_
_
_
_

A la caza del último voto en Georgia, el Estado bisagra que puede decidir el control del Senado

La zona ha pasado en la última década de formar parte del cinturón conservador a aumentar su inclinación demócrata y a convertirse en un microcosmos del universo electoral de EE UU

Elecciones Estados Unidos
Propaganda electoral en favor del senador demócrata Raphael Warnock en Macon, GeorgiaArvin Temkar (AP)
Macarena Vidal Liy

Quizás habrá ayudado que su colegio electoral esté instalado en una catedral —la de San Felipe en Buckhead, al norte de Atlanta—, pero el matrimonio Drake, ambos de 63 años, sale de votar con el gesto solemne de quien acaba de asistir a una ceremonia religiosa. Los dos, dueños de un restaurante de éxito, están de acuerdo: no quieren revelar a qué partido han apoyado, pero tampoco cuesta mucho deducirlo. Sus declaraciones las suscribiría el gobernador Brian Kemp o el aspirante a senador Herschel Walker, ambos republicanos. “Lo que más nos preocupa es el crimen. Queremos ley y orden. El crimen es terrible aquí en Atlanta. Queremos salir por la noche y no estar preocupados de que pueda pasarnos algo”.

Detrás de ellos está Steve, estudiante de 26 años. Ha votado demócrata en estas elecciones de medio mandato: por la candidata a gobernadora Stacey Abrams y por el senador Raphael Wharnock: “Comparten mis valores. Apoyan el derecho al aborto y al voto, la necesidad del control de las armas, el respeto al medio ambiente”.

Pocos Estados están más divididos y tan a partes iguales entre republicanos y demócratas como Georgia. Aquí, cada voto cuenta. Este Estado bisagra fue clave en las últimas elecciones. En 2020 propulsó por apenas 11.000 votos a Joe Biden a la Casa Blanca y dio la mayoría a los demócratas en el Senado tras una agónica votación en segunda vuelta.

En esta nueva convocatoria, “el ganador en Georgia puede determinar quién tendrá el control del Senado”, apunta el profesor Bernard Fraga, de la Universidad de Emory, y con ello el control de la agenda legislativa. Las encuestas arrojan un empate técnico entre el senador demócrata Raphael Warnock y su oponente republicano, Hershchel Walker, una antigua estrella del fútbol americano bendecido por el expresidente Donald Trump. Dado que ahora ambos partidos cuentan con 50 escaños en el Senado ―el voto de la vicepresidenta Kamala Harris rompe el empate―, quien gane, puede dejar la cámara en manos de su partido.

El interés es enorme. La participación se promete histórica. Cuando el viernes se cerró el plazo para el voto anticipado, 2,5 millones de personas habían entregado su papeleta en este Estado de 10 millones de habitantes. Los analistas calculan que al cierre de los colegios puede que hayan votado unos 4,5 millones de ciudadanos.

La transformación de Georgia en centro del universo electoral estadounidense habría sido impensable hace unos años, cuando el Estado formaba parte indiscutible del Bible Belt, el cinturón conservador del sur del país. Pero es indicativo de cómo Georgia se ha convertido en un microcosmos del país y de sus contradicciones internas. Origen del movimiento por los derechos civiles, pero que durante décadas fue intensamente republicano. De economía vibrante, pero con una inflación superior a la media nacional de un 8,2% y con un sector de la vivienda de precios disparados. Sede de algunas de las compañías más emblemáticas del país ―Coca-Cola, CNN, la aerolínea Delta―, cuyos logos relucen sobre lo alto de sus modernos rascacielos; pero a cuyos pies personas sin techo hurgan entre la basura. Con una capital, Atlanta, considerada una de las ciudades más atractivas para residir para los jóvenes; pero de zonas profundamente rurales y conservadoras.

Cambio demográfico

Georgia ha vivido en la última década un profundo cambio demográfico, donde el crecimiento de su población dobla el de la media del país y aumenta la proporción de las minorías. Una población más joven y diversa ―la población afroamericana representa un 30% más que en la media del país― ha aumentado el voto demócrata. El Estado ha dejado de ser completamente republicano para convertirse en bisagra.

Las divisiones, casi exactamente a la mitad, son evidentes en la contienda electoral. Las encuestas apuntan a la reelección del gobernador Kemp en detrimento de la candidata demócrata Abrams, como ocurrió en 2020. Kemp ha prometido bajar los impuestos para combatir la inflación, que considera provocada por la política económica de Biden. Abrams habla de la defensa del derecho al voto y al aborto. Pero es la pelea entre Warnock y Walker la que puede decidirse por un puñado de votos.

Es difícil encontrar dos candidatos más diferentes. Los dos son afroamericanos. El demócrata, Warnock, es un reverendo que hace continua gala de su erudición. Y el republicano, Walker, una antigua estrella del fútbol americano que ganó las primarias republicanas gracias al apoyo de Trump, y que alardea de no ser tan brillante intelectualmente como su rival. Ha hecho campaña apelando a sus convicciones religiosas y antiaborto. Pero su pasado es turbulento. Ha presumido de una carrera militar que no tuvo, ha mentido sobre su trabajo en seis hospitales y resurgieron acusaciones de malos tratos a su exesposa. Dos mujeres le han acusado de presionarlas para que se sometieran a un aborto. Su propio hijo, un influencer conservador, le ha acusado de hipocresía.

Pero con una población muy polarizada, el candidato republicano no parece atraer a la minoría afroamericana, que vota en muy amplia proporción por los demócratas. “Su campaña está pensada para apelar a los votantes blancos, no para conseguir votos entre las personas de raza negra”, apunta el profesor Fraga.

De no conseguir ninguno el 50% de los votos —se presenta un tercer candidato libertario, Chase Oliver, al que los sondeos adjudican un apoyo del 1%—, la legislación estatal obliga a una segunda vuelta, que se disputaría el 6 de diciembre. Si los dos partidos quedan igualados, esta norma alargaría la incertidumbre sobre el control del Senado un mes más.

Una nueva y polémica ley electoral

Con todo en juego, y distancias mínimas en los números de votos ―que ya sirvieron de base a Trump para sus acusaciones sin fundamento de fraude electoral en 2020―, una de las grandes preocupaciones en las elecciones de Georgia, al menos entre los demócratas, es el acceso al derecho al sufragio, especialmente entre las minorías.

En 2021, la legislatura estatal aprobó una polémica medida, la Ley de Integridad Electoral, más conocida como SB202. Esta norma limita el voto por correo, impide proveer de comida y agua a quienes esperan en las colas para votar y ha reducido los buzones electorales. También permite a cualquiera observar el proceso electoral, algo que los demócratas temen que pueda llevar a la intimidación de los votantes o a poner en peligro el secreto del voto.

Los defensores de la medida aseguran que garantiza la limpieza de los sufragios. Sus críticos, que impide el derecho al voto entre las minorías. “Trump perdió por solo 11.000 votos en 2020 en Georgia, y sería preocupante si 11.000 personas no pueden votar porque votar por correo es difícil. Somos un Estado muy púrpura (muy mezclado entre el rojo republicano y el azul demócrata). Sería muy preocupante que no todo el mundo pudiera votar”, apunta el alcalde de Atlanta, Andre Dickens, demócrata. Dickens insiste en que los centros de votación para este martes, que se esperan muy concurridos, serán seguros, protegidos por policías que “evitarán que haya violencia o amenazas” sobre los votantes. “Queremos que los republicanos acepten el resultado electoral y no se repita lo que pasó con Trump”, añade.

Bianca aún no tiene edad para votar, pero a sus 16 años ya sabe que quiere estudiar Ciencias Políticas. Con cara seria, gafas redondas y un jersey lleno de insignias en favor de la candidata demócrata a gobernadora, marcaba, concentrada, número tras número de teléfono la noche del lunes. Su objetivo, como el de todos los voluntarios reunidos en una conocida cervecería de Atlanta, era contactar con los últimos indecisos y persuadirles de que acudan a las urnas este martes.

A pocos kilómetros, en el corazón del barrio O4W de Atlanta, donde Martin Luther King vivió, predicó y está enterrado, el supervotante ―como se denomina al que ha participado en las cuatro últimas citas electorales― Torrey Balam agotaba los últimos momentos para movilizar a los residentes de Cosby Spear. Luciendo una camiseta de su candidata de distrito, promete a las puertas de esta residencia de ancianos, en su mayoría afroamericanos de clase modesta, organizar personalmente vehículos que les transporten para que puedan ir a las urnas.“Cargaré sobre mis hombros esta responsabilidad, pero no quiero que nadie se quede sin votar”, insiste.

Por su parte, el gobernador Kemp, en una breve rueda de prensa celebrada en un aeródromo de las afueras, llamaba también a los ciudadanos a participar: “Si acude mucha gente, los republicanos tendremos buenas noticias”. Mientras, en la cervecería donde Bianca continuaba sus llamadas, su padre aseguraba que él sí votará: “Por supuesto”. ¿Quién ganará? “Uf”, sonreía, “eso ya está más complicado”.

Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_