Un Día de Muertos con José Guadalupe Posada
Una exposición homenajea al creador de la Catrina, una figura icónica que moldeó el arte mexicano con sus característicos grabados cargados de sátira y crítica social
El arte y la muerte caminan de la mano en México. Son dos realidades presentes en su tradición desde la época prehispánica, pero fue José Guadalupe Posada quien, a finales del siglo XIX y principios del XX, se encargó de grabarlas a fuego en el ADN mexicano moderno. Un artista que dialogaba cara a cara con la parca, que la convirtió en su musa principal. Que moldeó para siempre la estética del país a fuerza de representar la cultura popular de la época en más de 25.000 grabados que destilan sátira y crítica social por los cuatro costados. Suyas son las famosas Catrinas, el símbolo por excelencia del Día de Muertos, cuyo rostro cadavérico decora cada esquina de la nación cuando se acercan los últimos días de octubre. Este año, la Alcaldía de Iztapalapa organiza una exposición gratuita y al aire libre con una selección de 32 de sus grabados para reivindicar la figura de Guadalupe Posada y acercarla a los vecinos, siguiendo esa voluntad de estar cerca de la gente que siempre caracterizó al creador.
“Posada engloba lo que es el Día de Muertos, se ha convertido en su imagen. Las calaveras representan la tradición mexicana, conectan con esta festividad que a la vez sirve para festejar a la muerte y homenajear a las personas fallecidas. Habla de la memoria del pueblo mientras nos brinda imágenes icónicas de sus gentes”, explica este lunes durante una visita guiada Alejandro Rodríguez (31 años), especialista en gráfica popular mexicana del siglo XX y uno de los encargados de organizar la retrospectiva, que se expone hasta el 31 de enero de 2022 en las rejas que rodean el ayuntamiento de Iztapalapa. “El objetivo es dar a conocer su figura a la alcaldía. Su fuerza visual es clave para conectar con la gente. Sus dibujos son sencillos, pero profundos”, añade.
En contra de lo que suele creerse, en la obra de Guadalupe Posada se encuentra una gran diversidad, más allá de sus famosas calacas, aclara Rodríguez. “Quisimos rescatar esa parte no tan conocida. Posada es uno de los grandes testimonios mexicanos del siglo XIX y principios del XX. Refleja como veía el mundo y las creencias de la época. Es un artista emanado el pueblo”. Sus trabajos se caracterizan por una ácida ironía que le servía para criticar a todos los estratos de la sociedad mexicana, aunque “toma un claro partido por las clases populares”, apunta el especialista.
A lo largo de su carrera, Guadalupe Posada cultivó el grabado, el dibujo, la litografía o la zincografía, una técnica que utiliza una plancha de zinc en vez de una piedra litográfica, y que el creador dominaba. Sus trabajos se dirigían a la gente común, siempre desde un lenguaje popular, alejado de las élites intelectuales del momento. “La mayoría de la población de entonces era analfabeta, y los dibujos llamaban su atención”, cuenta Rodríguez.
Guadalupe Posada no se veía como un artista, sino como un artesano. Trabajó para varios periódicos, panfletos y publicaciones de diversa índole de la época, como La Patria Ilustrada, La Revista de México, El Nuevo Siglo o El Jicote. “Era un periodista gráfico, su legado no solo es artístico, es cultural y social, ligado al periodismo, a la hoja rápida cotidiana”, narra Rodríguez. A ello, en parte, se debe la gran diversidad en su obra. Era un cronista, alguien que observaba, documentaba y grababa los distintos aspectos de la sociedad.
Su mano registró el primer baile homosexual conocido en México, pero también oficios humildes como en Los Petateros, historias de nota roja, de bandidos y maleantes, o el paso del Cometa Halley en 1910, al que representó en una conversación con la luna y la tierra, en un “diálogo muy bonito, en el que hablan de una forma muy popular, muy mexicana”, opina el experto. “Posada tiene esa mentalidad burlona, nos habla de lo surreal de la vida cotidiana sin dejar de ser irónico. Es un estilo muy chusco, simple, pero profundo, con una gran fuerza. Esa diversidad de su gráfica nos habla de la diversidad del pueblo”.
Fueron los muralistas mexicanos del siglo XX los que reivindicaron su figura y la salvaron del olvido. Su creación más famosa, La Calavera Garbancera —una crítica a las mujeres de clase alta de la época del porfiriato, que trataban de disimular sus orígenes indígenas imitando las modas europeas— fue renombrada por Diego Rivera como La Catrina, el femenino de catrín: dandis de clase alta. El famoso artista incluso la incluyó en su obra Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947). Y, de ahí, pasó a la historia, a simbolizar México y su Día de Muertos en todo el mundo.
La muerte democrática
De padres mineros, nació en 1852 en la ciudad de Aguascalientes, la capital del Estado que lleva su mismo nombre. En sus primeros años vivió cerca de un cementerio: su primer contacto con la muerte, que le obsesionaría de por vida. En 1871 publicó sus primeras caricaturas en El Jicote, en las que ya dejaba clara su impronta y su estilo corrosivo para con el poder. En 1888 se trasladó a Ciudad de México y comenzó a trabajar en diversas publicaciones. Su obra más amplia la registró de la mano de Ireneo Paz, abuelo del poeta Octavio Paz y director del semanario La Patria Ilustrada. Y, sobre todo, de Antonio Vanegas Arroyo, el editor e impresor más importante del momento y su cómplice más fiel, quien escribía muchos de los textos que acompañaban los diseños de Guadalupe Posada.
Es en esa época cuando dibuja por primera vez sus famosas calacas. “La muerte es democrática, ya que, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”, dijo el caricaturista en la que es su cita más celebre. En la exposición, además de La Calavera Garbancera, se encuentra otro de sus trabajos más conocidos, Las Calaveras Pulqueras, una imagen en la que se ve a varios esqueletos bailando en una pulquería. Los que representan a los hombres visten sombreros; los de las mujeres, vestidos y lazos. En aquellos años, ellas tenían prohibido acceder a las cantinas. “Posada era muy avanzado para su tiempo. Su frase ‘la muerte democratiza’ ilustra a la perfección esa gráfica, una de las que más condensan su espíritu”, señala Rodríguez.
Crítico con todo, Guadalupe Posada cargó contra la dictadura de Porfirio Díaz, pero también contra la Revolución Mexicana, con la que tuvo una relación compleja: ideológicamente se encontraba alineado con ella, pero consideraba que la violencia no era necesaria para conseguir sus objetivos. Aun así, dibujó como homenaje a mujeres como Petra Herrera o la coronela Alanis, que se disfrazaban de hombres para poder combatir.
Hasta con su muerte, Guadalupe Posada logró, aunque fuera de manera involuntaria, satirizar el país que con tanta ironía había representado en vida. Según recogió el historiador Agustín Sánchez en su libro Posada (Planeta, 2008), el artista falleció solo y alcoholizado en Tepito, en 1913. Después de dibujar un universo en el que las calaveras se vestían con las ropas del día a día, en el que el más allá visitaba el mundo de los vivos para reflejarlo en un espejo caricaturesco, esquelético, sus restos acabaron en una fosa común de paradero desconocido, en un país que años más tarde se vería agujerado por ellas. Que en los Días de Muertos, enciende velas para honrar a todos los que ya no están: a los conocidos, a los anónimos, a los desaparecidos.
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