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Cómo afecta la contaminación a los niños y qué podemos hacer los padres

Conscientes de sus efectos, muchas familias alrededor del mundo participan en iniciativas que tratan de mejorar su calidad de vida y la de sus hijos

Contaminacion
Un niño escribe "Queremos jugar en la calle".Verónica Martínez

Ella Kissi-Debrah, de nueve años, falleció en 2013 como consecuencia de un ataque de asma masivo provocado por la exposición a niveles de contaminación superiores a los recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Así lo reconoció a finales de 2020 el Tribunal Forense del Sur de Londres que, por primera vez, vinculaba una muerte de forma directa con la contaminación ambiental, marcando con el fallo un hito legal histórico. “La sentencia del caso de Ella es muy significativa porque reconoce que la exposición a niveles peligrosos de contaminación del aire de la zona en la que residía había contribuido materialmente a la muerte de la niña. Actualmente, hay más de 70.000 estudios que examinan la relación entre salud y contaminación. La evidencia es aplastante. Lo que queremos es que ningún político, ningún responsable de actuaciones relacionadas con la calidad del aire, pueda decirnos que no sabía todo esto. Que no tenía la información”, dice María Neira, directora del departamento de Salud Pública y del Ambiente de la OMS, que recuerda que el asma es una de esas luces rojas que alerta a la población, que la hace más consciente, del vínculo que existe entre salud humana y calidad del aire.

Cada año se producen en el mundo siete millones de muertes ligadas a la exposición al aire contaminado, un asesino invisible que, pese a que no siempre deja ver sus efectos de forma inmediata, sí tiene efectos muy graves para la salud. Dice Neira que desde la OMS están muy preocupados por las enormes repercusiones que tiene en la salud de los niños y las niñas, no únicamente a nivel del sistema respiratorio, sino también en el sistema nervioso central y en el cardiovascular. “Hay que tener en cuenta que las sustancias tóxicas que están en el aire son tan pequeñas que no solamente entran en nuestro sistema respiratorio, sino que las denominadas partículas PM2,5, las más pequeñas, tienen la capacidad de entrar en todos nuestros órganos, con efectos en lo cognitivo, en el desarrollo neurológico, psicomotor, a nivel de comportamiento. Se ha demostrado que estas partículas atraviesan la barrera placentaria y pueden llegar a afectar ese sistema nervioso central en el feto que se está formando”, señala.

Según Ferrán Campillo i López, pediatra especialista en salud ambiental del Hospital d’Olot Comarcal de la Garrotxa, el primer impacto aparece antes del nacimiento, con un aumento de los partos prematuros o un bajo peso al nacer. Ya en la infancia, dice Campillo, se asocia a una peor función pulmonar con un aumento del riesgo de bronquitis, de repetición o de asma, incluso se ha relacionado con el riesgo de algunos tipos de cáncer pediátricos. También de manera muy relevante afecta a su neurodesarrollo: “Se ha observado que los niños expuestos a una peor calidad del aire rinden peor a nivel académico y pueden presentar más problemas conductuales. Esto tiene un impacto tremendo a nivel individual porque reduce sus posibilidades de prosperar en el futuro, pero también con respecto a toda la sociedad, reduciendo mentes talentosas y aumentando el número de personas dependientes”. El daño no acaba en esta etapa de la vida. También puede manifestarse más adelante: “Quienes estuvieron expuestos a la mala calidad del aire durante su niñez presentarían un aumento de enfermedades cardiovasculares como infartos o ictus en la edad adulta”.

Tres niños se cogen la mano en el campo.
Tres niños se cogen la mano en el campo.Unsplash

Cambios en la movilidad que afectan a la salud

La movilidad de la población ha cambiado en las últimas décadas: tenemos más coches circulando y vivimos más alejados de nuestros lugares de trabajo y de estudio. Esto tiene un impacto en la calidad del aire, pero también en cuanto al ruido, al aumento de los accidentes y a la ocupación del espacio público, según señala Ferrán Campillo i López. Una investigación exclusiva de El País, publicada el pasado mes de febrero, encontró que más de 190.000 niños de menos de 12 años acuden a colegios en Madrid o Barcelona en zonas en las que los niveles de contaminación están por encima de los permitidos.

Desde la Asociación Española de Pediatría, los comités de Salud Medioambiental y de Promoción de la Salud publicaban en 2019 Caminando al cole: un modelo para innovar en salud de los niños y medio ambiente, una revisión sobre las evidencias científicas que tiene caminar hasta el cole para ponerlas a disposición de pediatras de Atención Primaria y Comunidades Escolares. El objetivo de la comprobación es el fomento del transporte activo para la protección de la salud. Para el pediatra hay que insistir en que los niños y las niñas que van al colegio en coche no solo tienen una peor calidad del aire en el interior de los coches con respecto a quienes se mueven a pie o en bici, sino que, además, los niños que caminan o pedalean para ir a su escuela combaten el sedentarismo y el sobrepeso o la obesidad. “El trayecto de ida y vuelta hasta el cole puede suponer dos tercios de la actividad física recomendada por la OMS. También se pierden aspectos importantes como la socialización con vecinos, familiares u otros niños, y alcanzan autonomía personal a edades más tardías”, explica. ¿Es peor ir caminando o en bici por la contaminación de las horas punta? “Varios estudios han tratado esto y la conclusión suele ser la misma: los beneficios de la actividad física superan los inconvenientes de la contaminación atmosférica. Y es que, además, si no lo hacemos así, no hay manera de romper el círculo vicioso: como hay mala calidad del aire voy en coche, que aumenta la contaminación atmosférica”, responde Campillo i López.

Los efectos de los cambios en la movilidad ya los estamos viendo: uno de cada tres niños españoles presenta exceso de peso u obesidad, lo que aumenta el riesgo de enfermedades prevenibles como la diabetes, cáncer o enfermedades cardiovasculares; y también uno de cada tres casos nuevos de asma en ámbitos urbanos se deben a una mala calidad del aire relacionado sobre todo con el tráfico motorizado. María Neira insiste en que la contaminación, junto con el estilo de vida (alimentación y sedentarismo) y el tabaco, son los tres factores de riesgo más importantes para la salud humana. “Los estándares de la OMS sobre la calidad del aire se han revisado a la baja y, aunque no son vinculantes legalmente, lo cierto es que muchos países van tomando medidas teniendo en cuenta esto. Que los ciudadanos sepan los niveles de contaminación también es un paso crucial en cuanto a concienciación, así como también saber el impacto que tiene nuestra movilidad en la salud”, sostiene.

Lo que sí está en la mano de las familias

Que estamos dañando la salud de toda una generación es algo tan evidente como sobrecogedor. Conscientes de esto, son muchas las familias alrededor del mundo que en los últimos años participan en iniciativas que tratan de cambiar este terrible escenario. A nivel internacional, sobre todo en Reino Unido y Estados Unidos, encontramos redes como Parents for future, Mums for lungs, Our kids Climate, Mères au front, Moms for Clean air o Mothers out front. En España, Madres por el clima o La revuelta escolar son un buen ejemplo de activismo en favor de la defensa de la salud de la infancia y del medioambiente. Yetta Aguado, portavoz en Madrid de ambos movimientos, es optimista porque, aunque cree que es cierto que hay una percepción generalizada de que no podemos cambiar lo que está ocurriendo, también siente que “el mensaje va calando poco a poco”. ¿Qué podemos hacer las familias? Responde que desde Madres por el clima y La revuelta escolar trabajan en tres vías de actuación: concienciar a otras familias que no sean conscientes de los riesgos que existen para la salud, demandar acción política decidida y emprender acciones legales cuando corresponda.

Iniciativas como las anteriores pueden parecer un grito silencioso, pero María Neira considera que son un grito que va cogiendo fuerza porque opina que nada puede movilizar más a una sociedad que la salud de los niños. “Tú proteges a tu hijo de todos los posibles peligros y después, cuando lo dejas en el colegio, ese lugar al que va a aprender y a desarrollarse, lo expones a una contaminación que daña su cerebro. Es todo muy paradójico. Cuando las familias entienden que la movilidad y la contaminación tiene un impacto en la salud de sus hijos, se empieza a generar un movimiento. Y ese movimiento, irreversible y creciente, nos ayuda mucho”, dice Neira, quien recuerda que, además de concienciar a otras familias, lo que más peso tiene es usar nuestro voto para que se produzca un cambio real. “Tenemos que llevar el voto a quienes tengan un buen plan contra la contaminación. Como ciudadanos y ciudadanas tenemos que pedir una ciudad vivible en la que haya una buena red de transporte público, lo menos contaminante posible, que se faciliten vías peatonales y carriles para bicicletas”.

Ferrán Campillo i López también considera que alejarnos de la fuente es solo una medida provisional, que necesitamos una transformación profunda de nuestras ciudades. “Si queremos menos coches, motos y camiones hay que restarles espacios y convertirlos en sitios para pasear, pedalear, jugar o sentarse a la sombra de un árbol. La movilidad activa es una potentísima herramienta de salud pública, pero también la inversión en un transporte público ágil, atractivo y sin emisiones. Que por una calle haya tráfico que afecte la salud y seguridad de nuestros niños depende de la administración, especialmente de los ayuntamientos. Como ciudadanos debemos exigir esos cambios para que en un futuro próximo ver coches delante de una escuela se nos antoje anacrónico”, concluye.

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