Los sonidistas latinoamericanos que escucharon el silencio y terminaron nominados al Oscar
Los sonidistas de México y Venezuela transformaron al sonido en personaje en ‘Sound of Metal’, una de las películas más nominadas a los premios de la Academia
Si el sonido y el silencio quisieran transformarse en dos actores de cine, tendrían que presentarse primero ante los oídos de cuatro sonidistas latinoamericanos que, hasta muy recientemente, eran poco conocidos. La editora de sonido venezolana Carolina Santana y los mezcladores de sonido mexicanos Carlos Cortés, Michelle Couttolenc, y Jaime Baksht lograron algo parecido a esa metamorfosis en la película Sound of Metal (El sonido del metal), sobre un baterista llamado Ruben que de repente se vuelve sordo. Se trata de una de las películas más nominadas a los Oscar este año –seis categorías, incluida Mejor Película– pero la especulación entre cazadores de premios es que tiene asegurada al menos una estatuilla: Mejor Sonido. Si gana el premio en la ceremonia el próximo domingo, la alianza mexicano-venezolana sería en gran parte la responsable.
“Desde que se empezó a escribir el guion venía ese trabajo de reflexión acerca de lo que sería tener el sonido como personaje, como hilo narrativo de la historia”, explica Santana, ingeniera de sonido caraqueña que reside en París y ha trabajado en películas como J’accuse de Roman Polanski o At Eternity’s Gate de Julian Schnabel. “Se hizo un trabajo de pruebas sobre cómo se pierde la audición y cuántos recuerdos de sonidos se tiene. Intentamos entender cómo podría sonar esto desde un punto de vista muy subjetivo”.
Los sonidistas en el cine suelen ser, como las ondas del material con el que trabajan, invisibles en los créditos. Esto a pesar de que cada ruido o silencio que añaden puede transformar la textura emocional de una escena. “Nosotros hacemos la levadura, hacemos como que la película se esponje más”, explica Michelle Couttolenc, quien ha trabajado con Jaime Baksht, otro de los sonidistas, en películas como El laberinto del Fauno de Guillermo del Toro o Ya no estoy aquí de Fernando Frías (son cofundadores del estudio en México Astro XL, donde mezclaron parte de Sound of Metal).
Couttolenc y sus colegas explicaron a EL PAÍS que una forma sencilla para entender cómo lograron su hazaña es imaginar la edición y mezcla de sonido como un proceso de cocción en tres pasos. Primero, el director y el productor de sonido –Darius Marder y Phillip Bladh, respectivamente– grabaron los sonidos directos durante el rodaje, como los diálogos. Luego, el diseñador de sonido Nicolas Becket y la editora Carolina Santana grabaron efectos especiales que querían añadir, como sonidos de ambiente o la banda sonora. Finalmente, hecho el enorme mercado de diálogos, ruidos o silencios, los mezcladores mexicanos cocinaron las ondas sonoras como los sous-chefs de un restaurante Michelin.
“Trabajamos en una libertad muy poco común”, dijo Jaime Baksht sobre el proceso. “Normalmente tú tendrías un director que está atrás molestando, o a un diseñador que no te deja hacer nada más que lo que él dice que hay que hacer. En este caso fue: ‘Ahí están la cebolla, el tomate y etcétera, ¿ahora qué van a cocinar?’ Obviamente los ingredientes que pusieron no eran para hacer un suflé, eran para hacer un pato à l’orange”.
El pato a la naranja era extremadamente complejo. La película arranca con un explosivo concierto de rock en el que Ruben toca la batería, pero en las siguientes escenas los sonidistas juegan con el silencio en su cabeza, o las nuevas ondas sonoras en el lenguaje de señas que el protagonista aprende en una comunidad de sordos, o con el tormentoso ruido artificial cuando una doctora le conecta implantes para volver a escuchar.
“Pudimos experimentar mucho desde el punto de vista técnico”, añade Carlos Cortés, otro mezclador de sonido y quien ha trabajado en varias películas con el director mexicano Carlos Reygadas en el estudio Splendor Omnia, donde también se mezcló Sound of Metal. “Se hizo una investigación sobre cómo traduciría el sonido un implante, y buscamos diferentes formas para interpretar lo que sería perder la audición. La capacidad de jugar con diferentes elementos, con micrófonos de contacto que pudieron obtener los hidrófonos, nos dieron la posibilidad de reflejar los sentimientos” del personaje principal.
“Debíamos hacerlo desconcertante y loco, que Ruben a la hora de tener el implante se sintiera como bombardeado. Ruben llevaba varios meses sin oír, entonces que por fin le conecten el implante como que lo desconcierta”, explica Couttolenc sobre los aparatos que no logran simular lo que hacen los oídos. “Hicimos sonidos que se movían como en una burbuja, otros sonidos dentro de otro círculo, y luego otra gran burbuja que engloba a las otras dos, y que se mueve alrededor del personaje. Eso creó ese desconcierto, esa locura.”
Pregunta. Como sonidistas, ¿fue un reto emocional para ustedes trabajar en una película sobre perder la capacidad de escuchar?
Carlos Cortés. Sí, definitivamente. Había como una parte de negación, al menos de mi parte, como de tratar de entender eso. Yo al menos no puedo concebir qué significaría estar en una situación así. El hecho de ponerse en la situación del personaje principal me sigue resultando abrumador, me genera shock. Me ha hecho sentir agradecido sobre el sentido del oído, sobre tenerlo todos los días. Tener la posibilidad de entender el planeta a través del oído es algo de lo que dependemos demasiado y no nos damos cuenta. Al final, es el único sentido que no descansa. Tenerlo ahí, tan presente, y a la vez tan ausente, te hace reflexionar de lo maravilloso que es.
P. ¿Qué escena fue especialmente retadora en esta película?
Michelle Couttolenc: Mi preferida, que fue el concierto que inicia la película, porque realmente intentamos que se sintiera súper auténtico, verídico, que sintieras que estabas ahí. No queríamos que fuera puro ruido todo el tiempo, así que fue un gran reto, y lo rehicimos unas 10 veces. Darius [el director] nos decía ‘Ya, me gusta, está increíble’, y nosotros decíamos ‘No, todavía puede estar mejor’. Tiene muchos matices. Si la cámara se acerca a la batería el sonido es más fuerte. Fue un gran reto hacerlo tantísimas veces sin que fuera una pared gigante de sonido.
Carolina Santana. La que a mí me tocó emocionalmente es la escena cuando Ruben llega a la comunidad de sordos, y se sienta en una mesa. Desde el punto de vista de narración, descubre lo sonoro que son ellos: comunican mucho, están muy presentes. Eso conectó conmigo porque recordé llegar a Francia [a los 17 años], y estar en una mesa rodeada de gente y no entender, no poder hablar. Me interesé mucho en el ASL [lenguaje de señas], y luego ves cuando él ya aprende a hablar, y su vida es completamente diferente.
Carlos Cortés. Hay una escena en una resbaladilla, en la que Ruben interactúa con un niño sordo, y hay un aparente silencio. Los dos tienen una conexión a través del golpeteo en la resbaladilla, que eventualmente nosotros contrastamos con el sonido “más real”. Me gusta mucho cómo se genera una dinámica [entre los dos sonidos], una sensación de texturas, y cambia el paradigma mental de Ruben. No es evidente, pero el efecto tiene una cuestión más emocional con respecto a lo que él está viviendo en ese momento. Posteriormente lo ves desde fuera, con la grandilocuencia auditiva de la sonoridad de todo lo que ellos dos no están percibiendo. Pero a la vez ellos dos están conectados en su propio mundo a través de la poca información que pueden recibir auditivamente.
P. En esta pandemia muchos han perdido otros sentidos, como el olfato y el gusto. ¿Qué enseña la película sobre esta pérdida de estos sentidos fundamentales?
Jaime Baksht. Efectivamente en Sound of Metal se habla mucho de que el tema es el sonido y la pérdida de la audición. Pero en realidad, el verdadero fin de la película tiene que ver con qué pasa cuando pierdes algo. Algo, incluso puede ser una relación amorosa: uno avanza, y el que perdió no quiere aceptar que la otra persona lo dejó. En la pandemia pasa algo igual. Todos pensamos que vamos a regresar a lo que estábamos, pero no nos queremos dar cuenta que no. Todo esto nos va a dar una nueva sociedad, y no necesariamente lo queremos aceptar. La película es sobre la aceptación.
Una de las escenas más conmovedoras en Sound of Metal ocurre cuando Ruben tiene una conversación clave con uno de sus mentores en la comunidad de sordos, y este último le habla de la importancia de aprender a escuchar a pesar de su sordera. Escucharse profundamente en el silencio de una mañana. “El mundo sigue moviéndose y puede ser un lugar muy cruel”, le dice el hombre a Ruben. “Pero para mí, es en esos momentos de quietud, en ese lugar, ahí está el reino de dios. Ese lugar nunca te abandonará”. Ruben se demora varias escenas en entender el mensaje pero, solo cuando lo inunda un absoluto silencio que un pequeño grupo de sonidistas latinoamericanos creó para él, finalmente se encuentra.
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