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Harry Pater
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘La máscara del zorro’ | Pequeños enmascarados

Solo hay que ver los telediarios: la mitad de la gente a la que le acercan un micro se la toca, se la recoloca o lleva la nariz por fuera. Suerte que los niños lo han entendido mejor y más rápido

Si la mascarilla no te tapa la naricilla, el Zorro te ayudará con su espadilla.
Si la mascarilla no te tapa la naricilla, el Zorro te ayudará con su espadilla.

Llevamos nueve meses de pandemia y a muchos adultos aún les cuesta un concepto tan simple como ponerse bien la mascarilla. Solo tenéis que ver los telediarios: la mitad de la gente a la que le acercan un micro, ya sean políticos, expertos o afectados, se la toca, se la recoloca o lleva la nariz por fuera. Suerte que los niños lo entendieron mejor y más rápido.

Desde marzo, la mascarilla ha mutado de innecesaria (cuando no había existencias para vender) a “si la tienes no hace ningún mal”, después a “obligatoria en según qué comunidades” y ya finalmente a “imprescindible”. Lo que era un trapo apañado que teníamos por casa pasó a tener más modelos y grados de protección que los Pokémon, con cientos de diseños para elegir. Nunca hay que desperdiciar una oportunidad de hacer negocio.

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Más o menos siempre ha estado claro que los menores de seis años no necesitaban llevarla obligatoriamente y también que la usábamos para proteger a los demás de nuestra posible infección. Así que a los niños se les podía concienciar diciéndoles que eran superhéroes enmascarados que salvaban a la población de posibles contagios.

Sea como sea, los fabulosos protocolos de Educación (que nos tienen tan tranquilos a familias y docentes) piden mascarilla perpetua en los colegios. Porque la limpieza, la distancia y la ventilación no siempre son posibles o no salen bien en las fotos que necesitan los políticos, pero la mascarilla es el signo visible, la manera de poder decir que estamos cumpliendo.

Vale que con mascarilla cuesta reconocer a los otros padres del cole y que a todos nos agobia llevarla (aunque en la calle siguen muchos irresponsables que pasan de todo, como americanos que enseñan el rifle desde su porche). Pero por suerte, nuestros hijos pasan la ITV con nota. Los casales y campamentos de verano fueron un buen laboratorio de ensayo para certificar que los niños interiorizan las normas sanitarias. De hecho, nuestra hija está tan concienciada que cuando ha venido con amigas a casa han seguido jugando con mascarilla incluso en el interior con todas las ventanas abiertas.

No sé si es que los peques llevan mejor lo de ser como el Zorro o simplemente cumplen las normas, igual que pasan los semáforos en verde. Pero lo importante es que lo hacen.

Eso sí, por mucho que aguanten con la mascarilla puesta, aún falta trabajar que no se la toquen con manos sucias, que no se les caiga al suelo, que no se la intercambien como si fueran cromos cuando no mira la profe y, sobre todo, que no se la olviden.

Porque siempre será justo en la calle, llegando tarde, cuando veremos que no la llevan puesta y tendremos que volver a casa a por ella. Ese segundo trayecto en ascensor intentando no cabrearte de buena mañana te despierta más que cualquier café. Por muchos recambios que llevemos en mochilas y abrigos, este curso nos convertirá en reyes del sprint.

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