Deporte inclusivo y síndrome de Down: el mejor camino para normalizar las capacidades diferentes en niños y adolescentes
Más allá de los beneficios físicos de practicar ejercicio, la experiencia favorece la autoestima y reafirma los sentimientos y emociones de los menores con trisomía 21
La actividad deportiva es una de las formas de ocio más saludables tanto para niños como para adultos, y eso no es ninguna revelación; pocos pasatiempos ofrecen la posibilidad de estar abiertos a cualquier edad y condición física. Esta afirmación cobra una relevancia especial cuando se habla de menores con síndrome de Down y otras formas de discapacidad intelectual, ya que para ellos el ejercicio físico, más allá de diversión, supone una fuente de bondades en lo que respecta a coordinación psicomotriz, desarrollo de la orientación, flexibilidad o tono muscular. Si, además, la práctica se lleva a cabo de manera inclusiva, participando en igualdad de condiciones con otros niños y niñas sin discapacidad, la experiencia suma enteros en materia de autoestima y reafirmación de sentimientos y emociones.
Por definición, el llamado deporte inclusivo es la práctica conjunta de personas con y sin discapacidad, facilitando todos los recursos necesarios para que la participación de los deportistas con discapacidad sea plenamente activa. Para Carmen Ocete, investigadora del Centro de Estudios para el Deporte Inclusivo (CEDI), la práctica deportiva inclusiva en niños y adolescentes con síndrome de Down es fundamental “para favorecer la interacción y las relaciones con iguales, para el desarrollo de la autoestima, la autonomía personal y, sobre todo, la canalización de las emociones, algo extremadamente relevante para este colectivo”. Además, según explica Ocete, desde el punto de vista físico las personas con síndrome de Down tienen una serie de problemas asociados a la trisomía 21: “Como pueden ser problemas de tonificación muscular, cardiacos o respiratorios para los que el deporte es altamente beneficioso”.
No obstante, más allá de lo físico o lo emocional, el deporte inclusivo ofrece algo que es difícil de medir y que, sin embargo, supone uno de sus aspectos más destacables: la normalización. “Normalizar las capacidades diferentes y darle peso a valores como la empatía o la cooperación en la infancia es fundamental”, señala por su parte Natalia Fuentes, directora de marketing y captación de fondos de la asociación Down España. “Además, hemos podido comprobar de primera mano cómo practicar deporte en equipos inclusivos cambia la mirada de los niños y niñas sin discapacidad hacia sus compañeros y compañeras. Muchas veces, un partido de baloncesto o una mañana de piscina son la mejor herramienta de sensibilización”, añade. “Sin duda, si tuviésemos que destacar un beneficio por encima de los demás, ese sería el de la inclusión, no solo de la persona con síndrome de Down, sino de toda su familia”.
El rugby como ejemplo de inclusión
En 2018, impulsada por Down España, echó a andar la red de clubes Unión por el Rugby Inclusivo. Su objetivo es fomentar la práctica de este deporte entre niños con y sin discapacidad intelectual, además de intentar conseguir la adhesión de otros clubes de toda España para conseguir generalizar la iniciativa y lograr que cada vez sean más los menores que puedan beneficiarse de esta práctica.
Actualmente, son cinco los equipos que componen Unión por el Rugby Inclusivo: el San Isidro Rugby Club, la Asociación Deportiva de Ingenieros Industriales de Las Rozas Rugby y el Sanse Scrum Rugby Club, los tres de la Comunidad de Madrid; el VRAC Quesos Entrepinares, de Valladolid; y el Escor Gaztedi Rugby Taldea, de Vitoria. Incluso uno de ellos, el de Las Rozas, apostó por la puesta en marcha de un programa de formación para técnicos, entrenadores y padres interesados en los beneficios de la actividad físico-deportiva en menores con síndrome de Down, sus características físicas frecuentes y los falsos mitos que rodean al colectivo.
En este sentido, Ocete tiene clara la importancia de formar convenientemente a los profesionales: “Las principales trabas que siempre ha tenido el deporte inclusivo han sido la falta de accesibilidad a las instalaciones deportivas y, sobre todo, la falta de formación de los técnicos que llevan a cabo las actividades. Sin el conocimiento de las necesidades particulares que presentan las personas con síndrome de Down difícilmente se podrá trabajar en la dirección adecuada”. La investigadora del Centro de Estudios para el Deporte Inclusivo explica que eso incide en que se esté llamando deporte inclusivo a algo que debería ser deporte para todos.
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