El zoológico clandestino que ocultaba Iztapalapa
La Guardia Nacional incauta 16.000 animales exóticos que se vendían en dos domicilios en Ciudad de México
La calle Iztaccihuatl de Iztapalapa, Ciudad de México, dejará de oler a los orines de monos y los vecinos podrán dormir sin el canto de los tucanes por primera vez en dos décadas. Esta vía sin aceras y con vistas al Cerro de la Estrella es ahora una tranquila avenida residencial sin el canto estridente de los pericos y el rugido de los tigres. La madrugada de este viernes, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) incautó más de 16.000 animales exóticos de dos casas de esta discreta calle, donde imaginar esa cantidad de fauna hacinada en pocos metros cuadrados es casi imposible. Dentro de una planta baja y en el edificio de tres pisos de al lado había un zoológico clandestino para la venta a particulares de especies protegidas de la fauna mexicana, algunas en peligro de extinción.
El operativo de la Guardia Nacional desarticuló una red de tráfico ilegal de miles de animales exóticos en la capital, el equivalente a trece veces la colección de especímenes del Zoológico de Chapultepec. Una denuncia ciudadana alertó a las autoridades, quienes han detenido a dos sospechosos y puesto a los animales bajo la vigilancia de Profepa. Entre ellos había tortugas terrestres y casquito, dragoncitos, cocodrilos, guacamayas, tucanes, pericos cabeza amarilla y monstruos de Gila, además de incontables aves y tortugas. La operación se alargó durante varias horas, y los camiones para cargar las jaulas de pájaros, tarántulas y reptiles desfilaron por el barrio toda la noche.
México es una escenario perfecto para el tráfico de animales, el cuarto negocio ilegal más lucrativo después de las drogas, las armas y el mercadeo de seres humanos. El 10% de las especies animales que existen en el planeta habitan en este país de selvas, bosques, desiertos y playas, un territorio en lo alto del ranking de la biodiversidad mundial.
Los vecinos de este barrio no eran ajenos a esa actividad delictiva que ocurría tras el portal azul del que colgaba, a modo de señal, un siniestro oso de peluche. Son reticentes a hablar, como la anciana que regenta la tienda de venta de productos de limpieza, pared con pared con la pajarería ilegal. “No, no sabía nada”, es la frase que usa para responder a si alguna vez vio algo, escuchó a los pericos o conocía a los vecinos. Un hombre se acerca con un bidón vacío y le pide 20 pesos en cloro. Mientras espera, detalla que llevaban muchos años vendiendo especies exóticas. Vive justo enfrente, y observó cómo aprovecharon la pandemia para construir un edificio de tres plantas al lado de la casa para almacenar más especímenes. Dentro de lo que queda del arca de Noé de Iztapalapa ya no se ven las jaulas, sino las vigas de madera y los sacos de cemento que iban a servir para ampliar los depósitos de las futuras extravagantes mascotas. El negocio de esta tienda ilegal no ha parado de crecer desde el repunte que tuvo en 2015, cuando se prohibió en México el uso de especies silvestres en circos, y 4.000 ejemplares quedaron a su suerte.
Un vecino que vive a unas manzanas del local explica que el negocio lo regenta una familia, cuyos parientes conviven en diferentes casas a lo largo esta calle, por lo que el silencio alrededor de este edificio es pactado. Este vecino insiste en permanecer en el anonimato por esa misma razón. Él sabía lo que se vendía detrás de esas paredes. De hecho, asegura que es un próspero negocio que lleva operando al menos 20 años en esta calle. “Empezaron vendiendo pájaros exóticos”, recuerda. Venían furgonetas con matrículas de Estados del sur con pequeños especímenes capturados en la selva. Chiapas y Oaxaca son el centro del expolio de la vida silvestre, en especial de tortugas, reptiles y aves. El sonido de los pájaros, pericos y tucanes en especial, precisa, era ensordecedor. El olor de esta calle delataba la actividad que se desarrollaba ahí dentro. “Olía a los excrementos. Imagínate, de tantos animales. El camión de la basura se llevaba los barriles de serrín con los desechos y ahí, entre la basura, escondían los cadáveres de los osos hormigueros que se les morían”, narra.
Aun así, asegura que eran muy discretos. Nunca sacaban a los animales a la vista. “Salvo aquella vez que unas suburbanas negras blindadas trajeron un tigre”, matiza. Recuerda que estaba en una jaula y asegura que era para aparearse con una hembra dentro del local. Los cachorros de tigre, populares entre los compradores más excéntricos que los sacan a pasear con correa en algunas ciudades, pueden venderse por entre 30.000 y 70.000 pesos (de 1.500 a 3.500 dólares). “A mí me daba mucha lástima ver a las crías de monos en jaulas. Los quieren bien chiquitos para domesticarlos”, dice con pesar. Sin embargo, nunca denunció las actividades. “Eso habrá sido un cliente descontento, aquí los vecinos no decíamos nada”, insiste. No cree que tarde mucho en volver la fauna silvestre a ese local al principio de la calle, como pasó hace unos años cuando otro operativo se llevó varias jaulas. “Entonces se solucionó con dinero. Ellos mismo alardean de que les venden cachorros a diputados, ¿quién crees sino que puede pagar ese dinero por una mascota?”, pregunta indignado.
La Guardia Nacional ha informado en un comunicado que los animales incautados están asegurados por Profepa, cuyas autoridades todavía están contabilizando el total de sujetos y esperan que los 16.000 iniciales acaben siendo más. A Arturo Berlanga, director de la organización por la protección de los animales AnimaNaturis, le preocupa que las criaturas desaparezcan bajo la tutela de las autoridades. Denuncia que en julio ya habían decomisado 970 animales de vida silvestre, pero no se ha reportado su localización ni su estado a día de hoy. “No hay lugar para tenerlos, han cerrado siete de los nueve Centros de Investigación y Conservación de Vida Silvestre (CIVS) debido a ajustes presupuestarios. Actualmente quedaron solo dos CIVS con un presupuesto anual reducido”, asegura. El monto público no alcanza para alimentar y cuidar a tantos animales, y la falta de veterinarios en plantilla empeora sus condiciones. Los datos de la organización señalan que al término de 2019 las autoridades habían puesto solo 19 denuncias penales ante la Fiscalía General de la República por tráfico de especies. Mientras tanto, las denuncias ciudadanas siguen siendo las más eficaces para vigilar el comercio y la posesión ilegal de animales, con 160 denuncias en el mismo periodo de tiempo.
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