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Crianza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué fácil ser padre (ser madre, no tanto)

La valoración social del trabajo de cuidados es nula cuando estos son ejercidos por las mujeres. En cambio, esas mismas tareas son el culmen de la realización física y espiritual si las hacen los hombres

Qué fácil ser padre
Adrián Cordellat

“Qué fácil es todo para ti”, me reprocha a menudo mi mujer. “A poco que hagas, tus hijos te aman. Te idolatran”, continúa. “Tú puedes perder los nervios, hablarles mal, y con dos tonterías te los vuelves a ganar. A mí me castigan al mínimo desliz”, añade frustrada. En ocasiones, más encendida, prosigue con argumentos que validan su idea de que mi posición como padre es privilegiada: “Me he pasado seis años sin apenas dormir y nadie ha dicho nada, y porque tú los has dormido algunas veces, o te has acostado con ellos otras tantas, parece que lo has hecho siempre. Mira tu madre: que si pobre mi Adrián, que tenía que bajarse a la calle a una niña en la mochila, y luego al otro, para que se durmiesen. ¡Y eso lo has hecho cinco veces! ¿Cuántas veces lo he hecho yo?”.

Me molestan, a veces, esos comentarios suyos. Hieren mi orgullo y, en mi cabreo, atribuyo erróneamente esos arrebatos a un ataque de celos porque en este momento de nuestras vidas nuestros hijos —especialmente nuestra hija— parezcan tener cierta predilección por mí (no ha sido siempre así, y algún día, lo sé, abrirán los ojos y descubrirán el pastel): es a mí a quien llaman, a quien buscan para jugar, a quien reclaman para hacer los deberes, con quien tienen más muestras de cariño.

Si soy sincero, esos comentarios me molestan sobre todo porque ensucian la imagen que he creado para mí mismo de padre implicado e igualitario. Aunque en el fondo —más allá de la fachada y del filtro de Instagram— nunca haya dejado de ser consciente de que igualitario no es un adjetivo que haga justicia a la realidad. Nunca podrá ser igualitaria nuestra experiencia de la maternidad y la paternidad si partimos de la base de que ella ha soportado una carga física infinitamente mayor: dos embarazos, dos partos, dos pospartos, dos lactancias, esa dependencia física y emocional, absolutamente animal, que tienen los bebés de quien les ha traído al mundo. “Un padre puede serlo todo para un hijo, menos la madre que lo parió durante nueve meses y todos los que vienen después”, escribía Manuel Jabois en Manu (Pepitas de Calabaza, 2013). También más carga mental, más preocupaciones, más dolores de cabeza, más insomnio. “Todos esos hombres a mi alrededor que afirman que las mujeres se preocupan demasiado por sus hijos no han comprendido que todo lo que nos rodea convierte a las mujeres en máquinas de preocupación, y que preocuparse es un trabajo, una obligación”, apunta la autora danesa Olga Ravn en las páginas de Mi trabajo (Anagrama, 2025)

Ella soporta, además, la carga invisible de ser madre. Me refiero a la poca valoración social del trabajo de cuidados cuando estos son ejercidos por las madres. Se dan tan por hecho, que carecen de valor. Nadie tiene un comentario elogioso hacia ella por hacer lo que todo el mundo supone que va a hacer. En cambio, esas mismas tareas de cuidados parecen ser el culmen de la realización física y espiritual cuando son ejercidas por los padres. Somos padrazos. “(…) El trabajo de las mujeres siempre será considerado un trabajo menor en una sociedad patriarcal. ¿Qué sucederá entonces cuando los hombres se incorporen a los cuidados? Ya lo estamos viendo. El trabajo es el mismo, pero los cuidados ejercidos por un hombre tendrán más prestigio, valor, reconocimiento”, apuntaba la antropóloga Julia Cañero Ruiz en un artículo publicado en Pikara Magazine en octubre de 2022.

El listón de la madre —muy influido por la imagen de la madre entregada y siempre disponible— es inalcanzable. Parece haberlo puesto Armand Duplantis a 6,30 metros del suelo. Y aunque se alcance, nadie va a agasajar a esa mujer como se agasaja al atleta sueco cada vez que bate su récord. El listón de los padres está cuatro o cinco metros por debajo. Se salta sin esfuerzo. No hay que hacer mucho para superar a quienes nos precedieron. A partir de ahí, cualquier pequeño gesto de implicación es un logro digno de celebración, una pegatina de “padrazo” en el pecho.

En las páginas de Mi trabajo, la valiente exploración de la maternidad de Olga Ravn, Anna, su protagonista, alter ego de la autora, se enfrenta a una pareja muy imbuida por los principios de la paternidad igualitaria. Tanto que, por momentos, encarna a la perfección la figura del padre usurpador o troyano, que el psicólogo perinatal Máximo Peña define en Paternidad aquí y ahora (Arpa, 2023) como el “hombre que se implica en la crianza, pero que, en lugar de cooperar desde la óptica del bienestar de las criaturas, entra en competencia con la pareja o directamente usurpa el vínculo materno, llegando a cuestionar, incluso, la lactancia, porque, en el colmo del igualitarismo, dar el pecho puede ser discriminatorio para el miembro de la pareja que no produce leche”.

A ese padre usurpador, Anna le dedica un poema de desahogo enorme en todos los sentidos, cargado de verdad y de dolor:

No es solo que
nuestros cuerpos
sean diferentes
si no también
nuestra historia
tú tienes muy poco que perder
y por esa razón te detesto
pienso
tú solo puedes salir ganando como padre
no tienes que esforzarte demasiado
para despuntar
para hacer más
que los hombres que vinieron antes
todas las mujeres
en mí
su ardua labor
a lo largo de la historia
cuando te inclinas
sobre el niño
tú no cargas con
esa historia
con el trabajo no retribuido
de las mujeres
el parto
el embarazo
dices
que quieres que seamos iguales
pero no somos iguales

Y ese poema, como solo hace la buena literatura, traspasa la barrera del papel, del idioma y del tiempo y me encuentra a mí. Y si no me molestan las palabras de Anna, aunque vienen a decir lo mismo que las de mi mujer, es porque entiendo que su mensaje es para Aksel, su pareja, no para mí. O al menos no directamente para mí. Y uno ve las cosas más claras desde fuera, como espectador y no como protagonista. Y quizás por eso se siente menos atacado —aunque no por ello menos interpelado— y le cuesta menos admitir que sí, que ser padre es muy fácil.

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Sobre la firma

Adrián Cordellat
Escribe como colaborador en EL PAÍS desde 2016, en las secciones de Salud y Mamás&Papás. También ha colaborado puntualmente en Babelia y en la sección de Cultura, donde escribe sobre literatura infantil y juvenil. Dedica la mayor parte de su tiempo a gestionar la comunicación de sociedades médicas y científicas.
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