“Debes contestar; de otro modo haré una locura”: el inicio del vértigo de Octavio Paz y Elena Garro
El académico Guillermo Sheridan, mayor biógrafo del Nobel de Literatura mexicano, reúne 84 cartas que el poeta le escribió a la novelista entre el auge y el derrumbe de una relación obsesiva
Mientras las lluvias de verano asolan el Distrito Federal, un arrebatado Octavio Paz amenaza con suicidarse. Es 29 de julio de 1935. Han pasado tres meses desde que el estudiante de Derecho de 21 años conoció a Elena Garro, que tenía 18 y estaba por terminar el Bachillerato, y su amor ya empieza a mostrar sombras. Los padres de la que se convertiría en una de las novelistas más brutales de México no aprueban la intensidad de la relación y amenazan con enviar a su hija a un internado. Garro llora en silencio. Paz reniega de que su mundo ha sido atropellado.
“Yo no quiero que te rebeles a tus gentes, sino que les expliques con exactitud y frialdad la verdadera situación”, le escribe el poeta a su novia esa mañana antes de partir hacia su casa para enfrentar a los suegros. La despedida es fría, el aire tenso, y el poeta se va rendido. Paz ganaría el Nobel de Literatura en 1990 y moriría a los 84 años, pero esa noche su vida pierde sentido. Al llegar a su casa escribe otra vez, 13 páginas que concluyen en una amenaza: “Si quieres casarte conmigo, no me olvides. Si no me amas dímelo también: tienes ese deber. El único que te exijo. Que contestes a todo lo que te pregunto aquí. Debes contestar todo esto; de otro modo haré una locura”.
La carta es tan solo la décima de 84 epístolas que el académico e investigador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México Guillermo Sheridan (Ciudad de México, 71 años) guardó y estudió durante casi dos décadas. Este mes las publica editadas y comentadas en un libro de la Editorial Siglo XXI bajo el título de Odi et amo: las cartas a Helena, en el que firma su quinto trabajo alrededor de la vida y obra del poeta más laureado de su país.
Escritas entre el auge de un amor juvenil en 1935 y las primeras ruinas de la separación que ya acecha una década después, las cartas circularon en los noventa, de manos de un sobrino de Garro que buscaba venderlas, y sus copias llegaron a Sheridan como un regalo de Helena Paz Garro, hija de los escritores. Un ventanal hacia uno de los matrimonios más convulsos y comentados de México, el biógrafo absoluto de Octavio Paz las ampara como una exploración en los orígenes del escritor. “Las cartas aportan una intrusión muy privilegiada hacia su intimidad creativa”, dice Sheridan en entrevista con este periódico. “Son un acompañamiento a este joven que se está formando como poeta; a un muchacho ilusionado con el socialismo que se experimenta en la Mérida de los años del presidente Lázaro Cárdenas; y a un hombre que, después de varios años de casado, experimenta eso que en un poema describe como ‘la costumbre que mata el amor”.
Durante ese verano en el que todo parecía terminar, Octavio Paz probablemente leía a Wolfgang von Goethe, según anota Sheridan al pie del libro. La amenaza del suicidio se diluye en retórica cuando los Garro deciden no separar a los novios a cambio de que la joven Elena imponga una distancia. El Paz que tentaba a la muerte al estilo del joven Werther emulará también al personaje del escritor alemán fantaseando con un hijo, seguirá a su novia de lejos, en bailes y tardes con amigos, y la bautizará como Helena, con la ‘H’ como código secreto. Pero también compartirá versos, dará cátedra sobre Nietzsche, leerá a Stendhal junto a Garro o asimilará su relación en personajes de Dostoievski. El amor fugitivo se consolida como epistolar. “El joven Paz no es un buen poeta”, afirma el editor. “Pero en sus lecturas, y en su manera de organizar su intelecto, ya aparecen todos los elementos en los que desarrollará su poética”.
La correspondencia los acompañará nuevamente en 1937 mientras Paz viaja a la península de Yucatán con 24 años, lejos ya de la carrera judicial y con un puesto en la comitiva de maestros que busca “educar a los hijos del proletariado” en medio del fervor nacionalista del presidente Cárdenas. Garro incursionará en el teatro, y Paz escudará los celos a sus nuevas compañías achacándole frivolidad y falta de fervor revolucionario. Se casarán ese mismo año y las cartas volverán en 1944, cuando Garro retorna a México por problemas económicos después de que se fueran a vivir a California con la beca Guggenheim de Paz. Ella tiene 27 años y él está por cumplir los 30.
Sheridan lamenta la idea de que las respuestas de Elena Garro se hayan perdido para siempre. “No me consta, pero percibí señales de que la señora Marie José Paz [la tercera esposa del escritor, fallecida en 2018] decidió deshacerse de ellas”, zanja. “Haber tenido las respuestas habría hecho de este libro algo doblemente importante”, dice el académico, que en sus apuntes al pie señala reacciones, anhelos y dolores de un Octavio Paz que para 1945 dependía de un sueldo mínimo del consulado mexicano en San Francisco tras fallar en los plazos del libro que preparaba por la Guggenheim.
De vuelta en México, Garro cultiva su carrera en el periodismo. Había comenzado en 1941 con reportajes donde ingresó con la misma astucia de encubierta en un presidio femenil como a la casa de Frida Kahlo, como narra su biógrafa Patricia Rosas Lopétegui en un artículo. “Tiene trabajo, una vida interesante y está rodeada de amigos”, describe Sheridan. Mientras, Paz vagabundea por San Francisco, escribe versos sobre rostros y calles que, como recuerda el biógrafo, irían a dar en el poema Piedra de sol (1957). También celebra a su esposa. “Eso es lo que yo quería, lo que he querido siempre: que utilices en algo —y no en destruir o destruirte— tu talento, tu encanto y tu capacidad”, le escribe en una de las últimas cartas, el 16 de marzo de 1945.
Ese verano se encontrarán brevemente en Vermont, y luego Paz marchará a Nueva York, donde vivirá unos meses hasta que el Servicio Exterior Mexicano lo reclutará formalmente con destino en París. Entonces comienza el derrumbe. Garro comenzará a escribir Los recuerdos del porvenir en 1948, y Paz publicará El laberinto de la soledad en 1950. Ella se enamora del escritor argentino Adolfo Bioy Casares y mantendrá una relación con el mexicano Archibaldo Burns. Él conoce a la pintora Bona de Pisis. Entre distancias y a la vuelta tras una década fuera de México, el divorcio llegará en 1959.
Sheridan los describe como “mutuos cautivos”. “Como toda buena historia de amor, tiene sus éxtasis y tiene sus desastres”, dice. “Paz se enamoró de otra mujer e inició otra historia salvaje. Elena Garro prefirió convertir su odio en una religión”, escribe en su epílogo. La década de 1960 los enemistó en la política, con un Paz que renunció como embajador en la India como protesta a la matanza estudiantil de 1968 mientras Garro lo acusaba, junto a otros intelectuales, de “confundir” y “traicionar” a los estudiantes. La literatura, sin embargo, los encontró. Paz celebró la publicación de Los recuerdos del porvenir. “¡Cuánta vida, cuánta poesía, cómo todo parece una pirueta, un cohete, una flor mágica! Helena es una ilusionista”, le escribió al ensayista José Bianco. “Todo, todo, todo lo que soy es contra él. En la vida no tienes más que un enemigo, y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”, escribió Garro en una carta ampliamente citada a la crítica literaria Gabriela Mora, aunque celebró con su exmarido el Nobel de 1990. Ambos morirían en 1998, él en abril y ella en agosto.
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