pasó por NYU, dirige la maestría en escritura creativa de la Tres de Febrero de Buenos Aires, donde se graduó la reconocida novelista peruana Katya Adaui. Y otros autores no neoyorkinos dirigen otras opciones. En la Pompeu Fabra de Barcelona dirige el escritor español Jorge Carrión, y de allí se graduaron autores como la cuentista ecuatoriana Mónica Ojeda o el cronista peruano Joseph Zárate. También hay talleres de escritura más informales, como el de Selva Almada en Argentina, donde Dolores Reyes pudo trabajar su celebrada novela Cometierra. En Estados Unidos también son escasas las opciones –en Iowa y en El Paso, Texas– que ofrecen pocos cupos y no tienen el atractivo del puerto multilingüe que existe en Nueva York.

El libro Resina de Richard Parra en las góndolas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el día 04 de diciembre de 2021.
El libro Resina de Richard Parra en las góndolas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el día 04 de diciembre de 2021. Roberto Antillon

Los autores consultados por EL PAÍS no consideran que en NYU se enseñe una sola forma de escribir, como si fuera una maquila de escritores tecleando en una misma cadencia. “Lo que neutraliza la universidad es que precisamente no haya una única forma de hacer las cosas. La escritura no está encasillada, no tiene compartimento”, dice la novelista mexicana Brenda Lozano, graduada de NYU y autora de la novela Brujas, que en parte trabajó en la maestría. Ni creen los graduados que NYU sea una feria del trabajo para hacer conexiones con las editoriales en español. “En nuestros países los que firman contratos de libros no se acercan a los que son recién egresados de una escritura creativa en EEUU”, añade Lozano. Quizás lo mejor que ofrece es eso, un diploma, y amigos lectores de todas partes del continente.

Escribir no es una carrera. Como dice Damiela Eltit, es más cercano un proceso de encontrarse con el deseo, aprender a preguntarle. Pero sí es quizás también un proceso de leerse en conjunto, en París antes, en Nueva York ahora, y cuando se puede, en talles de Buenos Aires o Lima o Bogotá.

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