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Eduardo Infante, filósofo: “La justicia social no es poner un iPad en las manos de un niño de un barrio obrero, sino un texto de Homero”

En su último libro, ‘Aquiles en TikTok’, reivindica a los héroes y pensadores de la Antigua Grecia como referentes para alcanzar la virtud y ser buenos ciudadanos

Eduardo Infante
Eduardo Infante, filósofo, explica que el daño más grande que le podemos hacer a un niño es condenarlo a una mala educación.

Eduardo Infante (Huelva, 46 años) es, con toda probabilidad, uno de los profesores de instituto de Filosofía más conocidos de nuestro país gracias a su cuenta de Twitter @eledututor, en la que hace años empezó a plantear cada día un #FiloReto para sus alumnos a los que hoy se suman decenas de usuarios, y al éxito de sus libros. En el último de ellos, Aquiles en TikTok (Ariel), Infante reivindica, en un mundo en el que adolescentes y jóvenes idolatran a influencers y tiktokers, a los héroes y filósofos griegos como referentes para alcanzar la virtud pública y ser buenos ciudadanos.

PREGUNTA. ¿Lo tienen más difícil que nunca los niños y adolescentes de hoy en día para alcanzar la virtud en un mundo dominado por TikTok, los algoritmos y los likes?

RESPUESTA. Las virtudes se educan y se entrenan. El problema es que nosotros, como adultos, hemos generado un tipo de educación y un tipo de escuela que no entrena en la virtud. Recuerdo que, durante la pandemia, tras la salida del confinamiento, se puso mucho el foco en los jóvenes, en su falta de civismo y de virtudes públicas. Yo siempre decía que esos jóvenes son nuestros jóvenes. Es decir, ¿quién les ha enseñado a comportarse así? ¿Les ha enseñado alguien a comportarse cívicamente, a ser tolerantes, a saber asumir responsabilidades? Los jóvenes de hoy lo tienen muy difícil, pero no tanto por TikTok, sino porque los adultos hemos hecho dejación de funciones en esa responsabilidad fundamental.

P. ¿Les hemos dejado sin ejemplos?

R. Estamos faltos de héroes. En un mundo como el nuestro, en el que los adultos y la escuela no presentan a los jóvenes modelos de heroicidad, ¿qué hacen los jóvenes? Buscar esos referentes en los entornos en los que se mueven, entre ellos las redes sociales. Y ahí es donde el influencer o el tiktoker de turno se presenta como referente para ellos. Y eso me preocupa. Me preocupa, por ejemplo, que un modelo para ellos sea un youtuber defraudador o un futbolista acusado de violación. En el entorno digital está todo (la verdad y la mentira, la información y la desinformación, los discursos de odio, etc.) y ya estamos viendo retrocesos importantes en temas como pueden ser el machismo, la homofobia o el racismo. Por eso, debemos recuperar la responsabilidad del adulto, ser la autoridad, que es una palabra muy bonita en su origen, ya que hace referencia a una forma de ser que supone un bien para el otro. Tenemos que enseñar a nuestros jóvenes las virtudes necesarias para ser un buen ciudadano en el siglo XXI.

P. ¿Por dónde empezamos?

R. Hay que partir de una base: no se le puede dar a un niño una pantalla y decirle “toma, haz lo que quieras con ella”. ¡Es lo mismo que darle las llaves del coche sin saber conducir! Y es más, le damos la pantalla, le dejamos hacer lo que quiera y le decimos que si se hace daño o hace daño a otros nosotros no somos responsables. Es una barbaridad. Necesitamos dedicar tiempo a nuestros hijos. Y necesitamos encarnar nosotros mismos la virtud. La única manera de que nuestros hijos deseen la virtud es encarnándola nosotros. Pero también podemos transmitirla a través de la figura de los grandes héroes. A mis alumnos les hablo mucho de Aquiles. Queriendo ser Aquiles, los jóvenes griegos se hacían mejores personas. Y su figura sigue siendo un gran ejemplo hoy en día. Mis alumnos de 17 o 18 años se siguen emocionando cuando les cuento su historia.

P. En el libro habla de uno de los paneles del Duomo di Siena, El camino a la virtud, donde se contraponen Fortuna y Virtud. En ese panel aparece representado Sócrates, que reniega de la diosa Fortuna. Hoy, como sociedad, parecemos enganchados a ella y a lo que representa (fama, gloria, seguridad, bienes materiales, placer, confort…).

R. TikTok funciona como un ejemplo en ese sentido. Es una gran estafa piramidal en la que los que están abajo miran a los que están arriba y desean lo que ellos tienen (dinero y fama). De tal manera que los chicos creen que uno puede vivir de “la fortuna” siendo un influencer o un tiktoker. Pero, ¿cómo han alcanzado ese dinero y esa fama? Haciendo pública su vida privada. Y no tiene nada de malo que nuestros hijos quieran dedicarse el día de mañana a la publicidad. Lo triste es que ellos quieran ser publicidad. Esa es la clave, porque realmente, como un día me dijo una alumna, un influencer es una campaña publicitaria de carne y hueso. Educar para mí es elevar al ser humano, no abandonar al niño a cualquier forma de vida, y menos aún a las más indignas. Y para mí es una auténtica indignidad que a lo más alto a lo que pueda aspirar un hijo nuestro es simplemente a ser un productor y un consumidor.

P. ¿Las escuelas e institutos también han sido hechizados por el espíritu de la diosa Fortuna?

R. Yo creo que sí. En ese panel, curiosamente, una de las cosas que quedan claras es una de las grandes frases sobre la virtud de Hesíodo, que dice que delante de la virtud colocaron los dioses el sudor. Es decir, que la virtud y la excelencia solo se alcanzan con el trabajo y el esfuerzo continuos. Nuestra escuela, sin embargo, vende que es posible alcanzar la excelencia mediante el juego. Pero a la escuela no se va a jugar. El juego por el juego, lo fácil, no desarrolla las capacidades humanas. No hay mejor manera de hacer germinar la virtud en un niño que haciéndole que se enfrente a retos intelectuales, espirituales, morales y físicos. Evitando el esfuerzo, el trabajo y el estudio, no se puede. Por eso a menudo digo que la verdadera justicia social no es poner un iPad en las manos de un niño de un barrio obrero, sino poner en sus manos un texto de Homero. El daño más grande que le podemos hacer a un niño de un barrio obrero es condenarlo a una mala educación, porque el niño de un barrio rico, si la educación pública que se le ofrece es pésima, siempre tendrá la posibilidad de apuntarse a una academia. El niño pobre no.

P. Cuenta que los griegos diseñaron un sistema pedagógico que tenía como objetivo convertir a los niños en ciudadanos virtuosos. Hoy, señala, el único objetivo de la escuela es crear ciudadanos competentes laboralmente para un mercado fluctuante.

R. Nuestra escuela nació con la función de crear ciudadanos buenos, no con la función de ser una agencia de colocaciones futuras obsesionada con formar única y exclusivamente para el trabajo. La escuela debe ser el lugar en el que se forme al ciudadano moderno, pero claro, las virtudes que hacen falta para llegar a ser un buen ciudadano tienen que enseñarse. No se trata solo de tener buenos profesionales el día de mañana, sino de tener buenos ciudadanos, con compromiso público, con espíritu crítico, que sean capaces de dialogar y de llegar a consensos.

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