La doctora que habla mixteco para vencer la pandemia
América Campos ganó la máxima distinción del Gobierno tras dejar su trabajo en una farmacia para atender a pacientes de coronavirus en La Montaña de Guerrero, una de las zonas más pobres de México
Hace poco más de seis meses, México tuvo el primer contacto con un virus que sacudió al mundo. Han sido meses, a veces días, que han parecido años. Arrastrados por el desgaste, algunos ya han dejado atrás “la novela de las siete”, el parte informativo diario de las autoridades sanitarias. Muchos más han tenido que buscarse un pedazo de cotidianidad, a fuerza de cubrebocas, necesidad o resignación, en medio del caos de la pandemia y mientras la realidad golpea con casi 700.000 contagios y más de 72.000 fallecidos. Otros solo esperan las noticias para saber cuándo y cómo volverán a vidas que hoy parecen pasadas: memorias lejanísimas de personas que se saludaban de beso, de niños que podían ir a la escuela, de oficinistas que salían disparados los viernes por la tarde para disfrutar el fin de semana.
También están los que nunca se fueron. La doctora América Campos recuerda que en una de esas vidas pasadas trabajaba en el consultorio de una farmacia, después de no encontrar acomodo en el sistema público de salud del país, que llegó a la pandemia con un déficit de más de 120.000 doctores y que aún así no hallaba cabida para 40.000 médicos generales que cada año aspiraban a una plaza de especialidad. La paradoja hizo que el Gobierno mexicano buscara contratar en abril pasado a 19.000 profesionales de la salud en dos semanas. La gran oportunidad de Campos, nacida hace 28 años en Tototepec, una pequeña comunidad de menos de 3.000 habitantes en La Montaña de Guerrero —una de las zonas más pobres de los Estados más pobres del país—, llegó con la consigna de instalarse de inmediato en la primera línea de atención contra la covid-19. “Al principio parecía imposible, no todos podían capacitarse tan rápido”, comenta la doctora, “pero el virus ya era una realidad, no esperábamos que llegara tan rápido a nuestra región”.
Hija de campesinos mixtecos, la niña que jugaba a curar a sus amigos dejó su comunidad cuando era adolescente para continuar sus estudios y trabajar como empleada doméstica y niñera en Tlapa, la capital regional de La Montaña. Después entró a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Guerrero en Acapulco e hizo su servicio social en Tlaquiltepec, otra pequeña población de su región, antes de completar un viaje de varias escalas hasta el Hospital General de Tlapa.
La pandemia tiene otro rostro en La Montaña de Guerrero, donde seis de cada 10 personas son pobres. “En muchas comunidades no hay acceso a Internet ni a una televisión y mucha gente aún cree que el virus no existe”, cuenta Campos. La ignorancia se convirtió en pánico y cuando aparecieron los primeros casos, la primera reacción de varias poblaciones indígenas fue establecer bloqueos en donde nadie salía ni nadie entraba. Pero el virus se coló. Y la zona covid que el hospital de Tlapa alcanzó a improvisar con apenas 15 camas es el único sostén para 17 municipios de la región. “El número de camas que tenemos es literalmente nada para atender a toda la gente”, reconoce Campos.
Faltan también personal, medicamentos, materiales, ventiladores y varios pacientes tuvieron que ser enviados a un hospital acondicionado por el Ejército en Chilapa, a más de tres horas de camino de Tlapa, o pagar por sus propias medicinas con el apoyo de familiares. “Tenemos que atender con lo que está a mano” relata.
Durante junio y julio, cuando Campos describe que el hospital estaba completamente saturado, un informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social documentó una tasa de letalidad (el porcentaje de pacientes que no sobrevive a la enfermedad) del 14%, casi el triple de la proporción global que registró la Organización Mundial de la Salud en esos meses y por encima del 10% que tenía México entonces. “Me queda un mal sabor de boca cuando llegan pacientes casi agonizando, en un momento en el que ya casi no puedes hacer nada por ellos”, confiesa Campos.
En medio de las carencias y de los problemas de diabetes e hipertensión que aquejan a todo el país, Campos se encontró con otro escollo. “En varias comunidades el lenguaje es el límite, la gente dice 'soy indígena, no voy a ir al hospital porque no me van a entender”, comenta. “Cuando yo les decía que dominaba la lengua mixteca, sonreían, sentían confianza”, cuenta la doctora. El Hospital General de Tlapa es una pequeña torre de Babel en donde hay personal médico, de enfermería y de intendencia que habla náhuatl, tlapaneco y mixteco, además del español. “Antes era motivo de vergüenza, hoy nos da orgullo y nos permite salvar vidas”, afirma.
Tras ser nominada por compañeros y familiares de pacientes, Campos fue condecorada el pasado 16 de septiembre con el grado más alto de la presea Miguel Hidalgo, la máxima distinción del Gobierno mexicano para sus médicos y enfermeras. “Cuando me dieron la noticia no lo podía creer, no creíamos que dieran un premio nacional a La Montaña”, recuerda. La sorpresa fue mayor cuando su nombre fue el primero en retumbar entre los 58 galardonados en el Zócalo de Ciudad de México, la plaza más grande de un país que interrumpió por un momento su bronca con la pandemia para aplaudir a quienes se siguen batiendo en los hospitales. “Estoy muy orgullosa como mujer, por mi región, por mi Estado, por mi familia”, dice todavía emocionada, de vuelta en Tlapa para volver a encararse con la pandemia.
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